"Tu dolor es la ruptura de la coraza que encierra a tu entendimiento"
Khalil Gibran.
El Dr Inoichi Yamanaka, sentado en un gran sillón mullido de cuero, entrelazó los dedos de sus manos después de tenderle a la mujer del diván una nueva caja de pañuelos. Ella recibió la caja sin mirarlo y la apretó contra su pecho. Con las piernas recogidas, los brazos alrededor de sus rodillas y los ojos acuosos y rojos dirigidos al suelo, parecía sentirse tan perdida que él prefirió darle espacio para pensar y ordenar sus pensamientos. No tenía idea de qué podía sucederle —y hasta cierto grado le preocupaba la posible recaída que sugería su estado— pero creyó prudente permitirle desahogarse que bombardearla con preguntas cuando la vio traspasar las puertas de su oficina echa un huracán de rabia y lágrimas.
Reprimiendo un suspiro, aquel hombre contempló los títulos que ostentaba con orgullo en las paredes de empapelado gris. Veinte años de estudio superior no habían transcurrido en vano. Tenía tras de sí tal carga académica y de experiencia, que sus pares de más edad se sorprendían y él se sentía a gusto y vivía bien. Podía ejercer su labor en sitios de mayor prestigio, poner su mano en proyectos que ofrecieran gruesas entradas económicas, pero por cuestiones familiares y de comodidad, cinco años atrás tomó la impulsiva decisión de trasladarse con su esposa a Konoha y alimentar un consultorio desde cero. Desde entonces por esa oficina habían entrado y salido personas de todas las edades y género, y él había |atendido sus problemas y acompañado en su superación. Se sentía grande y satisfecho cuando regresaba una sonrisa a las personas, cuando juntos veían el camino ya transitado y respiraban con alivio al divisar las ciclópeas y tormentosas barreras derribadas.
Por desgracia, pese a ser ese el objetivo, no siempre llegaban hasta ahí. Muchos eran los que se rendían en el camino, que perdían la paciencia o los ánimos de seguir caminando. Eran demasiados los que dejaban su obra a medio hacer y se consumían —de rodillas y con el rostro gacho— por la oscuridad que los asediaba. La mente humana era una maravilla, un tejido complejo de ideas, órdenes, imágenes, colores y emociones que, con estímulos precisos, podían ponerse en su contra si se lo permitían.
—¿Qué ocurrió mientras estuve fuera, Kushina? —preguntó en cuanto la sintió mucho más calmada. Su voz surgió suave, deslizándose por la oficina junto al susurro de la gigantesca pecera cerca de la puerta. Peces de aspecto delicado y colores llamativos recogían piedras diminutas y las dejaban caer como globos pintorescos que se estrellan contra una carretera cubierta de nieve—. ¿Quieres contarme?
La mujer, sin levantar su mirada del suelo ni hacer el menor amago de hablar, inspiró hondo mientras limpiaba de su rostro los restos de humedad. Ya no parecía atribulada, pero en sus ojos opacos y labios temblorosos se leía el cansancio. A Inoichi le intranquilizaba pensar que su paciente no pudiera —o no quisiera— levantarse de nuevo y decidiera desandar el sendero hasta el mismo sitio en el que la encontró cuando empezaron las consultas. Era mucho el avance que habían logrado, eran muchos miedos los que hasta el momento habían vencido. Era cierto que con la instrucción precisa, un quiebre emocional en ese instante podía significar un impulso para su tratamiento, pero él sentía en el pecho una sensación pesada que le repetía una interminable frase; si el quiebre se debía a algo que Kushina aún no estaba preparada para afrontar, se podía convertir en una peligrosa arma de doble filo.
—El viernes pasado discutí con mi marido las únicas dos veces que hablamos en todo el día. —Contó en un hilo de voz. El Doctor Yamanaka se fijó que mientras hablaba, ella apretaba con más fuerza las rodillas hacia su pecho, como si se protegiera de lo que sentía—. En la mañana le lancé a la cabeza la vajilla que su madre nos regaló hace unos años. Fue la primera vez que estuve cerca de hacerle daño... o al menos daño físico.
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Arena que lleva el viento (Pausada, en edición)
ФанфикLa vida de Kushina se desmorona sin ella poder hacer nada, los cimientos de lo que tomó años construir, se sacuden en amenazas de echar abajo lo poco que queda en pie. Lo único que creía seguro era su familia, pero tras dos años de discusiones, erro...