Carrera contrarreloj.

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7:00 am

Ya no recuerdo lo que es dormir por ocho horas continuas. Me despierto siempre entre las 3:00 am y las 6:00 am. Tengo pesadillas, en las que siempre recuerdo la muerte de Juan, el cadáver que encontré en la urbanización; y los gritos de Mariam. Lucas y Sasha también han aparecido en ellas, a veces me persiguen, otras simplemente me asesinan.

En una ocasión me desperté a llorar, luego de soñar que en vez de Juan, era yo a quien Lucas le volaba los sesos.

«Ya perdí toda mi tranquilidad».

Habían pasado tres días desde mi encuentro con Sasha en el restaurante. Decidí investigar este asunto antes de responderle dónde nos veríamos para charlar y cuándo. Me quedaban 4 días, y el tiempo avanzaba muy rápido. Todas estas mañanas me había encontrado con Carlos en la parada del bus. Llevamos dos días investigando, indagando, pero hasta ahora, nada.

Acostado en mi cama, solo pensaba en esos días.

El primer día volví al restaurante, la señora de la registradora me reconoció. Me aproveché de eso para hacerle unas preguntas, al principio era muy dócil.

Comencé preguntando si recordaba a las personas que estuvieron conmigo ese día. Dijo que no.
Pregunté si recordaba a una mujer rubia acercándose hacia mi mesa y charlando conmigo.  —Querido, veo muchas caras al día. No podría reconocerlas todas, aunque quisiera —respondió.

Algo no encajaba.

Si hay algo para lo que soy realmente bueno, es detectar cuando alguien miente. Soy un excelente lector del lenguaje corporal.
Ella no hacía contacto visual. Usaba su mano derecha para girar un lápiz constantemente.

Ocultaba algo.

Me quedé mirándole fijamente por unos segundos, hasta que detuvo el movimiento del lápiz. De algún modo, forcé entre nosotros el contacto visual. Su expresión cambió, se sentía acorralada.

Y lo estaba.

Hice mi siguiente pregunta:
—¿Quién contrató al pianista? —Traté de sonar calmado—
Ella solo se dedicó a responder:
—Contratar el entrenamiento en vivo, no es parte de mis obligaciones
—señaló hacia la caja registradora.

Me estaba impacientando, pero sabía que no debía perder los estribos o todo podría resultar de la peor manera.

Carlos le preguntó a la señora quién lo había contratado. Ella en un acto de clara rendición dijo —honestamente, no lo sé. Pero no quiero continuar discutiendo con ustedes, así que pregunten al gerente —señaló hacia el bar—. Ahí un hombre esperaba, tenía baja estatura, barba y algunos tatuajes a los que que no di mucha importancia. Desde la distancia, nos hizo una seña para acercarnos.

El hombre solo se presentó como el gerente del sitio, y no dio importancia a nuestros nombres. Para empezar, le di un breve resumen de la situación, haciendo énfasis en que esa noche me habían enviado a comer dónde quisiera. Que solo había bastado con decir el nombre y lo cargaron a la cuenta de esas personas. La expresión del hombre cambió. Al principio era una ligera sonrisa, mientras se rascaba la barba y pretendía oírnos. Luego se tornó totalmente serio y se cruzó de brazos, después de mencionar los nombres, noté que ahora sí prestaba atención.

Algo me decía que aunque supiera, no diría nada.

—Oye, amigo, no te imaginas por lo que he pasado. Solo necesito respuestas —dije en un tono tranquilo.
Él sonrió, se mantuvo en silencio por un rato. Hizo un gesto con su dedo índice, como pidiéndome que esperara por lo que iba a decir. Bajó su mano al cabo de unos segundos, se inclinó hacia delante y dijo
—Escucha, mi pana. No esperes obtener respuestas de mí. No las tendrás. Lo único que podría decirte es que hay muchas personas aquí con cuentas abiertas, y, a la mayoría nunca les hemos visto la cara
—Comprendí que no quería colaborar—. Lo que nos importa es que nos paguen —sentenció, y se dejó caer sobre la silla.

El Líder de los Caídos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora