Un demonio sobre los hombros

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4 horas antes de la explosión:

Había sido un día duro.

La maestra de biología me había mandado al cuerno tras entregar la bibliografía de mi trabajo con pluma.

Saqué 5.9 en mi examen de matemáticas, sin posibilidad de subir a 6.

Mi grupo de amigos más cercano había comenzado a pelear y habíamos terminado disolviéndonos por nuestro lado cada quien.

También había estado lloviendo las últimas semanas, llegué tarde -y de mal humor- al autobús, descubrí que se había ido y tuve que caminar en el lodo de camino a casa.

Así que al llegar a casa sólo quería darme un baño caliente, dormir un rato y posponer mi tarea de Lectura del día siguiente. Estaba cansada y sola, mis padres trabajaban en una empresa de producción de armas blancas, por lo que nunca estaban en casa cuando regresaba de la escuela, sólo los fines de semana y las últimas horas de la tarde.

Me quité los zapatos sucios y los deje en la entrada, incluso deje que mi mochila se arrastrara por el suelo mientras encendía las luces, la casa era mucho más oscura de lo normal durante los días nublados.

Suspire a mi pesar. Hasta que un escalofrío me recorrió de la cabeza a los pies. Me estremecí con violencia mientras se erizaba el vello de mi nuca, inconscientemente me fuí encogiendo hasta quedar en posición fetal. Sentía el terror exacto de como si estuviera en una película de miedo japonesa apunto de descubrir al monstruo.

Ese momento era como si algo en mi interior se hubiera roto. Algo en el fondo de mi alma había quedado dolorosamente irreparable y sin remedio, dejando la sensación de vacío y una paranoia de que alguien me observaba atentamente.

Siempre me había sentido como una encarnación de la desgracia, rodeada de malas decisiones y con mi alma sin ninguna virtud, pero ahora sentía que parte de todos los sentimientos negativos -furia, rencor, tristeza, desesperación- se habían hecho unos cuantos centímetros al lado dejándome respirar, como cuando echas agua y aceite, están en el mismo entorno pero no se mezclan, solo se quedan cohabitando en el mismo sitio.

Estaba pálida cuando abrí la puerta de mi habitación dispuesta a descansar y olvidarme de todo cuando lo ví.

Había algo en mi cama.

Recortado contra la luz y visto de espaldas parecía casi humano. Una espalda esquelética llena de cicatrices y llagas; sus brazos, aferrados a las sábanas con dedos terminados en zarpas cuyas puntas dejaban el tono blanquecino nauseabundo a tornarse negras como el alquitrán.

Estaba desnudo, sin cabello.

Era horroroso verlo de espaldas.

Y se dio la vuelta.

Él giró lentamente su cabeza a la par que abría la puerta de mi habitación.

Parecía que le habían cosido los párpados; dejando unos ojos con pupilas de gato diminutas, casi inexistentes, tenía una mirada que reflejaba una maldad tan grande en unos ojos tan enormes que di un paso atrás. Su boca era el doble de grande de lo normal y sin labios que la cerrarán, dejando unos dientes puntiagudos y chuecos dando la apariencia de una sonrisa. Parecía que se había arrancado la nariz, dejando solo los orificios con horrendas cicatrices...

Era la cosa más horrenda que había visto en mi vida.

Y a pesar de mi mala suerte y mis malas supersticiones nunca creí en los cuentos de ángeles y demonios. Pero ahora estaba un morador del infierno mismo frente a mí. Una criatura horrenda con un intento de parentesco humano que me hacía querer gritar y salir a pedir la ayuda divina de Dios.

Crónicas del Infierno: Entre Demonios y LeyendasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora