Prologo

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Prólogo

El cachorro tampoco había funcionado.

Al lado del lago de Central Park, a Natalie se le congelaba el aliento mientras esperaba a que el perrito buscase el lugar perfecto para agacharse. Cerca de allí había un equipo del canal de televisión WOR, que debía de estar grabando imágenes para el espacio meteorológico de la tarde. Natalie los observó durante un minuto antes de volver a centrarse en el cachorro.

Era adorable, todo negro, salvo una mancha blanca en la tripita, donde le encantaba que le rascasen. Natalie había estado segura de que aquellas orejas caídas, las regordetas patas y esos ojos tan enternecedores cautivarían a su madre. Pero no, Alice LeBlanc no había prestado más atención a Bobo que al herbario, al ordenador portátil, al módulo de aromaterapia o a los aparatos para hacer gimnasia que Natalie le había llevado a casa. Seis meses después de la muerte de su marido, Alice se pasaba los días haciendo puzzles y llorando. A Natalie se le rompía el corazón.

Aunque Bobo la estaba ayudando a aliviar su dolor. Se había comido sus zapatillas favoritas y había manchado la alfombra oriental que tenía al lado de la cama, aunque después la miraba con esos ojos marrones y se lo perdonaba todo. Cuando iba desde Wall Street hasta casa en taxi cada tarde, se imaginaba la alegre bienvenida que le daría el cachorro y casi daba gracias de que su madre no lo hubiese querido.

Casi. Tenía que resolver ese problema con Alice, que se negaba a ir al médico o a buscar cualquier tipo de ayuda. Natalie miró por encima de los árboles desprovistos de hojas y vio las ventanas de su piso y del de su madre, dos pisos por encima. Tenía que haber un modo de sacar a su madre de aquella depresión.

-¡Bobo! -exclamó, estirando de la correa, que se le escapó de las manos-. ¡Bobo, no!

Con la correa arrastrando por el suelo, el cachorro se dirigió hacia el lago, donde había una pareja de patos haciendo un agujero en el hielo con el pico.

-¡Bobo, vuelve!

Corrió detrás de él, pero ya era demasiado tarde, el cachorro ya estaba deslizándose por el hielo, persiguiendo a los patos. De pronto, el hielo se quebró y Bobo cayó al agua.

-¡Bobo! -gritó Natalie.

El perrito asomaba la cabeza. Pero nunca conseguiría salir. El hielo era demasiado delgado. De pronto, una mano agarró a Natalie con fuerza y la echó hacia atrás.

-¡Yo lo sacaré!

Ella miró a los cálidos ojos marrones de aquel extraño.

-Pero...

-Soy bombero. Mi trabajo consiste en realizar rescates.

Natalie observó que en la sudadera que llevaba puesta estaban las iniciales del Cuerpo de Bomberos de Nueva York.

-No se preocupe -murmuró el hombre, apretándole el brazo para tranquilizarla antes de dirigirse hacia el hielo.

-Es... es sólo un cachorro -gritó ella.

-Lo sé. No le pasará nada.

-No te preocupes, Bobo. Este hombre tan amable va a salvarte -dijo Natalie-. Sigue nadando, cariño.

Con el corazón en un puño, vio cómo el perrito luchaba por mantener la cabeza fuera del agua. Era tan pequeño.

-Ya llego, Bobo. Aguanta un poco.

El bombero fue avanzando con cuidado por el hielo hasta que se puso a gatas. Natalie se imaginó lo frío que debía de estar el hielo bajo sus manos desnudas y sus rodillas, a través de los pantalones de deporte de algodón. Debía de haber salido a correr cuando vio caer a Bobo. Contuvo la respiración mientras el hombre se tumbaba en el hielo y estiraba los brazos para agarrar al cachorro. Sólo un poco más... un poco...Crac. Un trozo de hielo se rompió debajo de él justo cuando acababa de agarrar al cachorro. Cuando Natalie vio que la cabeza y los hombros del bombero se sumergían, se dirigió ella también hacia el hielo.

-¡Espere, señora! -gritó alguien-. ¡Ya lo tiene!

Natalie se detuvo justo cuando unos poderosos focos iluminaron la zona. En ese mismo instante, el bombero salió del agua con Bobo y rodó hasta un trozo de hielo más sólido. Varias personas lo aclamaron, y ella miró a su alrededor, sorprendida por toda la gente que había estado observando la acción. La cámara de televisión siguió al hombre que iba empapado hacia la orilla con Bobo debajo del brazo.

Natalie hubiese querido abrazar a aquel bombero con todas sus fuerzas. Sobre todo cuando se dio cuenta de que no estaba nada mal. Su trabajo requería que estuviese en forma, pero no creía que el cuerpo de bomberos pidiese a sus hombres aquella mandíbula cuadrada y esos bonitos ojos.

Cuando el hombre se dio cuenta de toda la gente que estaba observándolos, miró al cachorro y le comentó:

-Lamento decirte que tenemos público.

Apretó a Bobo contra su pecho hasta llegar ,t donde estaba Natalie, que esperaba a su mascota con los brazos extendidos.

-¿Cómo podría agradecérselo?

-Diciéndoles a los de la televisión que se marchen. ¿Qué está pasando? -preguntó él con una sonrisa al tiempo que le tendía a robo.

Ella lo metió debajo de su abrigo y miró al bombero.

-Me parece que estaban por aquí de casualidad. Escuche, al menos debería dejar que lo invitase a cenar, o...

-Allí hay un periodista con un micrófono. Voy a desaparecer.

-Pero...

-Llame al Cuerpo de Bomberos y pregunte por Jonah Hayes.

-¡Señor! -lo llamó el periodista.

Jonah se dio la vuelta y salió corriendo.

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