La promesa

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Marcela Bassi Parker

Felipe y Daniela eran como dos caras de la misma moneda. No sólo vivían a unas casas de distancia, sino que curiosamente habían comenzado a compartir sus vidas desde el jardín infantil, uno que ya demolieron para construir un edificio muy elegante.

Les entretenía pensar que cuando sus madres estuvieron embarazadas seguramente debieron de haberse encontrado en algún supermercado o en la feria de frutas y verduras, por lo que ellos acostumbraban decir que se conocían desde antes de nacer. Daniela lo molestaba diciéndole que se veía ridículo todo enroscado en la guata de su madre.

Pero lo que los unía irremediablemente a un destino común era la promesa de amistad que habían jurado antes de ingresar a estudiar, un paso que a ambos asustaba bastante, pues irían a colegios distintos. Este era un acuerdo que los amarraba para toda la vida y que ambos habían firmado con dibujos en un papel. Luego lo habían enterrado en el jardín, de la casa de Felipe, pues allí también se encontraba enterrado Max, el perro que le regalaron sus abuelos para una Navidad y que murió atropellado. Junto al perro, otros insectos y animales se habían agregado a este cementerio involuntario que ambos niños regaban y cuidaban. A pesar de que no se veían durante las mañanas, pasaban el resto del día recuperando el tiempo que ellos llamaban perdido por culpa de las clases.

En Viña del Mar muchos pensaban que eran hermanos, primos o algo por el estilo, debido a que siempre iban juntos a cualquier parte, incluso de compras con las diferentes mamás, quienes se habían acostumbrado a la compañía de ambos.

Sin embargo, pronto Felipe aprendería que algunas cosas en la vida toman otro curso, pero nunca se imaginó lo doloroso que sería el cambio.

Los días martes, miércoles y viernes se encontraban en 8 Norte con Libertad y juntos tomaban la micro que los acercaba a sus hogares en el Jardín del Mar. Esos días eran sagrados, debido a que eran los únicos en que lograban hacer coincidir los horarios de salida de los colegios; por esta razón, Felipe se preocupo muchísimo cuando Daniela faltó.

Lo primero que se le vino a la cabeza fue que algo podía haberle sucedido en el camino, por lo que se puso la mochila al hombro y partió lo más rápido que pudo por avenida 8 Norte, luego siguió por 7 Norte, pensando en tomar un atajo. Antes de llegar al colegio se encontró con algunas de sus compañeras que venían de vuelta de clases.

―Hola, Cota, ¿has visto a la Dani? ―preguntó colorado por la rápida caminata.

―Hola, Felipe ―le contestó la Cota, una de las mejores amigas de Daniela―. La Dani se sintió mal en la mitad de la clase de historia; la llevaron a la enfermería y luego vino la tía a buscarla.

―Estaba pálida como un papel ―agregó Rosario.

Felipe tomó la micro y se fue directo a su casa. Desde allí llamó a Daniela, pero su mamá le dijo que estaba descansando y que no podía hablar con ella en ese momento. Preguntó si podía ir a verla, pero esta le sugirió que lo dejara para mañana.

Tampoco logró verla al día siguiente ni al subsiguiente. Habló por teléfono con la Cota, quien le dijo que no había ido al colegio en toda la semana y que tampoco había logrado comunicarse con ella.

Felipe pensó que a lo mejor Daniela tenia alguna peste o algo por el estilo, pero no quedó tranquilo hasta que logró hablar por teléfono con ella.

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