C A P Í T U L O 4 8

7.3K 1.5K 710
                                    

Ese nombre, pronunciado con tanta claridad que hace eco en mis oídos, logra detener el tiempo y engrasar mis articulaciones. Me doy la vuelta muy despacio, pillándola con el aire contenido y los labios apretados.

—¿Cómo me has llamado?

—Alex —contesta enseguida—. Ese es tu nombre, ¿no?

Sacudo la cabeza. Voy a replicar algo, a punto de perder los nervios del todo, pero... ¿Y si esto es solo otra manifestación de la locura que me persigue por las noches? A lo mejor mis oídos me han engañado, para terminar de desquiciarme.

—Has dicho Axel —corrijo. El corazón me late tan rápido que me da miedo lo que pueda pasar.

—No. He dicho Alex —me replica, hablando muy lento. Nos quedamos un momento en silencio, los dos casi temblando, hasta que ella suspira con amargura—. De acuerdo, sí, he dicho Axel. ¿Qué le hacemos? Soy pésima mintiendo, y peor aún guardando secretos. Es la gente la que los tiene que guardar por mí. Tú hiciste el trabajo gordo mintiéndome a la cara, y yo solo me ceñía al papel, pero estaba claro que no podría seguir así por mucho tiempo...

Supongo que no hace falta describir cómo me estoy sintiendo ahora mismo. Básicamente, he cruzado la línea del estado de shock, tal vez para morirme de horror, de vergüenza y de curiosidad. Una combinación inquietante.

¿Por qué no suena cabreada? ¿Es que no le importa...? Dios, ¿y si es porque aún no lo ha asimilado? ¿Cuánto tiempo tendría para echar a correr en caso de necesitar esconderme de su ira?

—Lo... ¿Lo sabías?

Lana hace una mueca de molestia, y suspira nuevamente.

—Pues claro que lo sabía, Axel. Ya veo que me has tomado como a una imbécil de campeonato todo este tiempo... Y me sorprende que de veras pensaras que podías engañarme. Por Dios, Axel... —Ladea la cabeza—. Solo hay un hombre en el mundo que tiene como tono de llamada Ding Dong Song, que ambienta su coche con perfume de mujer y que con más de treinta se sigue poniendo cadenas en los vaqueros. Las he oído tintinear cuando caminábamos juntos —explica—. Y, ¿qué hay del nombre que te pusiste? ¿Cambiártelo por Alex, en serio...? Podrías haber elegido uno menos evidente. En parte me habría ayudado a no equivocarme hace unos minutos.

—¿Es que no lo has hecho adrede? —pregunto, con voz aguda—. ¿Tenías pensado mentirme para siempre?

—Oye, chulazo, no me vengas con victimismos, que el que ha suplantado una identidad para reírse de una ciega, eres tú. Yo solo lo descubrí y me quedé callada porque por un lado era divertido escucharte improvisando, y porque esperaba que fueras tú mismo quien acabara confesándolo. Eres nulo para las indirectas, ¿eh? Mira que no captar las del día que vimos Señor y señora Smith, o las del cumpleaños de Dau...

«Opción D: los tíos rapados están más buenos que los que tienen el pelo largo (...) O podemos ir a lo básico, que es la F: nunca le mientas a alguien que quieres».

Me llevo una mano a la sien, masajeándola.

—¿Hace cuánto sabes que soy yo?

—Casi desde el primer momento. Cuando te sentaste en la barra para hablar conmigo, me sonaba tu voz muchísimo, pero no pude reconocerte del todo porque no vocalizabas. Imagino que estabas muy borracho. Aun así tenía mis sospechas, y luego, cuando nos cruzamos en el parque y sonó tu móvil... Me aclaré. En serio, siempre me hizo mucha gracia tu politono. ¿Cómo no pensaste que sería tu perdición? —Chasquea la lengua—. Debo reconocer que dudé un par de veces. Al besarte y no sentir el piercing... Pero pensé que te lo habrías quitado ya, y que no tendría nada de raro que así fuese, y... Cuando tuvimos sexo en tu coche. Siempre he tenido claro que nunca harías algo así, encima de Lady Di. Me sorprendiste.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora