"¿De qué huyes? Si lo que llevas dentro te seguirá a donde vayas"
A.
Después de echar una mirada preocupada a su reloj de mano, Mikoto Uchiha se armó de valor para girar el pomo de aquella puerta que parecía desprender toda la pesadumbre y melancolía de la ciudad. Llevaba dos días enteros en aquella vivienda, deambulando por los pasillos sin saber qué hacer, qué decir, o a quién acudir. Después de llamarla para reclamarle con palabras ininteligibles, Kushina no le había devuelto ni siquiera una mirada a pesar de sus constantes intentos por tejer una conversación, y eso ya empezaba a ponerla histérica.
Conocía la confusión de emociones que asediaban a aquella mujer, sabía que hubo un momento de crisis, meses atrás, en que de no ser por el acompañamiento de sus seres más cercanos, jamás habría logrado salir. Ella había sido testigo de aquellos episodios de abandono hacia sí misma, y pensar que podía estarse repitiendo lo mismo bajo sus narices y sin ella atreverse a hacer nada, la llenaba de tormento.
Una vez dentro sus ojos barrieron la habitación y sus dedos apretaron con nerviosismo la bandeja que llevaba en las manos. A pesar de ser ya medio día el espacioso lugar permanecía inmerso en la oscuridad. El balcón cerrado y los amplios ventanales cubiertos por gruesas cortinas no hacían mucho por mitigar esa sensación de aislamiento. Mikoto dio tres pasos al interior, se detuvo sobre la alfombra esponjosa que cubría casi todo el dormitorio y fijó sus ojos inquietos en el bulto sobre la cama.
En otro momento jamás se hubiera atrevido entrar en la alcoba principal. Hasta el viernes, dos días atrás, no lo había hecho. Y aunque llevaba esos días entrando y saliendo a cada momento, no terminaba por acostumbrarse a esa sensación de estar invadiendo espacio privado.
Se aproximó a la cama, dejó la bandeja en una esquina de la misma y sacudió con suavidad un hombro de su amiga.
—Kushina —llamó en voz alta sin dejar de moverla. La otra mujer se removió, su cabeza cubierta por despeinado cabello rojo salió debajo del edredón y dos ojos somnolientos la observaron sin emoción. Aquel rostro pálido se descompuso en una mueca de apatía y los parpados volvieron a bajar.
—¿Qué quieres, Mikoto?
—Van a ser las doce del día —respondió, remojando sus labios. Era, sin duda y a pesar de ese gesto de malestar que le dirigía Kushina, la mejor acogida que recibía de parte de ella cuando la despertaba. Desde el viernes en la noche cuando todo eso dio inicio, se había sentido tan culpable que no era capaz de siquiera dormir. Las ojeras bajo sus ojos oscuros y la opacidad de su cabellera negra eran la muestra perfecta de lo mal que ella también la estaba pasando.
Pero el arrepentimiento era algo que no entraba entre ese cúmulo de emociones que le impedían respirar con tranquilidad. Había asistido a ese drama por suficiente tiempo como para sentirse obligada a blandir ese valor que escondía e interceder de una buena vez. No sentía que hubiera hecho algo mal, y Kushina parecía pensar lo mismo a juzgar su silencio para con el papel que ella había jugado en todo aquello.
—¿Y qué?
—Deberías levantarte y hacer algo, Kushina —sugirió mientras la otra mujer se volvía boca abajo en la cama y tapaba su cabeza con una almohada—. No es bueno que duermas tanto ni que te mantengas encerrada en...
—No he dormido mucho, Mikoto. —La interrumpió Kushina, su voz amortiguada por la almohada—. He tratado pero no puedo.
Mikoto pasó una mano por su propio brazo, mordiéndose un labio. Con un movimiento fugaz miró la mesita de noche más próxima, enfocando las pastillas que permanecían sobre su superficie. El día de ayer, cuando las vio en el mismo lugar, creyó que su amiga las estaba tomando para descansar. Pero tal parecía ser que en vez de ello trataba de resistirse, a pesar del daño que se ocasionaba seguir despierta, dándole vueltas a lo mismo. Mikoto bien conocía el miedo que Kushina tenía a depender de un medicamento para sentirse bien. No quería por nada del mundo regresar a lo mismo de antes.
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Arena que lleva el viento (Pausada, en edición)
Fiksi PenggemarLa vida de Kushina se desmorona sin ella poder hacer nada, los cimientos de lo que tomó años construir, se sacuden en amenazas de echar abajo lo poco que queda en pie. Lo único que creía seguro era su familia, pero tras dos años de discusiones, erro...