3er Acto

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La nieve había tomado el protagonismo en la concurrida ciudad. El viento se movían entre las calles, llegando a golpear los vidrios de la hermosa residencia que se encontraba en un sector privado en el barrio de de Ginza.

Yūri no podía percibir el frío a pesar de que sus píes estuvieran descalzos. Caminaba con torpeza por los alargados pasillos mientras que sus manos se agitaban apenas en el aire. Sus enormes ojos chocolate estaban ahogados en lágrimas, a medida que pequeños sollozos se escapaban de sus labios.

—¿A dónde estás yendo, Yuu—kun? ¿Qué te pasó, mi bebé?—

Había sido interceptado y levantado con cuidado entre los brazos de una hermosa mujer. Yūri contra su pecho la miró. Ella tenía rasgos delicados y elegantes, su sonrisa era apenas una curva en los pequeños y carnosos labios, pero eran suficientes para llenar de felicidad al infante. Balbuceó algo similar a "mamá" en su voz aguda.

—Aquí estoy, no pasa nada, mi amor...—

Ella utilizaba un tono sutil, rebozando cariño en cada uno de sus mimos que se deslizaban por su pequeña espalda. Era tan cálida que en cuestión de segundos las lágrimas habían cesado y tan sólo se acurrucaba contra el hombro materno.

—¿Qué le pasó a mi pequeño guerrero?—

Los parpados de Yūri se abrieron y una sonrisa amplia se marcó entre las regordetas mejillas. Sus manos dejaron de aferrarse al kimono de su progenitora para extenderse en dirección al hombre que estaba en frente de él. Este le respondió tomándolo, cargándolo en el aire antes de abrazarlo firme.

—Los guerreros no lloramos, Yūri. ¿Qué pasó? ¿Yuzu—kun te sacó tu muñeco?—

El niño negó con su cabeza, mientras que se escondía en el cuello de su padre. No mencionaba palabra alguna, pero se refugiaba en aquel aroma familiar, ese que mezclaba una sutil fragancia a café con madera.

Ambos adultos le dirigieron pequeños mimos, acariciando sus finos cabellos oscuros mientras le susurraban palabras de cariño. Aquel murmullo era como un canto para sus oídos, uno que lentamente se fue alejando. A pesar que las pequeñas manos de Yūri se aferraban, sentía que todo se desvanecía hasta que de repente estaba envuelto en la soledad y el perpetrarte silencio.

Hasta ese momento había mantenido los parpados cerrados, intentando sostener el calor familiar, pero cuando el frío llegó hasta su piel tembló ligeramente. Ellos no estaban, esa calidez era tan sólo una ilusión.

Abrió los ojos con cuidado, tan sólo para descubrir que ya no se encontraba en compañía de sus padres, sino recostado sobre una enorme cama en una habitación desconocida para él.

Le dolía fuertemente la cabeza, por lo que se giró apenas entre las cobijas y encogió su cuerpo.

La tristeza abrazaba su pecho con fuerza, porque era la primera vez que soñaba con respecto a sus padres. A pesar de tener casi diecisiete años, hasta ese día Yūri había tenido dudas sobre su origen, pero jamás había indagado sobre ellos, ¿Por qué ahora podía verlo tan nítidamente? ¿Era eso un recuerdo o tan sólo una ilusión impulsada por la fotografía? Cualquiera de las respuestas posibles hacían doler su corazón.

Le hubiera gustado quedarse allí, llorando en un rincón, pero era consciente que no podía. Se encontraba en un sitio desconocido. La habitación era amplia, con muebles de gran calidad que combinaban a la perfección con la elegancia de las paredes y piso de madera. Tenía un ligero estilo oriental, al igual que el jardín que podía apreciar a través de la ventana.

Le costó moverse, le dolía el torso, pero como pudo se sentó en la cama. Su mirada alerta se deslizó por los alrededores notando sus lentes en la pequeña mesa de luz, tomándolos de inmediato para tener una imagen más concisa de su entorno.

Rise as GodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora