Cuando las cosas no van bien

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El tren había llegado a la estación, el constante traqueteo y el movimiento del vagón le habían adormecido bastante, por lo que tras comer la comida que recibió de las manos de Uraraka el chico de las pecas se durmió. Había sido un camino bastante largo, del cual pasó la mayor parte del tiempo dormitando. En una ocasión, mientras estaba sentado en su asiento, una fan se acercó discretamente para pedirle una foto y él con una gran sonrisa aceptó. Siendo famoso era muy usual que los fans se acercasen a ellos para pedirles una foto, aunque a veces algunos fans se pasaban de la raya, cosa que no ocurrió con esta fan que con mucha educación se acercó a él. Cuando se volvió a sentar se tapó un poco más el cabello con el gorro, solo habían hecho falta un par de mechones de su pelo para que le reconociesen, quizás debería hacer más caso a Iida y tapar mejor su identidad.

Ya con los pies puestos en el suelo, Izuku paseó un poco por su ciudad natal antes de marchar a su hogar. Fue al parque donde jugaba con Kacchan cuando eran pequeños, visitó su instituto donde conoció a sus amigos y anduvo un poco por las callejuelas, hasta que por fin, como si no pudiese evitarlo, llegó a su casa. Su barrio apenas había cambiado, la calle donde creció seguía siendo la misma y su hogar le esperaba. Antes de que pudiese insertar la llave en la ranura para abrir la puerta, se abrió dejando paso a una mujer de media edad y de baja estatura. La mujer se abrazó al cuello del adolescente mientras el chico solo podía recibir de manera torpe el abrazo.

-¡Izuku!- exclamó Inko llorando sobre el hombro de su hijo. Tras unos instantes, se separó de su retoño y lo observó fijamente. Ahora estaba mucho más alto y mucho más mayor. Había estado un largo tiempo sin verle y la mujer no pudo evitar que las lágrimas salieran al ver a su retoño.

-Mamá...- fue lo único que susurró Midoriya mostrando una torpe sonrisa. Estaba aguantando las lágrimas, intentando ser fuerte, se le había hecho muy duro separarse de su madre cuando tuvo que irse a UA.

Después de todo, esa mujer le había dado todo lo que había tenido cuando su padre los abandonó. Le había criado sola, le había enseñado todo lo que sabía y sabía que para su madre, él era lo más importante, por lo que se aseguraba de llamarla a diario para decirle que estaba bien.

-¿Estas comiendo bien? Espero que no hagas preocupar mucho a tus compañeros... ¿Cómo ha ido el viaje? ¿Algún incidente..?

-Tranquila, mamá...- cortó Izuku el discurso de su madre que le seguía analizando, asegurándose de que su hijo estaba completamente sano.

-Has crecido mucho, Izuku.

Sintió como sus músculos se tensaban. No esperaba oír la voz de su padre, ni mucho menos encontrárselo apoyado en la puerta, esperándole. No pudo fingir indiferencia, su rostro se contrajo en un gesto de molestia y de sorpresa. Fijó su mirada en su madre, pidiéndole de forma muda una explicación.

-Preguntó cuando ibas a visitarme. Dijo que quería verte. No pude negarme, Izuku. Después de todo es tu padre...

No esperó a que su madre terminase de hablar, pasó por el lado de su padre y avanzó hasta su habitación. Ese hombre iba a estropear aquellos días que iba a pasar junto a su madre. Se encerró en su cuarto y se tumbó en la que había sido su cama cuando era más pequeño.

Su padre le había abandonado cuando tenía 4 años. Un día, simplemente, desapareció sin dar explicaciones. Durante su infancia y parte de su adolescencia no tuvo noticias de su padre. Vivió la mayor parte de su infancia con la familia Bakugou, tanto él como su madre habían sido uno más. Consideraba a Kacchan como su hermano mayor, y a Bakugou Mitsuki como su tía. Sin aquella familia, hubiesen estado perdidos, pues su madre no trabajaba cuando su marido se fue y apenas tenían ahorros. En esa situación y casi al borde de perder su hogar, los Bakugou les tendieron una mano.

La canción de nuestro amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora