Capitulo 4

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Una limusina estaba esperándolos en el muelle. También estaba la televisión y un montón de mujeres que proclamaban su amor por Jonah.

-Me parece que no vamos a poder escabullirnos.

Natalie se cerró el abrigo blanco de piel, hacía fresco.

-No, pero en el helicóptero ya no podrán molestarnos. Sólo estaremos el piloto, tú y yo.

-Pero cuando lleguemos al Plaza volverá a ocurrir lo mismo.

-Eso imagino. Cuando era pequeña quería ser estrella de cine. Pero si es así, me alegro de haberme dado cuenta de que no sabía actuar.

-Gracias por haber navegado con nosotros -les dijo Suzanne.

-Ha sido estupendo -respondió Jonah-. Gracias a vosotros por dejarme tomar el timón un rato.

-De nada -Suzanne dudó-. ¿Podrías darme un autógrafo, Jonah? Es para mi hija. Se llama Gretchen y tiene un cachorro negro. Lo ha llamado Bobo y le encantaría que...

-Por supuesto -dijo Jonah, tomando el bolígrafo y el papel que le tendía Suzanne- . Y, por favor, dile a tu hija que soy una persona normal y corriente.

-Pensaba decirle que eres un tipo estupendo, tal y como ella te imaginaba.

Jonah se sonrojó.

-Gracias. Bueno, creo que tenemos que bajar. ¿Estás preparada, Natalie?

-¿Estás seguro de que no puedes volar? Sería muy útil para esquivar a todas esas personas.

-Muy graciosa -comentó, mirando a Eric, que llevaba en las manos sus maletas-. Dime, Eric, ¿dónde las vas a meter?

-En el maletero de la limusina, a no ser que quieran llevarlas con ustedes.

-Lo que quiero es que nos vayamos lo más rápidamente posible, así que lo mejor será que las metas en la parte de atrás y que luego entremos nosotros.

-De acuerdo.

Jonah respiró hondo.

-Vamos -dijo, poniendo un brazo protector alrededor de los hombros de Natalie.

Pasaron entre la multitud detrás de Eric, ignorando las cámaras, los micrófonos y las preguntas. El conductor de la limusina les abrió la puerta. Eric metió las maletas dentro, y Natalie y Jonah pasaron después.

-¡Entre y arranque! -gritó Jonah al chofer. Luego echó el seguro a la puerta y se dejó caer aliviado al ver que el coche se alejaba de la multitud.

-¿Estás bien? -le preguntó Natalie, que estaba sentada en la otra punta y parecía vulnerable; tenía los ojos muy abiertos.

-Sí. ¿Y tú?

-Físicamente, sí. Pero la cabeza me da vueltas.

-¿Sabes qué es lo peor? -comentó él, suspirando.

-¿El qué?

-Que a mí me educaron para que fuese educado, me enseñaron a responder a la gente con amabilidad. Y ya no puedo hacerlo porque ahora todo el mundo quiere algo de mí. Y se me rompe el corazón al ver a esas mujeres. Necesitan que- alguien les hable con cariño, les sonría y les pregunté qué tal están. Y a mí me da igual.

Sintió que le tocaban levemente el brazo y abrió los ojos. Natalie estaba a su lado.

-Es una de las cosas más dulces que he oído en toda mi vida.

Dios santo, era preciosa, sobre todo cuando lo miraba con aquella ternura. El asiento de cuero le recordó el banco del barco y cómo se había sentido al estar encima de ella. Quería volver a abrazarla, volver a besarla y acariciarla como lo había hecho aquella mañana.

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