No tengo qué.

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Alejandro bajo del auto negro ya vestido con un traje que le incomodaba usar por las juntas con sus vecinos del norte.
Ahora mismo no sabía cómo sentirse con respecto a los rumores que empezaban a brotar de él y Antonio; sabía que no eran nada, pero eso podía desatar dos posibles sucesos.

Número uno: tener más acercamiento al Español.
Número dos: terminar alejándose de él, más de lo que ya estaban.

Era un fastidio, ¿Cómo pudieron ser tan descuidados? Si bien otras naciones estaban bien en mostrarse afecto entre ellos, sin que tuvieran que ocultarse de sus políticos, gente y entre las demás naciones. Como el caso de Alemania e Italia.

Las cosas entre España y México no serían sencillas como la gente lo pensaría. Tendrían en su centro, su gente, pensar en ellos primero sobre los antecedentes de ambos; los vecinos y conocidos cercanos, a los latinos no les importaba sí ellos dos tuvieran una relación, pues desde que eran pequeños vieron a México, en aquel entonces cuando eran colonias, Como a un hermano mayor y lo apoyarían, y además digamos que “cada quién hace con su culo lo que quiera”.
En cambio, algunos de los demás países se les haría raro verlos juntos, sobre todo porque hubo algo entre Romano y Antonio, como para también Alfred y Alejandro. Solo que ellos no sabían que Alejandro y Antonio tuvieron algo, mucho antes que ellos.

— Señor, lo estábamos esperando. —Mencionó una joven mujer vestida adecuadamente para esa ocasión, recibiendo a México al entrar en la casa de los pinos, donde por lo regular se hacían todo estos compromisos.

Caminaron en silencio por los ya conocidos pasillos de aquella casa, Alejandro no dejaba de mover sus dedos con nerviosismo, no tenía por qué hacerlo, no tenía que ocultar nada pero tampoco quería mostrar o dar explicaciones de su situación.

Lo que esperaba era por lo menos que Alfred no estuviera enterado de nada, que nada se haya difundido y sobre todo, sino, tendría que tomar medidas drásticas para saber quién tomo las fotos, empezando por pedir ayuda a uno de sus amigos que sabía sobre ello, un ruso amigable.

La señorita abrió la puerta y dentro de la sala se encontraba a la persona que quería ver y a la que no.

— Oh man!, Finally u arrive. — Exagero el estadounidense.

— Al, you're very impatient. — Contesto el canadiense.

— Perdón, perdón, tuve que hacer unas cosas, por cierto, la regla número uno, la están rompiendo. — Respondió el mexicano, sentándose en  el sofá color chocolate donde estaba los rubios.

— Lo siento, no lo recordé. — Dijo apenado el canadiense, oh sí, esa regla que tenían ellos tres para entenderse mejor. Consistía en hablar el idioma oficial del país, durante su estancia, y para ellos era difícil el español, y eso que Alejandro se apiadó de sus almas porque sino estaría obligándolos a hablar todos los demás idiomas de sus pueblos indígenas.

— Bien, están aquí por asuntos de comercio, empecemos con ello. — Sin ya tanto movimiento por parte de los tres representantes de las naciones de norte América se dispusieron hablar sobre los asuntos que tenían pendientes y otros que podían sugerir a sus jefes, sobretodo con el nuevo jefe de Alfred, que ese odiaba no solo a México como país, sino al representante, en parte le causaba totalmente un disgusto; pero tenía que aguantarlo.

[ . . . ]

Después de casi una hora ya todo estaba acordado, no era fácil hablar con esos hombres que discutían por todo y el ambiente cada vez más se hacía más tenso de soportar. Tuvieron que terminarlo rápido para que esa sala no fuera un centro de batalla y después salir de la sala de juntas y tener que fingir una forzada sonrisa de que todo estaba bien y todos eran amigos.

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