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—¡Mierda! —exclamó Edward mirando su teléfono—. Anna levántate, ya es tarde.

—Déjame Tengo sueño— musitó Anna arropándose la cabeza.

—Anna Que te levantes¬— chilló Edward halándole la sabana.

Anna se sentó a la orilla de la cama bostezando, así se quedó largo rato sin reaccionar. Edward por su parte se metió rápidamente al baño, se cambió y bajo a la cocina. Mientras Anna se duchaba y se vestía, este preparo un par de sándwiches con queso y sirvió jugo de naranja del refrigerador.

—¡Anna! — Gritó Edward—. Apúrate que no tenemos todo el día.

—Ya bajo dame un minuto— respondió Anna mientras peinaba su cabello.

«Estúpido cabello que no colabora» discutió Anna consigo misma.

Anna bajo poco después, desayunaron rápidamente y salieron a tomar el autobús. De camino al colegio Edward recordó la cajita blanca que había dejado sobre la mesa, pensó abrirla cuando llegara a su casa.

Llegaron y se dirigieron directamente al aula, la clase estaba a punto de comenzar.

—¿Dónde se habían metido? —susurro Ben.

—Nos quedamos dormidos— contesto Anna—. La alarma no ha sonado.

—¿tu dormiste en casa de Ed? ¬—preguntó.

—Sí, es que mi tía salió nuevamente de viaje—explicó Edward—. Y como Anna es la que más cerca vive de mi casa, pues la llame para no quedarme solo.

—Esta mañana me he conseguido con el gilipolla de Zael— informó Ben—. Me pregunto que, si no te había visto, parecía molesto, ¿ha pasado algo?

Un escalofrió recorrió el cuerpo de Edward, como si le hubiesen lanzado un balde de agua helada. Iba a tener que tomárselo mas enserio, la amenaza era real; no sabía hasta que extremos era capaz de llegar Zael, pero al parecer, estaba ante un peligro eminente.

—No Nada—titubeo Edward—. Sabes como el, siempre quiere estarme molestando.

—¿Me cuentan eso que es eso tan interesante como para no prestar atención a la clase? —interrumpió la profesora Evanot señalando a Edward y a Ben.

—Lo siento profesora— se disculpó Edward—. No volverá a pasar.

—Eso espero Pines— aseveró la profesora—. De lo contrario me veré en la obligación de enviarlo a usted y a su compañero a la dirección.

Edward intentaba concentrarse en lo que la señorita Evanot estaba explicando, pero en su mente no cabía otro tema que no fuese el de la supuesta amenaza, estaba asustado, no sabía cómo reaccionar ante aquella situación. Suspiro con el corazón acelerado, comenzó a sentir como un sudor frio se deslizaba por su frente. Se levantó de su puesto y pidió permiso para ir al baño, necesitaba un poco de aire fresco y quitar el sudor de su cara.

Paso a uno de los lavados, en el baño solo estaban un par de chicos conversando y fumándose algunos cigarrillos, se miró al espejo y sorprendido vio cómo su cara esta tan enrojecida como un tomate y el sudor no cesaba.

«¿Qué pasa conmigo?» pensó para sus adentros, «No es más que otra broma por parte de ese idiota». Seco su cara y se marchó nuevamente para el salón. Intento obviar ese tema, aunque le resultaba casi imposible, este repicaba cada vez más en su mente.

Las clases concluyeron, Edward pensó en pasar por la biblioteca para informar sobre el incidente con el libro. Conecto sus auriculares y la música comenzó a borrar todo pensamiento, la música era como su droga, cuando se colgaba los audífonos se olvidaba que existía un mundo exterior. Luego de un rato caminando sintió como si alguien lo estuviese siguiendo, se dio vuelta y en efecto, vio como una silueta se aproximaba hacia él. Al principio no podía distinguir de quien se trataba, aunque poco después noto que, por desgracia, se trataba de Zael. La sensación de miedo invadió nuevamente su cuerpo, sus piernas comenzaban a flaquear y su corazón se aceleró de golpe. Se echó a correr lo más rápido que pudo, pero el otro chico fue más veloz alcanzándolo fácilmente tomándolo por el cuello de la camiseta y ciñéndolo contra la pared.

—¡Juro que no diré nada, pero no me hagas daño! —suplicó Edward.

—Te dije que tus acciones tendrían consecuencias— matizó Zael.

—Pero Si yo no he hecho nada— chilló Ed mientras sentía como sus ojos comenzaban a cristalizarse, realmente estaba asustado.

—¡Shhhh! Sera mejor que guardes silencio— apuntó Zael colocando su dedo sobre los labios de Edward—. Si no lo haces te puede ir peor, tú decides.

El pobre chico cerro sus ojos, ya de nada valía decir algo así que solo se preparó para lo peor.

noches de otoño.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora