Mi Vida Diaria

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No puedo recordar con exactitud la manera en que mis sentimientos se fueron acumulando, pero recuerdo exactamente el día en que se hicieron insoportables.

Aquel día desperté, tal como lo hacía desde hace años, a la salida del sol, pero algo se sintió diferente desde el primer momento. Me preparé para mis labores diarias y me alimenté con pan y carne seca, cuyo sabor estaba tan grabado en mi paladar que comer tierra habría sido mejor variedad. Comencé a arar el campo para la temporada de primavera, alimenté nuestros animales y usé el tiempo libre que tenía para leer uno de los pocos libros que teníamos.

Me llamaban en particular la atención los libros que hablaban sobre la conformación de nuestras tierras. El mundo parecía tan grande... Mi padre, un hombre tosco pero sabio, había vivido escapando de los enemigos de la nación desde pequeño. Sus padres fueron asesinados en uno de los ataques, y su juventud la pasó refugiado cerca de la frontera con el mar. Allí conoció a una bella muchacha que sería mi madre. Gracias a ella pude soportar hasta ahora. Bueno... Gracias a su recuerdo. Ella amaba el mundo, a pesar de sus horrores; amaba a mi padre y me amaba a mí. A menudo, la imagen de su rostro iluminado por la luz de la luna, mientras contaba historias sobre la belleza del mundo, se hacía presente en mis pensamientos.

Pero las cosas eran difíciles desde que ella no estaba, y su ausencia se hacía sentir en cada rincón de nuestra vida. La melancolía se mezclaba con el deseo de aventura, y la incertidumbre sobre la verdad de su muerte pesaba en mi corazón. Mis preguntas sin respuestas resonaban en mi mente, y la idea de explorar el mundo se volvía más imperativa.

Creo que la añoranza por mi madre también era una razón por la que no aguantaba más este lugar. 

Ella me enseñó a leer, cosa peculiar entre la gente de nuestra clase. Es debido a eso que he podido tener información sobre el mundo que se encuentra afuera de los deslucidos cercos del campo, y sobre aquellos muros de ciudades lejanas que pude ver en mis momentos de mayor valentía.

Tras dejar mi libro, tomé mi fiel caballo y me aventuré una vez mas hacia las planicies del oeste. Era un juego recurrente poder ver qué tan lejos llegaba cada vez que iba hacia allí. Después de unas horas, pude ver nuevamente las murallas de Narbuli. Hace años que sufría ataques desde el mar, y la imponencia que alguna vez me generaba se desvanecía con cada piedra que caía y no podía ser reconstruida. Permanecí en aquel lugar un tiempo, como lo hacía de costumbre, alimentando a mi caballo y disfrutando el silencio bajo el sol del invierno que quedaba atrás.
Cuando tomé las riendas y me di la vuelta para regresar, una sensación en mi espalda me impelió regresar sobre mis pasos. El paisaje, que en tantas ocasiones habia observado, ahora parecía muy distinto. Me descubrí solo, y entendí que no había mucho mas que perder en ese casi invisible mar o en ese lejano montón de piedras que lo que tenía que perder en un campo empobrecido.

Hacía tiempo reconsideraba el curso de mi vida, pero ese día pareció ser al fin cuando tomé la decisión. Mi vista se perdía en el horizonte, más allá de las murallas de aquella capital, más allá de la pradera interminable que llamaba hogar. Allí trabajábamos la tierra e intercambiábamos los pocos cultivos que cosechábamos por alimentos o elementos útiles con los comerciantes que pasaban por el lugar, y aunque agradecía la seguridad de esos campos, mi mundo era una partícula de polvo entre todo aquello que en mis libros y mapas había aprendido que existía.

Mis únicos contactos con el mundo real eran los comerciantes, y los envidiaba un poco por tener la libertad de explorar más allá de la pradera. Siendo sincero, era una buena vida. No me faltaba para comer, y no la pasaba mal, pero estaba cansado de ver solo pradera y murallas decadentes. Mi padre era estricto y desconfiado, y siempre le comprendí debido a su pasado, marcado por la violencia, pero por su causa mi experiencia de vida era sumamente limitada. No me permitía acercarme a ciudades o pueblos ajenos, ni preguntar a los comerciantes demasiado sobre otros lugares, pero la curiosidad latente en mí anhelaba más.

Ni los campos, ni los animales, ni la carne seca llenaban la multitud de vacíos que en mí se acumulaban, y las ataduras de mi vida en aquel sitio se habían liberado. 

En aquel regreso a casa, el aire fue inexplicablemente liviano. 

Crónicas de una travesía inesperadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora