VIII

49 4 1
                                    

Allí me encontraba, divisando el paraíso terrenal, pero con cierto aire místico que Martín había creado. Tan solo para mí. ¿Te imaginas esas típicas películas de amor cursis, pero que en el fondo todas deseamos protagonizar? Era como si todas se hubiesen fusionado en un solo lugar, creado específicamente para la ocasión, aunque aquello no era relevante. Había convertido una simple cala en el lugar más especial del mundo, sí, ¿pero para qué? No me considero desconfiada, pero jamás había recibido aquel trato de nadie. Ni siquiera de mi propia familia, por lo que es obvio que la desconfianza se apoderara de mí. 

Contemplé el lugar detenidamente, quería congelar su recuerdo en mi mente por siempre. Aquella cala estaba cubierta de flores. Era como si alguien se hubiera encargado de convertirlo en un jardín secreto. Había flores de todo tipo, de todos los colores, que embelesaban desprendiendo dulces aromas que se fusionaban con el del perpetuo mar. Bandas luminosas repletas de minúsulas luces iluminaban aquel jardín dando el aire mágico que le caracterizaba, combinando así con las estrellas que iluminaban nuestro cielo. Nuestro cielo, ya que era nuestra noche. 

Yo Un poco más alejado pero en mitad de aquel paraíso estrellado, se encontraban unos columpios hechos con tablas de madera atados fuertemente con cuerdas de amarre de los barcos en el puerto. Aunque eso no fue lo que atrajo mi atención. Ésta se desvió hacia un enorme reloj que se hallaba tirado en el suelo, pero cuya maquinaria aún seguía funcionando. No pude evitarlo, y me dirigí al reloj para conocer el tiempo que había transcurrido desde mi fuga a medianoche. Me sorprendí, ya habían transcurrido tres horas desde que abandoné mi casa.

-Martín, es tarde. -dije apesadumbrada.

-No lo es, ¿dejas que un viejo reloj influya en los momentos de tu vida?

-¿Qué? -contesté confusa.

Me sonrió, con una sonrisa enigmática que me derritió por dentro y se dirigió hacia el reloj, tomándolo del suelo con ambas manos.

-El tiempo se puede manipular, pero nos hacen vivir engañados, creyendo que éste nos mata a nosotros.

Yo seguí absorta contemplando sus labios y prestándole toda la atención que era capaz de concebir en ese instante, mientras él proseguía:

-El tiempo tan solo es un número que se interpone en nuestras experiencias. No debemos dejar que se interponga en nuestro camino. Soleil, la vida no son horas, son los instantes que pasan sin poder llegar a alcanzarlos pero que permanecerán eternos. Las veces que respiras no significan nada, sino los instantes que te dejan sin aliento. ¿Ves este reloj? -dijo señalando las manecillas de éste- ¿Qué hora marca?

-Las cinco y diez. -susurré sin saber qué era lo que pretendía.

-¿Y por qué no le robamos un instante al tiempo para nosotros? -alegó retrocediendo lentamente las manecillas del reloj.- Ya nos robó él a nosotros suficientes momentos desde tu partida.

No me lo esperaba. Jamás había conocido a nadie tan filosófico como él, excepto a una, pero ella me dijo que era mi noche, así que no era el momento de inundar con lágrimas aquel momento. Nora no querría que sucediese tal. 

Mi cuerpo, o mejor dicho, mi alma tiró de mí y me condujo a besarle. Pero no como antes, sino regalándole mi corazón y mi alma en todo su ser. Mis manos se posaron sobre su nuca al compás que las suyas imitaron mi acción sobre mi cintura. Abrazándome y aportándome la calidez que su existencia embriagaba. Desearía que ese abrazo fuese infinito, que el tiempo no hiciese mella en ese beso difuminándolo con el paso de los años. Por primera vez en toda mi vida me sentía afortunada y orgullosa de ser quien era. De estar viviendo aquello. De tener a Martín entre mis brazos y de sentir sus besos posados en mí efusivamente.

Ojalá hubiese sido así y hubiese perdurado por la eternidad. Pero aprendí que los instantes no duran por siempre y que aunque no queramos aceptarlo, son más fuertes que nosotros, esfumándolos en la nada. A veces no hay que pensar. A veces es ahora o nunca. Aunque el tiempo pudo conmigo.

-Martín. -susurré en voz baja separando mis labios de los suyos.- Debo irme. Es tarde y mi madre se levantará en menos de una hora para ir a trabajar y... 

Me interrumpió con un beso fugaz.

-Ve. No pasa nada, sé que es tarde y has arriesgado mucho para venir hasta aquí.

-Gracias. -dije realmente agradecida por su comprensión. 

Me abrazó fuertemente, lo que hizo que mi cabeza se posase sobre su pecho, pudiendó así escuchar los latidos de su corazón. Eran suaves, y me calmaban. Me gustaba esa sensación, me era reconfortante.

-Te quiero, Soleil. -dijo dulcemente.

-Te quiero, admirador secreto. -respondí con una sonrisa en mi rostro.

Desenlazamos lentamente el abrazo, quedando así de nuevo por separado. 

-¿Quieres que te acompañe?

-No hace falta, de veras. Iré de una carrera,  me vendrá bien.

-Como tu quieras, pequeña.

Sonreí, y me marché de aquel hermoso lugar tirándole un beso al aire. Martín me devolvió la sonrisa y me alejé corriendo lo más rápido que era capaz dejando atrás una noche eterna y un "te quiero" que pude escuchar mientras corría por la arena de la playa.

Me sentía eufórica. Sentir la brisa marina sobre mi rostro a la vez que me acercaba velozmente hacia mi hogar me hacía descargar toda la adrenalina de mi cuerpo.

En apenas unos escasos minutos me encontré en mi calle. La imagen que encontré me consternó. ¿Qué hacían todos esos coches de policía aparcados frente a mi casa, precintando la zona?

Don't love meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora