—¿Qué está haciendo? —musitó Rosa.
Ya había perdido la cuenta de las veces que habían hecho esa pregunta desde que habíamos salido de Frenys y tras varias calles caminando, sin escuchar las conversaciones de mis amigas, sus risas animadas y mi mente iba procesando todo lo que había ocurrido en un momento, en un lapsus de tiempo menor de media hora, me había detenido y había comenzado a golpear un contenedor de basura, sopesando, en un extraordinario momento de lucidez, que si hacia lo mismo a un coche, seguramente tendría problemas en un tiempo aún menor del que me había acumulado tanta rabia encima.
—¡Y yo qué se!
Miranda estaba furiosa, pero era evidente que por una vez no creía que su rabia fuera a superar la mía porque no trató de intervenir en ningún momento, temiendo, quizá, convertirse en el sustituto del contenedor, algo que no podía prometer si trataba de detenerme en ese momento.
—Le va a dar algo...
—¿Y a mi qué me importa? ¿No está ya contenta con el teléfono del chico ese...?
Di una nueva patada al contenedor, esta vez con más fuerza, moviéndolo un poco más hacia atrás.
No podía sentirme más humillada, más rebajada y pisoteada que en el momento en el que el tipo neandertal había decidido hacer su dichosa obra de caridad del año conmigo. Volví a golpear el contenedor y lo hice dos veces más antes de acuclillarme frente al contenedor y la bastante cantidad de desperdicios que cubrían el suelo a su alrededor. Yo me sentía igual que esa basura, por el suelo, arrastrada. Necesitaba gritar, golpear algo con más fuerza, pero por más daño que me hiciera el dolor no se iría de mi pecho. Necesitaba regresar en el tiempo y golpear a aquel chico en vez de quedarme quieta, allí plantada mientras Miranda tiraba de mí y me sacaba del bar, necesitaba retroceder al momento del callejón y hacerme notar, plantar cara a la cosa gelatinosa y al chico invisible y preguntar sobre el mundo de los demonios... Y necesitaba regresar cinco meses y medio... necesitaba verlo, ver a Belial.
Y posiblemente golpearle a él también...
—Me voy —chilló Miranda—. No pienso quedarme aquí viéndola con uno de sus berrinches. Me largo.
—¡Miranda! ¡Espera!
—¡No soy una maldita niñera!
Sentí como alguien se agachaba a mi lado pero no me giré.
—Alis... ¿estás bien?
Suspiré, pero seguí sin mirar a Raquel.
—Vete con ellas —susurré—. Déjame sola... por favor.
Raquel me frotó un momento la espalda y se levantó. Pude escuchar como corría y llamaba a las demás a gritos antes de dejar de oírlas. Levanté la cabeza y miré a mí alrededor. De noche y a solas en mitad de un callejón junto a un contenedor, ¿se podía caer más bajo?
—Maldito seas, Belial —susurré, poniéndome en pie—. Mi vida era mucho mejor cuando tú no existías en ella.
Mentía.
Cerré los ojos un momento y tomé aire; luego busqué el papel donde había anotado las indicaciones hacia el lugar llamado Aize y saqué también el papel con el teléfono del orangután y fruncí el ceño. No sólo había escrito su número de teléfono, sino que había escrito su nombre encima: Brent.
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Desire (Silence 2)
Romance¿Qué estarías dispuesta a ofrecer por amor? Durante diecisiete años, Alis había creído que el mundo era tan sólo aquello que podía ver. Un pequeño instante; eso era lo que había tardado en comprender que estaba equivocada, y ahora Alis se negaba a...