"Todos matan lo que aman: unos lo hacen con una mirada amarga, otros con una palabra halagadora, el cobarde con un beso; el valiente, con una espada."
-Oscar Wilde.
Gabriel comenzó a tirar todas las cosas que tenía sobre el escritorio con enojo. Su furia era tal que, sin importarle si alguien pudiera escucharlo, dio un grito mientras estrellaba el puño sobre la pared. Los nudillos comenzaron a sangrarle, y el dolor le entumeció todo el brazo, causando que su furia aumentara aún más.
-Maldita sea.- Gritaba una y otra vez sin control. Cerraba los ojos, tratando de tranquilizarse, pero la imagen que obtenía era la misma. Su Paulette se entregaba a ese maldito bastardo. Aquella escena se repetía en su mente una y otra vez sin darle tregua.
¿Como había sido capaz de hacer algo así?. Muchas veces había sido consciente de la maldad que embargaba esa mujer. Podía verlo en sus ojos, y sobre todo, en sus acciones. Las cosas que ella hacía y lo poco que le importaban, pero jamás pensó que lo fuera a lastimar de esa forma a él. Era más que obvio que ella era la maldad andante, y él como estúpido había caído en sus juegos.
-Te quiero.- Le había dicho una noche. Su confesión había causado que una inmensa alegría lo embargara, pero sobretodo, había causado que su instinto protector saliera a la luz. Y esa misma noche se prometió que nadie los separaría, que ellos dos siempre iban a estar juntos y que él iba a pelear por ella, sin importarle absolutamente nadie más.
Ahora ella lo había traicionado, toda esa confianza que él había depositado en Paulette fue pisoteada, sin importarle el gran daño que le causaba. Pero Paulette era suya, y no lo sería de nadie más, aunque el bastardo de Justin haya puesto sus asquerosas manos sobre ella jamás la tendría. De eso se iba a encargar.
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-¿Qué estás haciendo aquí?.- Replicó Gabriel en cuánto abrió la puerta y me vio. Empujándolo entre a la que era su habitación, y me quede parada en medio de la sala. Gabriel permaneció dándome la espalda por unos segundos, hasta que después con un suspiro seco cerro la puerta y caminó hasta donde yo me encontraba.- Vete, Paulette.- Murmuró sin emoción alguna en la voz.
-No me iré de aquí, tenemos que hablar.- Mi voz sonó más segura de lo que en verdad me sentía. Su aspecto lucía muy diferente, aquel hombre amable y bondadoso que siempre había sido ahora dejaba ver a un hombre totalmente diferente. La barba de algunos días sin rasurar le daba un aspecto más demacrado, y los ojos rojos a causa del alcohol lo hacían ver más temerario.- Gabriel, yo...
Sin decir nada paso de mi, caminando hacía la pequeña mesa del centro de la sala donde tenía una botella con licor y una copa sobre esta. Con pasos tímidos me acerqué hasta donde se encontraba, no sabía cómo iba a reaccionar, y a decir verdad me daba un poco de miedo en este momento.
-De acuerdo, hablemos.- Mire cómo lleno su copa hasta casi derramar el líquido sobre la mesa. De un solo trago tomó todo el contenido.- No tengo mucho tiempo, así que si en verdad quieres hablar es mejor que empieces a hacerlo.
- Lo siento.- Fue lo primero que dije. No dijo nada mientras tomaba asiento en uno de sus sofás. No mostró sentimiento alguno después de que le dije eso, su expresión era como una máscara de seriedad así que continué hablando.- No sé el porqué hice eso, simplemente me deje llevar. Sé que no tengo excusa, pero después de la muerte de Rose te necesitaba tanto a mi lado que me dolía ver la indiferencia con la que me tratabas aquellos días. No sabía que ocurría, no sabía el por qué de tus acciones, pero lo único que anhelaba era que vinieras a mis brazos y me abrazaras con fuerza, diciéndome que todo estaría bien.
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Los siete pecados. [Editado]
AcakGabriel la vida no siempre es un pecado, y a veces el pecado es la entrada al paraíso. Ira, envidia, soberbia, gula, pereza, lujuria y avaricia. No son solo simple acciones negativas, son aquellas cosas que te condenan eternamente. Para Paulette...