4to acto

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Aquella mañana la ciudad de Tokio estaba sumida en un manto blanco. Los copos de nieve habían caído durante la madrugada y el aire frío recorría la vegetación seca.

Yūri al ver este paisaje pensó en su hogar en Detroit. También, recordó el buen sabor de los desayunos caseros de su padre Celestino y de su amena rutina escolar. Había pasado tan sólo unos días desde que su mundo había cambiado, sin embargo, sentado en aquel enorme comedor sentía que cada escena era como un sueño.

"Uno demasiado excéntrico", se atrevió a pensar.

Su mente aún estaba procesando ese nuevo rumbo, pero aunque constantemente le pareciera estar viviendo una broma, no se detenía.

Desde su llegada a la residencia Katsuki se percató de que el sistema de convivencia era como un reloj, siempre precisos y puntuales. El desayuno se servía en la mesa a las siete de la mañana en punto, mientras que todos los residentes de la mansión se sentaban a consumir sus alimentos envueltos en un dulce aroma.

Yuzuru siempre estaba a la cabeza, tomando varias tazas de té que se combinaban con platos tradicionales japoneses como el arroz o sopa. A su lado, Javier y Viktor optaban por un menú más europeo, mientras que el más pequeño de todos, aquel que apodaban "Yuri" degustaba cualquier cosa que se le pusieran en frente. Los días que Leroy los acompañaba era quien mantenía viva la conversación, pero sino todo transcurría en pequeñas charlas triviales. Nunca se hablaba sobre nada especial durante la comida.

La mezcla de nacionalidad e idiomas no parecía un impedimento en aquella gente reunida. Al contrario, Yūri se había percatado desde un primer momento como todos parecían acoplarse a la perfección. Sin importar las discusiones o berrinches que pudiera armar el pequeño ruso, era natural el ambiente de convivencia. En aquel contexto su hermano se veía feliz.

—Debes probar esto, Yūri~—

Yuzuru le extendía entre sus dedos un bollo que parecía hecho al vapor. El más joven lo tomó y probó, sintiendo el dulce golpear su paladar con gusto.

—Es delicioso.— aseguró, asintiendo un par de veces. Consiguiendo que su hermano sonriera más.

—Lo es. Tiene miel y canela.—

—Estás engordando al cerdo, Yuzuru...— Yurakcha había comentado sin dudarlo, mirando a ambos de reojo. Los demás rieron de inmediato.

—Claro que no. Además con todo el ejercicio que está realizando es normal se alimente más.— se quejó de inmediato la cabecilla, haciendo una pequeña mueca similar a un puchero.

Yūri se sintió avergonzado, pero la forma amena en que los demás habían tomado la actitud de Yuzuru lo hizo sonreír también. No podía negar la sobreprotección a la cual sometido.

—Por cada bollo que le des se le sumará unos veinte minutos de entrenamiento.— sentenció divertido Viktor. Mientras una sonrisa llena de maldad se pintaba en sus labios.

—¡No es justo!— Yūri se lamentó por lo bajo, sintiendo que el alma se escapaba en un suspiro.

Todos carcajearon divertidos y el resto de la comida pasó con calma.

En unos veinte minutos los alimentos ya habían sido consumidos y cada uno estaba dirigiéndose a sus actividades. Leroy había buscado a Yuzuru para dirigirse a la empresa que manejaban en el corazón de Ginza, mientras que Yūri le tocaba largas horas de entrenamiento junto con Viktor. En la misma sala, Javier y el menor de los rusos se estaban preparando también para ejercitarse.

—El cerdo manifestó su aura en Estados Unidos y el poder que sentí en ese momento fue brutal. Pero ahora... apenas puedo percibir su energía.—

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