Abrí mucho los ojos, mirándolo aterrada y con el cuerpo expuesto aún en posición fetal. Se lamió los labios sonriendo, y como aquella primera noche me paralice.
—Pero qué tenemos aquí.
Inhalé con fuerza y me hice hacia atrás, esperando lo peor cuando una tela negra envolvió su rostro, apretando y jalándolo hacia atrás. El demonio levantó sus brazos, tomado por la sorpresa, intentó alcanzar al sujeto que lo ahogaba pero sus brazos ni siquiera rozaban a Marduk, quien lo jaló hacia sí, saliendo del armario, tirándolo al suelo intentando hacer el menor ruido. El demonio intentaba dar bocanadas de aire, babeando y mordiendo la tela.
Cuando Marduk lo tiró al suelo deje de ver lo que sucedía por mi posición desde el cajón, salí lo más rápido que pude, tanteando, rasguñando la madera y abriendo de golpe la otra puerta del armario. Mis piernas estaban adormecidas, me faltaba la respiración, todo me daba vueltas mientras ellos forcejeaban en el suelo, Marduk recargaba su rodilla en la espalda del demonio, manteniéndolo boca abajo y ahogándolo con la tela. Su rostro estaba rojo por el esfuerzo, apretaba los dientes, parecía que sus venas iban a explotar por la presión. El demonio se retorcía de un lado a otro, intentando zafarse, ladeando los brazos a los lados y dando gritos ahogados para alertar a sus compañeros, quienes se reían en el piso de abajo, totalmente ajenos a la pelea.
—¡Shhhhhh! ¡cállate maldito imbécil! —le gruñó Marduk al oído.
En su desesperación comenzó a golpear el suelo con las puntas de sus pies, posiblemente no era escandaloso pero se escucharían los golpes en el techo de la planta baja.
—¡Venus, ayúdame con este idiota! —el susurro de Marduk fue agresivo, pero me hizo entrar en razón. Él tenía las manos y sus piernas ocupadas manteniéndolo en el suelo, me tocaba buscar cómo callarlo.
Mire por toda mi habitación, buscando algo que pudiera usarse como arma. Tomé el paraguas de metal que me había dado mi abuela, agarrándolo del puño y golpeando su cabeza con la contera. Le di una, dos, tres veces, esperando que guardara silencio, pero entre más lo golpeaba azotaba con más fuerza sus pies el suelo, hasta que la contera, acabada en punta, perforó su cráneo.
Primero sentí como se hundía en la carne, arrancando cabello, piel y sangre cada vez que alzaba el paraguas para golpearlo de nuevo, salpicando todo a su paso y dejándome en el mismo trance que cuando asesine al demonio aquella noche.
Sentía como chocaba contra el hueso, como lo fracturaba y al final como lo perforaba, llegando a una masa suave y húmeda. Solté el paraguas y se quedó ahí, firme, clavado profundamente.
Él ya estaba quieto, Marduk lo soltaba lentamente, chiflando con suavidad.
—Creo que no necesito enseñarte a dejar de ser tan inútil, eres mortal por ti misma. —se rio, pero yo sentía mi cuerpo quebrándose con cada gota de sangre que golpeaba el suelo. Su cabeza, a pesar de estar cubierta por una tela perforada, estaba machacada, hecha un amasijo de carne y cabello y yo no podía dejar de mirar lo que había hecho.
Mis manos de nuevo no estaban manchadas, a excepción de unas gotas de sangre, estaban rojas por el esfuerzo, pero yo sentí que de ellas chorreaba sangre.
Marduk sabía perfectamente el daño que me causaba que se burlara de mí, no me iba a tener compasión, no me iba a abrazar o a decir que todo estaba bien, haría todo lo posible por hundirme más y se reiría mientras lo hacía. Me arrastraría con él a la miseria, hasta convertirme en la misma escoria que él y ni con eso estaría satisfecho.
—Vámonos antes de que encuentren la sopa que hiciste. —se rio suavemente, asomándose al pasillo. Esa era su risa original, podía sentirla, no era su risa sarcástica, ni de superioridad, era similar a un chillido de rata y a la vez como un cerdo chillando. Se sacudía, inclinado sobre mi puerta, y a pesar de mantener su forma humana podía ver al monstruo que era, con sus ojos sin párpados achicándose mientras su boca se hacía más y más grande, encorvándose sobre su espalda esquelética llena de cicatrices.
ESTÁS LEYENDO
Crónicas del Infierno: Entre Demonios y Leyendas
General Fiction"A menos que se presenten guerras, epidemias u otros factores de destrucción. El constante exceso de población debía conducir a una fuerte competencia por los recursos y así la eliminación de los más débiles en la implacable lucha por la supervivenc...