21. [Editado]

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"Cada lágrima enseña a los mortales una verdad."

-Platón.

Las cosas comenzaron a marchar con normalidad de nuevo. Las vacaciones pronto llegaron a su fin, haciendo que los alumnos volvieron de nuevo al instituto para reintegrarse a las clases.

La rutina se convirtió en una clase de infierno del que no podía salir. No podía hablar con Justin porque no quería molestar a Gabriel, y no tenía más amistades porque jamás me llegué a relacionar con alguien más que no fuera Rose. Básicamente lo único que hacía era ir a clases y regresar de nuevo al dormitorio y esperar a que Gabriel viniera por la noches y me hiciera un poco de compañía.

Eran aproximadamente las diez de la noche, yo estaba recostada en mi cama cuando escuche un pequeño toque en la puerta. Con rapidez me levanté y me dirigí a abrir la puerta. Gabriel se encontraba parado con una sonrisa, pero su mirada recorría la parte de los pasillos, en alerta de que nadie viniera y lo viera.

-Perdón por llegar tarde, tenía algunos asuntos que arreglar y hasta ahorita me he desocupado.- Se disculpó mientras entraba al dormitorio. Cerré la puerta tras de mí y me dirigí hacia él. Gabriel es tan alto que el dormitorio se ve más pequeño al tener a semejante hombre.- Te extrañe.

-Yo también, siempre lo hago.- Le respondí con una sonrisa. Nos fundimos en un abrazo por varios minutos sin decir nada, hasta que yo rompí el silencio.- Sabes, es más cómodo ahora para mí el vernos.

-¿Por qué?.- Preguntó Gabriel.

-Ya no está Rose, puedes venir aquí y pasar la noche conmigo.- No dijo nada cuando termine de hablar.- Supongo que es algo cruel pensar así...

-Me encanta pasar las noches aquí contigo, sin importar el riesgo que eso conlleva. Me siento mal en decirlo también, pero ahora que no está Rose aquí las cosas son un poco más fáciles para nosotros.

-Siempre debes de verle el lado positivo a las cosas.

Nos acostamos en mi pequeña cama. Mi cabeza descansa sobre su pecho mientras permanecemos en silencio. Gabriel parece más relajado ya, su semblante está tranquilo al igual que su respiración. Una ola de alegría me invade de pronto, las cosas por fin parecían solucionarse.

-Estaba pensando en los posibles lugares donde podríamos vivir.- Me quede estática. ¿Él hablaba de cuando renunciara al sacerdocio?. La posibilidad de un futuro juntos tomaba más fuerza, haciéndome muy feliz.- Podríamos irnos a Nueva york.

-¿Hablas en serio?.- Le pregunté sorprendida mirándolo. Gabriel sonrió con ternura mientras asentía.

-Por supuesto, señorita Paulette. Una vida juntos en Nueva York es lo que más deseo. Tú, siendo mi mujer...siempre mía, sin obstáculos de por medio. Solo Gabriel y Paulette.

-En ese caso Nueva York suena bien. Todo suena bien a tu lado. ¿Como le haces? antes odiaba absolutamente todo, ahora soy una tonta cursi.- Bromee. Se rió con fuerza, haciendo que mi cabeza rebotara por el movimiento de su pecho.

-Lo único que hice fue amarte. Darte todo el amor que te mereces.

-Eres el único que piensa eso.- Murmuré. Con sus manos comenzó a acariciar mi cabello con suavidad, haciéndome cerrar los ojos.- Todos piensan que soy malvada, yo también lo pienso en algunas ocasiones. No puedo evitar hacer las cosas que hago, o el pensarlas. Supongo que ya está en mi naturaleza.

-Paulette eres muy joven. Has tenido errores, han pasado cosas que han sido muy malas, pero tampoco eres la única mala de la historia. Tu vida no ha sido fácil, tu comportamiento es la viva imagen de alguien tratando de sobrevivir a un pasado difícil. No digo que este bien, pero no eres malvada mi amor, solo eres alguien que necesita más cariño del que imagina.- Respondió. La seguridad con la que dijo aquellas palabras me sorprendió.

Trate de no llorar, pero me fue imposible. Una lagrima resbalo por mi mejilla, haciéndome sentir más débil que nunca. No me gustaba eso, la sensación de debilidad me hacía enfurecerme conmigo misma. No necesitaba que Gabriel sintiera algún tipo de lastima por mi. Yo no quería eso, más sin embargo estos días he estado muy sensible respecto a todo.

-No tiene nada malo llorar.- Comentó con tranquilidad mientras acariciaba mi espalda.- A veces yo suelo hacerlo, cuando siento que todo está escapando de mis manos. Temo por nosotros Paulette, que algo llegue y arruine nuestros planes.... nadie entenderá que esto es amor. Solo nos verán con repudio las personas, señalándonos.

-No tienes que tener miedo, nada sucederá. Tú y yo estaremos bien, estaremos juntos y nuestra vida será muy feliz.- Él no contestó y yo solo cerré los ojos de nuevo.

No nos dimos cuenta cuando ambos caímos dormidos, solo supe que dormí cálida entre sus brazos, sintiéndome bien y protegida. No mentía cuando dije que todo estaría bien, yo lucharía por nosotros, sin importar quien se interpusiera en nuestro camino. Ya nada me importaba, salvo él.

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-¿Que haces amigo?.- Fue lo primero que preguntó Thomas cuando vio a Justin llegar a la habitación, hecho una furia. No tardó en patear el cesto de basura que tenía en una esquina de la habitación, mientras que no paraba de darle puñetazos a la pared.

Thomas se levantó con rapidez de la cama, donde hace unos segundos estaba recostado. Trato de detener a Justin, tomándolo por los hombros, pero fue inútil. Él muchacho no razonaba, no escuchaba. Una furia incontrolable lo dominaba, haciendo que todo lo que viera se convirtiera en un objeto que servirá para su descarga.

-¡BASTA!.- Justin reaccionó al grito de Thomas. Él nunca lo había mirado como las demás personas lo hacían, Thomas siempre lo veía como una persona más, sin tenerle miedo. Pero esa noche era diferente. Thomas comenzó a comprender el significado de las palabras de las demás personas que hablaban de Justin, refiriéndose a él como una persona bastante inestable.- ¿Que rayos te sucede?.- Le preguntó con temor.

-Todo este tiempo esa maldita se burlaba de mí, en mi propia cara. Fui tan estúpido creyendo que por un momento las cosas con ella habían cambiado.- Soltó furiosamente mientras pasaba ambas manos por su cabello, en un intento fallido de controlarse. Thomas se quedó callado, sin llegar a comprender a qué se refería. ¿Quién era ella?.- Nunca quise hacer las cosas bien, siempre me importo una mierda todas esas idioteces...pero con ella fue diferente. Por primera vez en mi vida trataba de llegar a ella con buenas intenciones, aunque nuestro comienzo fuera malo.

-¿A quién te refieres?.- Preguntó Thomas mientras se sentaba de nuevo en su cama. Justin parecía haberse tranquilizado un poco, pero igual tenía que tener cuidado. Un movimiento en falso y todo cambiaría en esa habitación.

-No me digas que eres tan imbécil por no haberte dado cuenta ya.- Su ironía molesto un poco a Thomas. Tragándose los insultos que luchaban por salir de su boca se callo y no dijo nada, hasta que Justin por fin volvió a hablar.- Paulette, esa maldita perra es la que me esta destruyendo.

-¿Que sucedió con ella?.- Justin lo miro por unos segundos fijamente, sin hablar. No iba a decirle, jamás le haría eso a ella, por más que la comenzara a odiar el sentimiento de amor siempre dominaba en él.

Sin decir nada más salió de nuevo de la habitación, caminando hacia los jardines de la escuela. No le importo si alguien pudiera verlo, le valía mierda absolutamente todo ahora.

Llegó a la parte más apartada del colegio, un lugar lejos de alguna mirada indiscreta. Prendió un cigarrillo y comenzó a fumarlo, viendo como el humo que expulsaba de su boca se perdía entre el la oscuridad del lugar hasta desaparecer. Cerró los ojos y una imagen asquerosa se presentó ante él.

El padre y Paulette, ambos besándose, ambos manteniendo relaciones sexuales.

Sí, él esa noche había visto a Gabriel entrar al dormitorio de ella y no salir. Lo más seguro es que ahora ambos están follando, o tal vez ya se hayan terminado. Su Paulette, estaba siendo tan zorra para acostarse con el sacerdote. ¿Tan poco le importaba a Paulette en donde se encontraba, que ahora follaba a un sacerdote?.

Sonrió con amargura, jamás pensó que algo de ese tamaño sucedería en el internado, y lo que más le fascinaba es que tenía todo los hilos en sus manos. Un movimiento por su parte y todo se acabaría. Hasta aquella chica a la que amaba.

Los siete pecados. [Editado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora