Capítulo 1- Camino a la Escuela

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"No debí haberlos dejado dormir demás", pensaba Lyan mientras corría detrás de su madre y hermano. Eran ya pasadas las 7:30 y aún no estaban en la escuela, como deberían. Lyan se había levantado a la hora debida, pero al momento de despertar a su familia no pudo hacerlo al verlos tan tranquilos en su sueño. Grave error que pagaría después de la escuela, si es que lograban llegar a tiempo.

Pervy va poco más adelante, corriendo junto a su madre, Neluby. Todavía llevaban el cabello mojado, a pesar de que iban bastante rápido el aire no les había secado aún el agua de la ducha de hace 5 minutos. Lyan miraba detenidamente en todas las cosas mal que llevaba que podrían generarle un reporte de la prefecta: su boina estaba chueca, al igual que su banda con su grado, además de que se la había puesto en el bazo izquierdo y no en el derecho. Su camisa mal abrochada se le salía por encima del pantalón, y sus zapatos estaban en el pie equivocado. Era sorprendente cómo podía correr así.

Su madre, mientras tanto, iba con su larga falda pisándola cada 5 pasos, cuando se le bajaba cada 5 pasos. Había olvidado ponerse el corsé, así que sus ropas se le veían más ajustadas en la espalda, pero mas grandes en la cintura. No traía los lazos que ataban sus mangas, por lo que iban sueltas y moviéndose libremente por sus brazos. No es como que a la señora de la casa a la que iba a limpiar le importase mucho su atuendo, mientras no tuviese un prominente escote que no le dejara tanto a la imaginación a su precoz marido. Pero a la hora de limpiar, le estorbarían un poco.

Iban ya en la séptima avenida cuando el policía de transito avisó que era tiempo de que las carrozas pasaran. Era momento de detenerse y esperar, pero no había tiempo que perder. Neluby y Pervy corrieron a toda velocidad para atravesar la calle, con Lyan siguiéndole los pasos muy de cerca. Hasta que un bastón la hizo detenerse. Por poco y se caía, pero si no fuese por eso, los caballos la habrían atropellado sin miramientos. El bastón pertenecía a una abuelita que estaba a su derecha, quien no lo movió hasta que estuvo segura de que Lyan no se echaría a correr pensando ver un posible espacio entre cada carruaje. 

-No es bueno cruzar las calles cuando uno no mira a ambos lados- le dijo la señora. Su sonrisa no era amplia, pero era amable.

Lyan observó a su hermano y madre correr, sin ver hacia atrás cerciorándose de que ella les seguí el paso. No le sorprendió, al menos no por parte de su madre. Pervy normalmente la esperaría, pero hoy llevaba prisa y merecía un momento para él, pensó Lyan. Aunque le preocupaba el que llegaran antes a la escuela y no la encontraran, porque nuevamente habría problemas.

Miró a la señora, que se encontraba viendo al policía, esperando el momento en que daría la orden de parar. No había muchas carrozas, la mayoría se habían destruido en la guerra y las pocas que habían en el país estaban mal armadas y proferían sonidos terribles de rechinidos y maderas chocando unas contra las otras. Lyan alzó la voz para ser oída, pero lo suficientemente bajo para no pasar por irrespetuosa.

-Gracias, señora- sonrió tímidamente y se metió las manos en los bolsillos. No es que estuviera helando precisamente pero sus ropas eran muy delgadas y no contaba con un suéter más abrigador que el de la escuela.

-¿Tienes mucho frío, jovencita?- la señora se le acercó un poco. Su cabello no era blanco, pero sí gris. Seguramente en su juventud lo tenía de color negro, pero los años le había pasado factura. Estaba un poco encorvada, lo que hacía que se viera más voluptuosa de lo que realmente era al su capa cubrir más su cuerpo. 

-No, sólo un poco.

-¿Quieres mis guantes?-ofreció amablemente.

-No, señora, muchas gracias. Son suyos y no quisiera molestarle.- En realidad, sí quería los guantes, ya casi no sentía sus manos. Una suma entre el clima y la corrida que hizo. Pero no se atrevía a pedírselos a la señora. Y si su madre la viera con ellos, enfurecería.

La Corona del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora