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Introducción

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Lunes 17 de agosto de 2009

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Lunes 17 de agosto de 2009


La primera vez que pisé Lander tenía diez años y no más que dos dedos de rizos castaños. En mi sonrisa había un diente ausente y usaba un tutú rosa que me hacía parecer un algodón de azúcar.

La tía Luna quería que fuera obvia mi condición femenina, pero se excedió un poco y lo supe cuando tardé cinco minutos tratando de entrar en el autobús escolar y otros diez intentando sentarme. Lo segundo lo logré gracias a que los dos lugares de adelante, esos que amenazan con sacarte por la ventana cada vez que el conductor frena, estaban vacíos. Ocupé ambos y tuve que soportar las risas de los que, según mi psicóloga, debían ser mis amigos.

"Gracias, doctora", resopló Taby frustrada y entonces supe que mi día no había empezado de la mejor forma.

Taby es una pequeña vocecita intensa que me acompaña a todas partes. Recuerdo habérsela mencionado a la señorita Lance —mi psicóloga en ese entonces—, pero ella me miró como si tuviera dos cabezas y un problema que requería que fuera internada. Así que fingí haber estado bromeando y, desde ese día, una pequeña y frustrante miniyó, con nada de filtros, dice en mi cabeza todo lo que yo no diría. Somos como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Por supuesto, yo soy la buena, y ella... dejémoslo en que no lo es tanto.

Esperé a que los niños se bajaran de la ruta para luchar con el vestido. Ese día me prometí que ser bailarina jamás sería una opción. Para tener diez años, tenía convicción; había eliminado una carrera del futuro por unas mallas que me daban piquiña y unos estúpidos guantes que habían quedado atados a la barra de la ruta.

—¿Necesitas ayuda allí, niña? —cuestionó el chofer y tuve que asentir, incapaz de esconder el ardor en mis mejillas.

El timbre que nos invitaba al auditorio por la inducción inicial del año sonó en el preciso momento que mis pies tocaron el piso adoquinado de la secundaria, luego de allí siguieron lotes y lotes de hermoso jardín. El más verde que había visto.

Lander, la escuela de los Sharks, la mejor en la ciudad y, por si fuera poco, la quinta en el país.

—Pareces un chicle —dijo una hermosa chica de largo cabello y acento extraño, apareciendo a mi lado.

Tenía el cabello más rubio que había visto en mi vida y sus coletas se extendían hasta el principio de su cintura. También llevaba una blusa de tirantes, encajada en unos pantalones con boca ancha, demasiado ancha.

—Vas a volar. —Señalé sus pantalones, pero toda la respuesta que obtuve fue una explosión de baba y dulce.

Fue asqueroso... y grandioso. La niña quitó el chicle con sus dedos pintados de barniz negro y lo llevó a su boca antes de escupirlo en mitad de la grava. Casi creí que había hecho algo mal, pero ella me sonrió y extendió su mano llena de almíbar rosa para mí.

La no tan ordinaria vida de Tabatha [AUDIOLIBRO DISPONIBLE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora