05. la curiosidad mató al gato.

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13 /  08 / 1897

Sin saber cómo, logró huir de las garras de su depredador. Necesitaba encontrar una salida lo más rápido posible si quería salir vivo de ahí. El corazón le latía a mil por hora, el sudor resbalaba por su frente y sus ojos comenzaban a cristalizarse.

Se tapó la boca con ambas manos para evitar soltar un sollozo y que así el ser que habitaba en aquella mansión lo descubriese. Se odiaba a sí mismo por haber confiado tan ciega y estúpidamente. El reloj sonó (indicando que ya eran las doce de la noche) provocándole un pequeño respingo.

Malo. Malo. Esto es malo. Él es malo.

Bonito, ¿en dónde te has metido? Sal de tu escondite que el banquete está por empezar.

Negó con la cabeza, se achicó más en su lugar, rezando porque alguien viniera a sacarlo del infierno donde se encontraba.

Por favor, por favor.

—No te puedes perder el banquete, ¡eres el platillo principal!

Por favor...

Las puertas de aquel armario fueron abiertas de par en par, dejando ver al causante de su sufrimiento sonriéndole maliciosamente.

—Te encontré.




Un grito desgarrador salió de lo más profundo de su ser, las lágrimas caían sin parar por todo su angelical rostro. Las garras de aquel ser tan monstruoso lo mantenían aprisionado, siéndole incapaz el salir corriendo de ahí. Cerró sus ojitos con fuerza mientras sollozaba de dolor.

Los minutos pasaban y su tortura seguía. Ya no tenía fuerza alguna, ni siquiera para pedir piedad; todas las suplicas fueron en vano, estaba seguro que ese sería su fin. Que moriría en manos de aquel hombre que consideró bueno en algún momento, pero no era más que una máscara para ocultar su verdadera apariencia.

Apariencia que él tuvo la desdicha de conocer.

Su cuerpo, su pureza y su alma estaban siendo arrebatadas por aquel desagradable humano. No, él no era humano, era algo muchísimo más despreciable y atroz.

¿Es que acaso cometió un pecado imperdonable en su otra vida para merecer este infierno?

Pensó en sus familiares, en sus amigos, probablemente ellos nunca sabrían la verdadera causa de su muerte. Esbozó una débil sonrisa, pensando en aquel dicho que tanto conocía y que aquel ser con garras afiladas y dientes puntiagudos le musitó antes de comenzar con su acto tan inhumano.

Las horas pasaban, y él yacía tirado en el suelo, con un pequeño charco de sangre rodeando la parte baja de su espalda. Su piel de porcelana ahora se encontraba llena de moretones y rasguños, sus labios carnosos mordiscados y con el sabor a metal en su boca, sus mejillas con lágrimas secas y esa sustancia blanquecina asquerosa.

Cerró los ojos, estaba todavía consciente como para darse cuenta que su respiración cada vez se tornaba más lenta. Antes de que cayera dormido para después nunca más despertar, sintió una suave caricia en su cabello y un casto beso fue depositado en su frente.

Y entonces, él le susurró con dulzura.

—Fuiste un chico tan bueno, Jiminie. Es hora de tu descanso.

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