6 meses atrás. Parte uno.

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No sé en qué momento cambiaron las cosas, puede que no fuera hace exactamente 6 meses, pero, a mediados de noviembre del 2017, empezaron las cosas extrañas; no estaba listo para lo que venía...

... «Nadie habría estado listo para lo que venía».

18 de noviembre, 2017:

He caído en la rutina, despertar, salir, volver y caer rendido. Dicen que el cuerpo es nuestro templo, pero, para mí lo es mi cuarto. A veces me parece una estación de carga, de donde salgo con un poco más de energía de la que tenía al entrar.

Mis días son, por lo general, normales. En cuanto logro levantarme de la cama. Después de una serie de pensamientos (entre los cuales está elegir qué haré primero) pongo algo de música. Lo que sea, reggae, rock, pop realmente viejo, la música que desde pequeño he disfrutado. Es una buena manera de comenzar el día.

Me encanta cocinar, no recuerdo una sola receta que haya hecho, porque la mayoría de las veces improviso. Así que preparo un desayuno (cuando hay qué hacer) y espero que salga bien. Después de comer, reviso mi ropa y mi mochila, verifico que haya cualquier cantidad de cosas que pudiera necesitar: una toalla pequeña, una camiseta por si algo le ocurre a la que traigo puesta, líquido para mis lentes de contacto, el cuaderno donde siempre escribo y el libro en turno que esté leyendo; mi bloc de notas y lápices, el cargador de mi teléfono y alguna merienda (de nuevo, si hay qué merendar).

En la semana hay días en los que, por despertar temprano, aprovecho para salir a caminar. El clima de la mañana siempre es perfecto para aclarar la mente mientras doy unas vueltas a mi zona residencial. Vivo rodeado de árboles, así que tengo sombra y una fresca brisa que, cuando tengo suerte, se torna fría. Me gusta llegar hasta el minimercado y comprar algo para el almuerzo. Cuando tengo con qué comprar, claro.

«No siempre es así, no en éste país. Vivo en Venezuela».

No siempre hay qué comer, a veces puedes tener el dinero en la mano y no hay qué comprar. Otras veces, la situación es aún más cruel que eso, hay qué comprar, pero no hay dinero con qué comprarlo.

Mientras camino, puedo ver parte del daño hecho a éste país. Es increíble, reflejado solo a escasas cuadras de mi casa. Cinco pasos, veo basura amontonada; diez pasos, cenizas de lo que probablemente sea basura quemada; veinte pasos, oigo al señor que corta el césped pedir alimentos como pago; 50 pasos, un grupo de niños que no son de por aquí montados en un árbol, tratando de bajar sus frutos, probablemente no han comido nada en todo el día; 100 pasos, ya habré visto a viejos conocidos con apariencia de delgadez por la desnutrición; pude oír que el camión de la basura ya no pasa; dejé de contar los pasos, oír esto me abruma, pero en cierto modo me anima a continuar; hay carros cubiertos por el polvo, algunos sin ruedas, con el capó abierto y sin motor, o sin batería; «últimamente veo a mucha gente en bicis» —pienso; hay casas sin pintar, el descuido se apoderó de la mayoría de mis vecinos.

«Creo que ya vi suficiente por hoy, volveré a casa».

De camino a mi casa noté un olor extraño, repugnante e insoportable. Lo sabré yo, que tengo un olfato agudo. Era algo vomitivo, como si algún animal muerto tuviera semanas descomponiéndose. Pude notar que, a lo lejos, había unos perros amontonados peleándose por un bocado de lo que, supongo, era ese animal muerto.

Al momento solo podía pensar.
«Está realmente lejos, ¿Cómo es que el olor llega hasta aquí?».

Debía estar a treinta o cuarenta metros de dónde yo me encontraba. Traté de ignorarlo, supuse que los perros se encargarían de eso y, si dejaban algo sería problema de algún vecino.

«Pero, nunca resulta como lo piensas».

—¿Qué carajos? —Fue lo único que pude decir— Estoy seguro que uno de esos perros tenía en su boca una mano —Me cuestioné.
—Ya estoy alucinando, eso no puede ser verdad  —me dije a mí mismo, incrédulo ante tal imagen.

El Líder de los Caídos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora