Viaje 01 Las Cartas Del Ángel

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Pasado: 1012 E.C.  Lowbawa.
J
ari no puede creer lo que ha descubierto en esta remota isla. La más antigua civilización que tiene catalogado. El idioma, la cultura, su historia; todo es nuevo y desconocido.
Pero eso no es todo, aún más sorprendente es la enorme entrada rodeada por una barrera natural de montañas. El hallazgo se vuelve más intrigante al adentrarse en aquel largo, oscuro y húmedo túnel que desemboca a unos 180 metros sobre el nivel del mar hasta la cúspide de la isla. Al final del pasaje, ¡una maravilla!
Las palabras se quedan cortas para describir la hermosura que rodea a Jari y a sus valientes hombres: la vegetación bañada por la dorada luz del sol, los coloridos pétalos de las flores, el rumor de las hojas mecidas por la fragante brisa, el delicioso trino de los pájaros, el zumbido de los insectos en busca del dulce néctar, los destellos de un arroyo cristalino que corre entre las rocas...
¿Te has imaginado como se crearon todas las cosas que hoy existen? ¿Qué fuerza dio origen a todo lo que es? Ellos tal vez sabían quién las creó, pero, ¿cómo exactamente? Jari lo observó, lo investigó y lo entendió; la verdad sobre la existencia humana y su origen, la verdad sobre este mundo.


Presente: 1492 E.C. Colón, distrito de Riguel.
En general, Colón es un poblado pobre en todos los sentidos. La gente que aquí habita, solo vive el presente y no saben si tendrán algún futuro. La guerra que duró cinco años dejó maltratada las casas y los corazones de los habitantes. La perseverancia de estas personas es de admirar. A pesar de las dificultades para conseguir alimentos y el tener que soportar las inclemencias del clima, no desisten. Aunque no lo dicen, desean de corazón que todo vuelva a ser como antes.
Ahora nos encontramos en el mercado: negocios con poca mercancía pero con vendedores amables, puestos con techos de tela, calles polvorientas y pregones débiles. Todo parece marchar normalmente; gente comprando, negociando y trabajando.
Una vez por semana, Yan se dirige a ver a su amigo Pierre después de comprar los víveres.
En el mismo complejo de su casa se encuentra la tienda de antigüedades de Pierre. Ésta es relativamente grande hecha de madera de acacia y adornos florales en las esquinas. El techo tiene la forma de una hoja curva con los costados levantados.
¡CHIRINNG!
—Hola Pierre, ¿qué tal? —gesticula cerrando la puerta tras de sí con la confianza que lo caracteriza—. ¿Alguna noticia para mí?
—¡Ho!... ah… Hola Yan. —Saluda distraído acomodando cajas—. Estoy bien, estoy bien, ahora un poco…
—¿Pasa algo? —añade bajando su enorme mochila al suelo para así relajar sus músculos y masajear sus hombros.
—Tengo una noticia para ti —informa desviando la conversación—. Pero antes de eso, me gustaría saber cómo has estado ¿Te sientes solo?
—¿Solo? —Frunce el ceño y niega con la cabeza—. No, para nada ¿Por qué debería sentirme sólo?
—Me enteré hace poco que ahora estás solo, con tu hermano —comenta tomando asiento para descansar un poco—. Me siento mal al saber lo que ha pasado con ustedes. Por eso, quiero que vengas a visitarme más seguido ahora que no hay nadie que cuide de ti.
Pierre es un hombre mayor que se mudó ya varios años aquí en Colón. Aunque es extranjero, él se ha ganado el amor y el respeto de la gente siendo justo y altruista. Durante la guerra, dio asilo y alimento a quienes podía en su casa. Por supuesto, no falta la gente que lo odie ¿Por qué? Simplemente porque es extranjero o por que ha progresado más que los demás.
—Espera, espera, ¿Quién te contó sobre…?
—Las malas noticias corren rápido. Además —asegura agitando el dedo hacia el muchacho—, siempre estoy pendiente de ustedes, de lo que haces y lo que no.
Hace aproximadamente 19 años, conoció a sus padres y a Yan, un niño curioso que apenas podía hablar. Hoy, él le quiere como a un hijo.
—Gracias por preocuparte por nosotros, pero estamos bien —miente con simpleza —. ¡De verdad!
Yan esconde sus profundas emociones de tristeza y miedo por vergüenza, porque no es propio de él demostrar que es débil. Se hace el invulnerable siempre que puede.
—No me lo creo —inclina su dorso hacia adelante apoyándose en sus rodillas—. No te hagas el fuerte conmigo muchacho; tal vez otros no se den cuenta pero yo sí.
—No es eso —refuta meneando la cabeza—, es que no quiero que nadie más sufra ni se preocupe por nosotros, no es para tanto. No te preocupes.
Pierre percibe que hay más detrás de aquellas palabras. Un sentimiento de culpa, quizás. No quiere insistir, así que decide nuevamente cambiar de tema.
—A propósito, quiero pedirte un favor. Quiero hablar contigo mañana, ¿podrías venir de nuevo? Es importante.
—Sí, ¿por qué no? Podré venir después del trabajo —explica acercándose a la barra—. Aquí estaré. ¿Pasa algo?
—No realmente —se levanta de la silla y toma su lugar al otro lado de la barra—. Me han llegado rumores…
—¿Rumores?
Yan se recarga sobre la mesa cruzando sus brazos horizontalmente. Descansa su barbilla encima de ellos, frente al mayor.
—¿Rumores de qué? —pregunta levantando una ceja.

Una pausa antes de contestar.

Pierre se agacha y toma el tablero de ajedrez para luego ponerlo sobre la barra. Usando las piezas más importantes, personifica y explica un poco de historia antes de desvelar el rumor.

—Como sabrás —explica tomando la pieza del rey negro—, en 1484 el Rey D comenzó su campaña de expansión que abarca los países colindantes. Panayiota, por ejemplo, cedió territorios como el nuestro, pero Yuan se le opuso. Ahora bien, ¿te acuerdas como concluyó la guerra?
Pierre balancea con dos dedos la pieza del rey blanco mientras espera la respuesta de su pupilo. Sin embargo, Yan tiene vergüenza de equivocarse así que toma la pieza blanca de las manos de él y la examina con cuidado como si tratara de encontrar la respuesta en ella, pero la pieza no le dice nada.
Sus recuerdos se hacen confusos al tratar de recordar el pasado y finalmente se da por vencido.
—La verdad, no me acuerdo —dice encogiendo los hombros—. ¿Me contaste eso alguna vez?
—¡Ya se te olvido muchacho! —regaña como un padre a su hijo pequeño—. Eso pasa por no poner atención.
Un poco avergonzado, Yan se rasca la cabeza y se mantiene callado con una sonrisa torcida.
—Bueno, continuaré —dice tras carraspear dos veces—. Está más que claro que la intervención de Ríspa hizo que las fuerzas de Riguel retrocedieran. La alianza de dos países hizo imposible la conquista.
Mientras habla, añadiendo información aclaratoria e interesante, el mayor utiliza las piezas para representar a los implicados en el movimiento bélico de los últimos años. Él trata de seguirle el ritmo, pero por momentos se pierde y hace como que entiende.
—Y todo lo demás… es historia.
El joven se queda pasmado sin saber que decir. Lo mira con ojos sombríos y faltos de fe.
—Ahora viene lo interesante —se acomoda más cerca de su rostro y le susurra—. Se dice qué, el Rey D, aparte de conquistar tierras, buscaba algo. Un artefacto quizás. Fuera lo que fuese, para él era importante. Se dice además que “eso” le permitiría vencer a cualquier nación que se le opusiera. Al parecer esa es la razón por la que los soldados no se limitaban sólo a ocupar los nuevos territorios, aparte de eso, los saqueaban y revisaban exhaustivamente hasta encontrarlo. Solo es un rumor, pero si fuera cierto, ¿qué sería?
—Ya entendí. Pero esto, ¿tiene algo que ver contigo? o ¿conmigo? —cuestiona totalmente escéptico.
En este momento Pierre decide no contarle toda la verdad, por lo menos no hoy, lo pospone para mañana.
—Bueno, no lo sé aún. —contesta ambiguamente recogiendo las piezas—. Como dije antes, solo es un rumor. Así que lo más probable es que todo sea una mentira.
—A veces pienso que el rey está loco.
Una pequeña carcajada se escapa, tan contenida que parecía un quejido. Lo que dijo Yan le pareció correcto pero a la vez arriesgado.
—Cuida de no decir eso es voz alta. —Comenzando con los libros de hasta arriba, emprende a desempolvar cada uno de ellos.
A medida que los deja limpios, lo va colocando en cajas de madera. Los acomoda con mimo, para no maltratarlos y asegurarse que quepan. La estela de polvo se dispersa en toda la habitación, de ahí que pare por un momento para añadir.
—A propósito, te tengo una noticia. Seguro que te encantará escucharla. Hoy pasó el mensajero, trajo cartas para mí, así que tal vez…
—¡EL MENSAJERO DICES! —grita dando una fuerte palmada al mostrador—. ¡¿Dónde?! ¡¿Cómo?!
—Calma Yan, le pregunté hacia donde se dirigía. Ahora va en camino a Arni, no tiene mucho que se fue, por eso es que…
—¡A Arni! —exclama poniéndose las manos sobre la cabeza—. ¡Increíble! ¡Qué buena noticia!
El joven de cabellera abundante no puede creer lo que Pierre le está diciendo. ¡Hace mucho que el mensajero no pasa por estas tierras! Sin esperar más explicaciones, Yan toma sus cosas y se marcha deprisa.
—Me dio gusto saludarte Pierre y disculpa, me tengo que ir —concluye tomando su mochila de tela—. Nos vemos mañana.
—Adiós Yan, nos vemos mañana. Mañana…
Después de ver como aquella optimista espalda deja el recinto, el vendedor de antigüedades reflexiona en el futuro de los muchachos.
Tras el tintineo de la campanita, la puerta se cierra y vuelve el silencio.
«…Ahora que vuelven a estar solos, ¿qué pasará con ellos? ¿Qué puedo hacer por ellos?», piensa.
Después de una breve pausa, Pierre deja escapar un último suspiro de pena y preocupación para continuar con lo que antes estaba haciendo.
Mientras tanto, el diestro joven corre a prisa a través de las amplias calles del mercado de Colón con la intención de alcanzar a tal hombre. Ahora él tiene otra razón para estar feliz: encontrar al mensajero.
Durante su seguimiento, encuentra a varios conocidos suyos.
—¡Hola Yan! —saluda la vendedora de frutas agitando su mano—. ¿Ya te vas?
—¡Señora Sofía! Busco al mensajero, ¿lo ha visto? —indaga sin detenerse.
—Se fue por allá —resuelve señalando hacia la izquierda.
—Gracias. Me tengo que ir —se despide corriendo felizmente—. ¡Nos vemos mañana!
Después de alejarse del centro viene lo tupido. Yan tiene que atravesar el laberinto de callejones y calles sombrías. Aunque en Colón se disfruta casi constantemente de la luz del Sol, las calles son tan angostas que los pisos superiores de las casas cortan la mayor parte de la luz. Desde lejos uno ve una masa de casas blancas y grises de techos planos, y una que otra torre. Estos se proyectan sobre la ciudad como alfileres desde un acerico . Como fondo de todo esto hay una gran montaña, con montículos de nopales al pie y todo lo demás arena amarilla con alguno que otro árbol.
Notamos que aquí la mayoría de la gente se adhiere a su modo tradicional de vestir, un contraste muy notable con la manera en que se viste en todo Riguel. Los hombres se ponen una prenda de vestir larga que da hasta los pies, a menudo con una capucha. Las mujeres también se ponen prendas de vestir largas. También, al pasar por las entradas abiertas de las casas a menudo podemos ver a las mujeres moliendo harina, amasándola o aventando trigo.
Con todo, Yan corre a prisa esquivando y zigzagueando hasta poder salir a la intemperie, lejos del bullicio. Una vez fuera, inicia a caminar al suroeste, sobre el camino recto.
Tras recorrer unos 4 kilómetros en la desolada ruta que conecta a Colón con los pueblitos pequeños, halla al mensajero bajo la sombra de un árbol. A medida que se acerca, nota que algo no va bien. El hombre parece derrotado, triste, su semblante caído. Yan apresura el paso para saber qué pasa.
Mientras el mensajero toma un sorbo de agua, él pregunta preocupado.
—¿Señor? ¿Se encuentra bien?
Deja de beber y frustrado contesta.
—¡No! ¡No lo estoy! ¡Qué desgracia! —lamenta llevando sus manos a la cabeza—. Me han robado todo: las cartas, mi dinero… ¡Este es el peor trabajo del mundo!
Cuando oyó aquello, le dio cólera. Su justicia le exige que haga algo inmediatamente y así lo hace. Se quita su mochila y se la encomienda al mensajero. Con convicción le promete qué, buscará a los culpables y traerá de vuelta todas sus pertenencias. Mientras tanto, le pide que vaya a Arni, su pueblo natal, y lo espere en su casa.
—¡Espera un momento! —gesticula suspicaz—. Pero ¿quién eres?  ¿Por qué haces esto? ¿Qué vas a hacer tú solo, contra ellos?
—Soy Yan Batz, hijo de Samir. —aclara colocando su mano en el pecho—. ¿Qué por qué lo hago? ¡Porque odio la injusticia! Además, he vivido aquí toda mi vida, conozco muy bien la zona. Dígame todo lo que sepa de los ladrones que le robaron. ¡No permitiré que se lleven esas cartas!
Sin más remedio que confiar, el mensajero le dice todo. Haciendo señas con las manos le explica cómo eran los hombres que lo asaltaron y hacía donde se fueron. Además le indicó que eran tres los que iban a caballo y que su jefe al parecer era un hombre gordo de baja estatura.
—¡Los conozco! Ya han hecho esto ha otros. Pero ahora, no se saldrán con las suyas, no, ¡los detendré! —jura determinado.
—¿Cómo? ¿Cómo harás eso?
—Confié en mí, los encontraré a como dé lugar—declara tomando las riendas del animal—. Préstemelo un momento, por favor. Volveré pronto.
Usando el caballo del mensajero, Yan sale a todo galope hacia el escondrijo de los ladrones. La arena humea tras las patas del animal por la velocidad que lleva, y luego, desaparece de su vista. El mensajero permanece pasmado allí, de pie, mientras ve como se aleja.
«Creo que me volvieron a robar…», piensa dentro de sí, «esta vez, mi caballo».
Sabiendo lo tarde que es, el mensajero decide ponerse en marcha hacia el poblado próximo a sólo quince minutos a pie.
Arni es el caserío al cuál debe llegar. Es un pueblecito humilde que en el pasado tal vez fue prospero. Antes de la guerra las personas se sentían seguras, pero durante ella, muchos hombres tuvieron que dejar a sus familias para alistarse a las filas. Esta es la razón principal por la que hay varias viviendas abandonadas. Últimamente ha habido nuevos rumores de conflictos armados en contra del gobierno de Riguel. La inestabilidad social y política se asoma en el horizonte. 
Otra característica de este pueblo es la gran distancia que hay entre una casa y otra, como promedio de unos ciento veinte metros de separación. Solo a lo que podríamos llamar “centro” es donde está la mayor concentración de casas.
Volviendo a lo nuestro, en este lugar también hay cartas que entregar, o esa era la idea antes del asalto. Traumado por la experiencia de hace poco, el mensajero se adentra a la comunidad con mucha desconfianza. Se aproxima a una mujer que en apariencia no es más que un ama de casa que recoge hacendosamente la ropa seca de los tendederos frente de su hogar.
—Disculpe —interrumpe lo suficientemente cerca de ella como para que note su presencia dando un pasito hacia adelante—. ¿Me podría decir dónde se encuentra la casa de un joven llamado Yan?
La ama de casa deja de hacer su oficio para indicar con palabras y gestos cuánto más tiene que caminar para llegar. Ella siente curiosidad y también pregunta.
—¿Por qué lo busca? ¿Es su familiar?
—No, claro no. Solo soy… un conocido. Necesito hablar con él o con sus padres cuanto antes.
—Hablar con sus padres —niega meneando la cabeza—, no creo que se pueda.
Su expresión lo dice todo. El silencio bastó para saber que la respuesta “no creo que se pueda” es señal de algo malo. Mientras ella recoge las últimas prendas, el mensajero insinúa.
—¿Por qué? ¿Acaso ellos…?
—Ellos son huérfanos —responde la mujer antes de que él completara la pregunta.
Su expresión facial de desconcierto fue entendida a la primera, de ahí que la mujer prosigue explicándole.
—Su madre falleció hace unos… seis años, me parece. Y su padre nunca regresó de la guerra de los cinco años. No se sabe si está vivo, la verdad es que hace mucho que no se sabe nada de él, lo más probable es que haya fallecido. Cuando eso pasó fueron llevados con sus vecinos, pero hace un par de días ellos también se mudaron a la antigua casa de sus padres. Ahora ellos están solos.
Mira hacia el suelo, suspira y tras una breve pausa le pregunta.
—¿Pasa algo con Yan? ¿Le debe dinero?
—No, dinero no. Es solo que…
A su ofuscación se añade una mirada perdida y desenfocada hacia la cuantiosa arena. Pensativo concluye.
—Solo necesito encontrar su casa. Gracias por su ayuda.
—De nada. Que le vaya bien.
“Huérfanos ¿he?” se dice mientras prosigue su caminata. Aunque al principio dudó en que Yan pueda traer de vuelta sus pertenencias, por una extraña razón empieza a tener algo de fe en él. Meditando en ello, continúa caminando hasta llegar a su casa.
Mientras avanza reflexiona en los numerosos peligros que ha superado en el pasado y llega a la misma conclusión que ha llegado por años: su trabajo no es nada fácil. Entonces, ¿Por qué lo hace? Hace algún tiempo le hicieron esa misma pregunta, a lo que respondió, “Lo que llevo en mi maletín no son simples cartas, les llevo alegría, esperanza y a veces tristezas. De alguna u otra manera lo que pasa después siempre afecta sus vidas y al final ellos me lo agradecen, me lo agradecen mucho. Sea bueno o malo lo que les hago llegar, las personas valoran mi trabajo. En una ocasión una pequeña y simpática niña me pagó con todos sus ahorros para que llevara una carta a su padre. El dinero no era mucho, pero ese gesto me conmovió. Ver sus caras sonrientes me motiva a seguir a pesar de las adversidades. Me llego a preguntar, si yo no hago este trabajo ¿quién lo hará?”
Después, viene lo incomodo.
Un buen número de personas que andan de aquí para allá acosan al mensajero con sus ojos. Miradas que dicen “¿Quién es él? ¿De dónde viene? ¿A quién busca? ¿Qué hace aquí?” Generalmente la mayoría de estas personas son niños y mujeres, hay relativamente pocos hombres en este pueblo. ¿Debería sorprendernos? No, pues como ya mencioné antes, hubo una guerra que involucró muchos otros lugares, y entre ellos este. Durante su auge se reclutaron a hombres de entre veinte y cincuenta años de edad que gozarán de buena salud. Por ello no es extraño ver a más mujeres y niños que a hombres adultos.
Por fin, después de una caminata llena de dudas, el mensajero se encuentra frente a lo que parece ser la casa del joven Yan. Si las indicaciones fueron las correctas, esta debería ser. Una casa hecha de ladrillos cosidos con columnas de piedra, techo de tejas y una sencilla puerta de madera. A simple vista era una casa cualquiera y ordinaria, pero viéndola más de cerca parece algo especial. Es difícil de explicar, es como si esta casa no perteneciera aquí.
Después de traspasar la sólida valla, el mensajero se sitúa frente a la puerta, empuña la mano y golpea moderadamente la entrada.
¡TOC!
¡TOC!
¡TOC!
¡TOC! …
Desde dentro se escuchan unos ligeros y cortos pasos que se acercan. La puerta se abre completamente para presentarnos a un lindo niño de ocho años de edad de cabello abundante y desaliñado, de color negro intenso. Su piel es blanca y levemente quemada de sol. Aunque aquí la mayoría de las personas son morenas, él no lo es.
Después de un breve reconocimiento, sus ojitos dejan de iluminarse al ver que evidentemente no se trata de su hermano mayor. Encorva sus hombros e inclina ligeramente su cabeza parpadeando los ojos inquisitivamente.
—¿Quién es usted? —pregunta con voz tierna y bondadosa.


Mientras tanto.
La guarida de los ladrones es parecida a un coliseo en miniatura con columnas pequeñas de arena compacta. Al fondo en forma de boca, una especie de cueva con orificios en las paredes donde la luz la atraviesa como varas que terminan en el suelo.
—A ver… —dice revisando el botín— Que tenemos aquí. ¿Cartas?
Se trata de una de las grandes bolsas llenas de cartas y uno que otro paquete que el mensajero debía entregar.
—¡Solo cartas! —refunfuña molesto— ¡Que desperdicio!
Concluye decepcionado lanzándolas con desprecio a la arena.
—Jefe, ¿las puedo leer? —propone hundiendo sus manos sobre el montículo de sobres—.Tal vez digan cosas interesantes.
reniega de un lado a otro se queja.
—¡Que pérdida de tiempo! —gruñe pateando la arena como si la hiriera— ¡Todo fue un fracaso!
El jefe reniega de un lado a otro quejándose. Sin embargo, el segundo miembro de ellos se anima. A diferencia de sus compañeros, resalta que no todo fue un fracaso.
—No se enoje, jefe. Por lo menos tenemos su dinero, 20 monedas de plata y 16 de cobre.
—Jefe —sugiere el primer ladrón abrazando las cartas—, ¿me las puedo quedar?
—¡Haz lo que quieras con ellas! ¡Como si me importaran!
—¡Tome jefe! —dice el segundo—. Esto es su parte: siete monedas de plata y dos de cobre.
—Gracias. —gesticula contando las monedas—. Por cierto, aprovecho para cobrarte. Págame lo que me debes.
—¡¿Me cobrará después de lo que hice por usted?! —frunce el ceño dando un paso lejos de él—. Pensé que me lo había invitado.
—Nada, nada. Yo no te dije que te lo invitaría ¿o sí? —aclara extendiendo la palma de su mano hacia él—. Así que, págame.
—¡Que tacaño es! ¡Nunca se invita nada!
¡GALUMP!
¡GALUMP!
¡GALUMP!
¡GALUMP!
¡GALUMP!
La conversación se detiene al escuchar que algo se aproxima. El jefe mira a todas las direcciones y agudiza sus sentidos para identificar de qué se trata. Efectivamente, es un caballo que corre a todo galope en dirección a ellos. Inmediatamente el jefe hace gestos a los demás para que se callen.
—¡Chsss!… ¡Silencio! —ordena en voz baja—. ¿Escuchan eso?
—¿Alguien viene? —pregunta el primero.
A la distancia su archienemigo grita.
—¡ALTOOOO! ¡ESPEREEEEN!
Entra en escena el aventurero y se presenta de frente ante los infames. Frena el caballo de golpe y luego, desciende con frescura del animal y lo asegura en un pequeño árbol de acacia. A continuación se sacude la arena de la cabeza, se ata bien sus sandalias y camina hacia ellos con valor.
—¡Malvados! —exclama Con gallarda voz— ¡Devuelvan esas cartas, no les pertenecen!
Al instante el jefe ladrón lo reconoce y como consecuencia su rostro se torna amargo. Toma su sombrero del suelo, se lo acomoda en la cabeza y se aproxima a su archienemigo.  Al mismo tiempo sus cómplices van de tras, uno a su izquierda y otro a su derecha, como guardaespaldas. El gordito se adelanta con una batalla verbal.
—¡¿Otra ves tú?! —Aquel joven vuelve a entrometerse en sus “trabajos”— ¡“Palo”! ¡Solo sirves para arriar ganado!
—¡JA JA JA JA JA! ¡Palo! —ríen los dos ladrones cómplices— ¡JA JA JA JA JA JA JA!
Yan se irrita muchísimo al escuchar aquello. Sin embargo, en estos momentos no puede cavilar en algún sobrenombre que le resulte útil. No piensa demasiado el asunto para contraatacar así que dice.
—Y t-tú eres, tú eres, ¡tú eres un gordo panzón!
—¡JA JA JA JA JA! ¡Gordo panzón! —Vuelven a reír los dos ladrones cómplices más que antes— ¡JA JA JA JA JA JA JA!
Por supuesto, esto molesta mucho al jefe.
—¡Cállense! —regaña disparándoles una mirada molesta.
—Perdón jefe —se disculpan al unisonó guardando la compostura.
El jefe ladrón da un paso al frente y lo encara como en lo hizo en el pasado.
—Yan, ¿qué significa esto? ¿Cuál es tu problema? ¡Vete ahora mismo de aquí! —señala con el dedo enérgicamente—.
—¡No! ¡No me iré a ninguna parte hasta que me entreguen lo que han robado! —dice agita sus manos para señalar y puntualizar sus afirmaciones—.
—Como puedes ver somos más. Sabes contar ¿cierto? Tú solamente eres uno y nosotros tres. Te superamos en número —Afirma con sarcasmo.
—¡Claro que se contar! ¡Fui a la escuela! ¡Y tú también!
—No recuerdo que en ella nos hayan enseñado a robar. Dime ¿por qué lo haces? ¿Qué te ha hecho la gente para que les hagas esto? ¡¿Por qué haces lo que está mal?! —expone enérgico cuando se trata de defender sus ideales.
Esa última pregunta le irrita mucho y, como cualquier ser humano, no le gustó que les señalen sus errores o que les digan qué hacer.
—¿Sabes lo que más odio de ti? Que te creas un santo, cuando tú no eres nadie para decirme que debo o no debo de hacer. ¡Despierta! —explota agitando las manos—.Tú y yo somos iguales, tú y yo nacimos pobres; no tenemos nada, ni a nadie. ¡¿Qué ha hecho la gente por nosotros?! ¡NADA! Eres un idiota, no te das cuenta que nada valemos para la sociedad egoísta y basura. Si tenemos carencias ¡¿Quién crees que vendrá a ayudarnos?! ¡NADIE! ¡Entiéndelo Yan! ¡Uno tiene que buscar la manera de sobrevivir en este mundo! ¡Nadie más lo hará por nosotros! ¡NADIE!
Con una pequeña pisca de culpabilidad casi imperceptible, él concluye.
—Tratamos de sobrevivir… aunque eso implique robar. ¿No es esa una razón válida? Para mí lo es.
—¡Hay personas que han sufrido aún más que nosotros! ¡Más de lo que nos imaginamos! Mi madre, mi madre me aseguró que tales personas no se rindieron por el simple hecho de haber sufrido tanto, no, ni maldijeron con acciones o palabras a otros. Ellos aguantaron y fueron recompensados.
Da un paso adelante y continúa diciendo.
—¡Nosotros podemos salir adelante también! ¡No todas las personas son malas!... He conocido a personas que nos han ayudado sin pedir nada a cambio. Tus padres y los míos, ellos jamás hubieran querido que nos convirtiéramos en personas malas. Si ellos estuvieran vivos se decepcionarían al…
—¡Pero no lo están! ¡Jamás lo estarán! ¡Ellos jamás regresaran! ¡Deja de decir estupideces!
—¡Ellos regresarán! —refuta empuñando sus manos—. No ahora, no en este tiempo, pero, ¡pero lo harán! Mi madre me dijo que…
—¡YA BASTA! ¡Dime qué quieres de una buena vez que ya me estas hartando!
Sabiendo que es imposible razonar con tal hombre, Yan decide exponer sus demandas con paciencia y sin belicosidad. 
—Por favor, devuélveme esas cartas. Te prometo que ya no te molestaré más y me iré, ¿qué dices?
Ambos se miran a los ojos por unos instantes tratando de adivinar el pensamiento del otro. El delgado espera pacientemente su respuesta hasta que el ladrón disponga. Cabe señalar que ellos se conocen desde hace mucho tiempo, desde que eran niños. Ahora lo difícil será que él deje su orgullo y esto termine de manera pacífica.
Hablando de ello, ¿Cómo reacciona usted ante las diferencias personales? ¿Es razonable? ¿Sabe escuchar? ¿Está consciente de que no siempre tendremos la razón? o ¿Es para usted más importante tener la razón que mantener la paz con los demás? Quizás concuerde conmigo cuando digo que, el mundo sería mejor si todos tratáramos de resolver los problemas con paciencia, amor y respeto. Sin embargo, como veremos a continuación, la mayoría no somos así. Qué triste.
—Ahora no tengo ganas —dice dándole la espalda—. Carlos, acaba con él.
—Sí,  jefe.
¡WHOOSH!
Con un violento garrotazo, Carlos comienza el ataque. No obstante, este no logró impactar.
¿Quién es él? Hijo de una mujer divorciada que trabaja de criada. Desde pequeño ha tenido que vivir con poco sufriendo humillaciones de parte de gente mala y sin corazón. Cuando era aún un crío, deseaba ser banquero, como lo es su padre. Pero sus prioridades cambiaron al relacionarse con malas compañías. Hurtar le pareció más fácil y placentero que trabajar honradamente. En cuanto a su apariencia, solo puedo decir que mide un metro con sesenta seis centímetros, cabello ondulado y cuerpo robusto. Tuvo una novia hace un tiempo, pero le fue infiel. Después de ello conoció al que ahora llama jefe. A sus veinte años su amargado corazón volvió a las andadas pero de una manera “mas organizada”.
¡WHISH!
¡WHISH!
¡WHISH!
¿Cómo va el duelo? Pues bien, haciendo una especie de danza Yan esquiva con relativa facilidad los ataques múltiples que continuaron, lo que provoca que el delincuente se desequilibre.
—¡Ya basta! ¡Detente! —apremia evadiendo los golpes.
Curvando su espalda, él esquiva el garrote que se dirige a su cabeza. Con un movimiento hábil flexiona un poco sus rodillas para luego impulsarse y asestarle un fuerte golpe en el estomago con su puño derecho. Como resultado, Carlos cae al suelo retorciéndose y chillando de dolor.
A continuación Yan se pone erguido y camina hacia adelante. Tras un soplo profundo cierra sus ojos y por unos instantes medita antes de hablar. Sospecha que, al igual que en otras ocasiones es imposible acordar una tregua con el jefe de ladrones. 
—No sigas por favor —Abre los ojos—. ¡No me contendré si decides pelear!
—Déjemelo a mi jefe. ¿Puedo? —sugiere el segundo con indignación.
—Nada más no lo mates —aprueba el jefe asintiendo con la cabeza.
Lorenzo es su nombre. Lo que puedo decir de este hombre es que es enorme, corpulento, con cara de pocos amigos. Mide un metro con ochenta y ocho centímetros y posee pies y manos grandes. Le gusta demasiado la carne, de hecho, la mayor parte de sus “ganancias” van para conseguir su preciada carne. No es muy listo que digamos, lo cual lo hace una persona obediente.
—¡Que enorme!... —Piensa Yan dentro de sí.
—¡Esta será la última vez que te entrometes Yan! —amenaza el jefe— ¡No importa lo hábil que seas! ¡Caerás ante mí! ¡Palo! ¡Palo! ¡Palo! ¡Paloooo!
Ignorando el insulto, el delgado joven se planta sobre la tierra y abre vigorosamente la boca para decir.
—¡Necesito que devuelvas esas cartas! ¡Ahora!
Desenterrando sus pies de la arena, Lorenzo arremete contra Yan como si de un boxeador profesional se tratara. Aunque sus patadas y golpes son potentes, él es más lento que Carlos. Eso hace posible que Yan pueda esquivarlo con más facilidad; retrocede unos pasos hacia atrás, un salto más, se aleja y ataca. Yan se impulsa para derrotarlo con una fuerte patada pero… ¡El grandulón lo atrapa!
¡WHRRRR!
¡WHRRRR!
¡WHRRRR!
¡WHRRRR!
¡WHRRRR!
¡Así es! Con sus manos Lorenzo lo prende fuertemente de sus pies y con todas sus fuerzas lo alzó y ahora mismo le da vueltas y vueltas. Como si se tratara de un torbellino, Lorenzo lo sacude girando sobre sí mismo.
El ligero cuerpo de Yan gira, gira y gira. Su cabeza le empieza a doler y se va mareando cada vez que mira fugazmente la arena pasar una y otra vez a gran velocidad. Todo esto sucede mientras él grita con angustia diciéndole que le suelte. Y sí, lo suelta, pero no como él lo esperaba, ya que Lorenzo lo manda a volar por los aires. En consecuencia el cuerpo de Yan cae estrepitosamente sobre la arena.
—¡Já Já jaja! ¡Ya casi ganas Lorenzo! —vitorea el jefe mostrando los dientes—.¡Acabalo!
Quiere vomitar. Con la cara sepultada en la caliente arena, Yan reflexiona en lo ocurrido anteriormente y qué medidas puede tomar para no caer en el mismo error. Ya menos mareado, él se recupera sacando su cabeza a la superficie.
—¡S-PET! ¡S-PET! ¡S-PET!
Una vez en pie, trata de acomodar sus pensamientos y agradece en sus adentros el que la arena fuese parcialmente suave como para amortiguar la caída. Después de sacudirse la arena de la cara y del cabello, dice confiado.
—Tú fuerza es tremenda pero, ¡no podrás vencerme! ¡Eres lento!
—¿¡Que dijiste!? —frunce el ceño amenazando con el puño—.Lo de antes solo fue calentamiento. Ahora pelearé en serio.
Tal como dijo, esta vez los golpes van en serio, Lorenzo lanza puñetazos y patadas desesperadamente, pero todos fallan. El temple de Yan, así como su respiración y sus movimientos reflejan que posee confianza en sí mismo, que tiene controlada la situación.
¡Izquierda! ¡Derecha! ¡Atrás! ¡Izquierda! ¡Abajo!… todos los movimientos están bien calculados. Yan se las arregla para ponerse rápidamente detrás y asestarle uno que otro golpe que lo va debilitando, dejando el último y más potente para el final.
El jefe ladrón se da cuenta del desagradable resultado si esto continuaba así. Tiene que hacer algo o, de lo contario, Lorenzo perderá. Con fingida voz, avisa.
—¡Mira! ¡Yan! ¡El mensajero! —señala—. ¡Mira, allá está!
—¿¡Donde!? ¿¡Donde está!?
Lorenzo aprovecha la infantil distracción para asestarle un fuerte golpe a su adversario. Su párpado izquierdo apenas percata el malicioso movimiento por lo que Yan trata de esquivarlo en la última fracción de segundo con un respingo, pero no fue suficiente. El brazo izquierdo recibe todo el impacto que hizo retroceder a Yan unos metros y después, cae derrotado nuevamente sobre la arena.
—¡Lo ve jefe! ¿No le dije? —presume jadeando—. ¿No le dije que le daría su merecido?
—¡Aprovecha ahora! ¡MACHACALO!
En ese momento, en la casa de Yan.
El mensajero toma asiento ante una pequeña mesa sobre la cual hay dos vasos, un poco de sal en un cuenco y el retrato de una mujer.
El mensajero le explica al niño lo que sucedió con su hermano usando palabras sencillas y entendibles, omitiendo lo que considera que un niño no puede entender. Por otro lado, el infante no le guarda el hecho de que viven solos, huérfanos a causa de la guerra. Sus jóvenes labios se mueven para explicar con palabras dulces y sinceras su adversa situación, mientras lo hace sus ojos se pierden en el pasado.
De repente el chiquillo se detiene, recuerda al instante que debe ser hospitalario con las visitas; eso le ha inculcado su hermano mayor. En el pasado, Yan le ha enseñado que papá y mamá eran hospitalarios y trabajadores y le repite una y otra vez que ellos deben imitar sus ejemplos. Por lo tanto, el menor pospone su explicación para traer algo de beber al invitado. Mientras lo hace, el mensajero exclama con empatía.
—Así que viven solos y sus padres ya no están con ustedes… Qué lamentable, ¡Las guerras no hacen más que dejar muerte y sufrimiento!
—Pero dime pequeño, indaga recibiendo del niño un vaso de agua fresca—. ¿Cuál es tu nombre?
El pequeño tinaco de donde se obtuvo e agua y el recipiente de donde está tomando agua son del mismo material: barro fundido. No hay mucho que decir de esta casa; pocos muebles, algunos muy gastados. No hay nada más que destacar.
—Amit —responde con voz cándida.
—Amit, ¿qué ocurrió después de que murieron tus padres?
La criatura toma la silla y se sienta. Frente a él, con rostro triste continúa diciendo.
—Después de la muerte de mamá y papá, los vecinos de al lado se encargaron de nosotros. La señora nos dio permiso de vivir en su casa, pero después su esposo se enojaba mucho con nosotros. No sé por qué —opina encogiendo los hombros—. Así que mi hermano me llevó de regreso a nuestra casa. Hace tres semanas ellos se fueron. Ahora vivimos aquí, en la casa de mamá y papá. Mi hermano los extraña mucho; lo sé porque una vez lo vi llorar, pero dejó de hacerlo cuando me vio.
—Ahora lo entiendo. Tu hermano es el responsable de cuidar de ti. ¡Como quisiera ayudarlos! ¡La vida es tan injusta!
Hace una pausa, luego bebe un sorbo más de aquella refrescante agua. Tras dejar su bebida sobre la mesa, vuelve a preguntar.
—Una cosa más, ¿por qué tu hermano está tan interesado en ayudarme?
—¡Mi hermano siempre es así! —exclama sonriente—. Se preocupa por lo malo, y hace lo que puede por ayudar a otros. Papá le dijo que debe de ayudar siempre que pueda. ¡Yo quiero ser igual que él!
—Seguramente tus papas deben de estar muy orgullosos de ustedes.
—Gracias, señor. ¿Quiere más agua?
Ahora, volvamos con Yan.
Lorenzo se acerca imponente y confiado, se prepara para dar el golpe final y acabar el encuentro. Todavía arrodillado en la arena, acariciando su brazo con la cabeza gacha, Yan espera hasta lo necesario. Calcula de reojo la proximidad de su contrincante, lo suficiente para contraatacar. Caminar sobre la arena es difícil si no se sabe pisar.
Espera un poco más, un poco más, casi… ¡AHORA!
Llenado sus puños de arena, él lo dispersa con un movimiento rápido directo a los ojos de Lorenzo. Aquello lo enceguece, vacila de aquí para allá al no poder ver con claridad. Tomando carrera, Yan se lanza con todas sus fuerzas hacia Lorenzo extendiendo sus piernas completamente en el aire, impactando sus dos plantas en el estomago del grandulón.
¿Recuerdan al caballo en el que iba montado Yan? Bueno, el ataque hace que Lorenzo se tropiece y se dé en el trasero del animal, a quien no le hizo gracia. De una patada brutal en el pecho, el caballo lo deja fuera de combate. Yan es el vencedor.
Ya fulminado, él lo palpa para quitarle el dinero que se ha robado.
—¡Entrégame todas las pertenencias del mensajero! —advierte jadeando—.¡No me iré sin ellas!
—¡¿Pero cómo?! ¡¿Cómo pudiste vencerlos?¡ —gruñe zapateando la arena—. ¡Tch! Bueno, creo que ahora es mi turno. Como en los viejos tiempos Yan. ¡Prepárate!
—Si es la única manera de que me devuelvas las pertenencias del mensajero. —Toma posición de combate—.  ¡Continuemos, “Fabricio”!
—¡Qué te pasa! —reclama frunciendo el ceño—. ¡No me llamo así! ¡Llámame por mi nombre!
—Ummmm…—Hace como que recuerda torciendo levemente el cuello—. ¿Tu nombre? Pensé que te llamabas “Fabricio”.
— ¡No me digas que…!
— Je je —dice con una sonrisa, acariciándose los cabellos de la nuca—. Creo que… se me olvidó.
—¡Que ignorante eres! ¡¿Cómo se te va olvidar?! ¡Me llamo Hugo! ¡Hugo! ¡¿Tarado?! ¡Estudiamos juntos en la escuela y ¿así no lo recuerdas?! ¡Tonto! ¡No por nada eras uno de los más atrasados!
— ¡Ha, sí! ¡Te llamas Hugo! ¡Ya recordé! … Disculpa, soy malo recordando nombres.
—¡Ya no importa! Ahora veras lo que haré contigo.
¡SSSHHIP!
Hugo desenfunda su alfange, que por cierto es robada, y dirige la punta hacia Yan como si de su dedo índice se tratara. Él amenaza diciéndole.
—¡De ésta no sales ileso!
—¡Eres un tramposo! ¡Usando armas cuando yo estoy desarmado! ¡Así no se vale!
—¡No me importa! ¡Ya verás lo que-que-que…! —balbucea temblando sus labios—. ¡¿Qué es eso?!
Hugo señala con el dedo detrás de Yan.
—¡Já! ¡No caeré de nuevo en tus trucos! ¡No voltearé a ver!
La cara de terror de Hugo es evidente, parece como si estuviera viendo un monstruo. Su cuerpo tiembla y su respiración se entrecorta mientras trata de unir palabras. Sudor frio baja desde su frente y su garganta casi enmudece. ¡Jamás ha visto algo igual! Lo que sus ojos ven en estos momentos es la muerte. ¡Así es! detrás de Yan está la misma muerte.
Intenta guarda inmediatamente su espada pero no atina a la primera meterla en la funda. Cuando lo logra, se retira despavorido. Lleno de pánico se sube a su caballo a unos pocos metros de allí y se da a la fuga. Al ver aquel gesto cobarde, Lorenzo y Carlos hacen lo mismo. Adoloridos y humillados siguen a su jefe sin mirar atrás.
«Pero, ¿qué pasa? ¿Por qué se fueron?»
Exhalación. Inhalación…
Exhalación. Inhalación…
¡GRRR!

Al girar lentamente su cuerpo para ver de qué se trata contempla estupefacto lo que parece a sus ojos un animal bello y a la vez potente e inspirador de pavor. Su espalda es robusta y posee pelaje gris. Su cola es larga y peluda ligeramente curvada con un toque de blanco en los bordes inferiores. Su boca es larga y su puntiagudo hocico es de color negro brilloso. Aunado a esto, tiene dientes perfectos, grandes y arqueados. Y como si de un collar blanco se tratara, así es el color de su pelaje que adorna su cuello. Si lo miramos más de cerca, es una combinación entre algo “apapachable” y algo temible.
Incluso hasta aquí puedo sentir su enérgica respiración.
El peludo animal lo penetra con la mirada como si escudriñara su mente y su corazón. Yan no puede creer lo que ven sus ojos. Está convencido de que es la primera vez que ve a esta bestia. ¿Qué podría hacer un simple humano contra algo tan enorme e incomprensible? Sus enormes dientes y sus afiladas garras es algo que temer.
El aire fresco del oriente mece su abultado pelaje mientras permanece sobre sus poderosas cuatro patas. La bestia se alza ante él como un soberano rey sobre un montículo de arena alargando su sombra a causa del atardecer.  Yan pensaba huir al no sentirse competente pero, sus pies no les responden.
Con la poca valentía que le queda y con la esperanza de que el animal le entienda, se deja caer arrodillado sobre la arena y suplica.
—No-no-no me comas por favor, te lo pido. Lo-lo único que quiero es devolver estas cosas al mensajero. Nada más eso quiero —pide juntando sus manos—. Perdóname la vida por favor. Te-te prometo que-que-que me portare bien y no haré mal a nadie.
Las plegarias de su súbdito fueron ignoradas por aquel animal que solo se limito a ver más allá del horizonte. De pronto, la bestia reacciona. Alza su nariz por encima de su dorso y olfatea dos veces, gira ligeramente su mirada hacia el sureste y con una velocidad sorprendente se corre al desierto, de modo que desaparece.
Pasaron alrededor de cinco minutos para que el joven Yan se relajara y se convenciera a si mismo que el peligro había pasado.
«¿Fue real lo que vi?». Se pregunta.
Solo, en mitad de la nada, reflexiona sobre lo valioso que es vivir. A continuación recoge todo lo que encuentra, sube al caballo y parte de regreso a casa.
El horizonte se ha teñido de un intenso arrebol  y la claridad del mundo se desvanece. Mientras cabalga bajo la tenue luz del atardecer.
—Nadie me va a creer…Bueno, eso no importa ahora, lo mejor será apurarme para llegar a casa. Amit debe estar preocupado —piensa en voz alta.
La luz del sol muere. Para cuando alcanza a llegar al pueblo, ya es de noche. A cierta distancia puede divisar aquella trémula luz de la lámpara de aceita que se sitúa por encima de la puerta de su casa. Aún recuerda con mucho cariño el instante en el que ayudó a su padre a instalarla; eso fue hace mucho.
El día ha acabado.  Al final lo que más le hizo feliz es qué, pudo ayudar a alguien. Pero hay algo más tras aquella muestra de desinterés. Ver todas esas cartas le llena de esperanza y optimismo.
Cansado y satisfecho se aproxima a la puerta y la golpea. Antes de la segunda señal, la puerta cede. Frente a él, se encuentra su hermanito que en cuanto lo reconoce, se abalanza sobre él y lo abraza.
—Ya llegue —saluda en voz baja.
—Te extrañe tanto —confiesa el menor envolviendo sus brazos sobre la cintura de Yan.
— Aquí están las cartas. —musita arrastrando los pies—. Iré a buscar al mensajero.
—Él está aquí.
—¡Que! ¿Dónde?
—Está durmiendo —aclara señalando con el dedo—.
Cuando se cariciosa de que es así, el mayor suspira aliviado.
—¿Cómo te fue hermano? ¿Por qué tardaste tanto?
—Mañana te digo, duérmete ya. —responde fríamente entrecerrando los ojos— Buenas noches, me voy a dormir. Duerme tú también
A la mañana siguiente.
Un desayuno sencillo: huevos con nopales y cebollas. Era lo mejor que Yan podía ofrecer a su invitado. Todo lo demás tiene que alcanzar para comer una semanas más. Durante ese tiempo él le ofreció una explicación detallada de lo ocurrido ayer. El mensajero escuchó asombrado aquella plática y una y otra vez le decía “gracias, muchas gracias”. Lo único que Yan se guardó fue el final, lo omitió.
—Agradezco mucho todo lo que han hecho por mí —dice en el arco de la puerta—, pero ya es hora de irme.
—¡¿Tan pronto te vas?! ¡No se vaya! —solicita el niño con afligida voz—. ¡Quédese un poco más!
—Me gustaría pero… tengo más cartas que entregar. Gracias de nuevo.
— No es nada, no es nada. —Dice Yan frotándose la nuca—. ¡Ha! por cierto, quiero preguntarle algo sobre…
—Adelante, pregunta —interrumpen acomodando sus pertenencias.
—Por casualidad, no habrá una carta para nosotros de parte de un hombre llamado Samir Batz.
— Hmmm… —Revisa las cartas—.  ¿Samir Batz dices? Tal vez si busco por aquí… Esto tampoco es…
Los ojos de Yan se abren más de lo normal y espera con expectación a que lo encuentre. Quiere de algún modo ver más allá de lo evidente y meter su cabeza dentro de aquella bolsa. Si fuera por posible, él mismo se atrevería a meter sus manos y revisar. En su sincero corazón desea con todas sus fuerzas que el mensajero encuentre aquella carta que ha esperado por tantos años. ¿Recibirá al fin una buena noticia después de tantas desgracias? ¿Su fe será al fin recompensado?
—No, lo siento —dice meneando la cabeza—, no hay nadie con ese nombre.
—¿Seguro? ¡Revise otra vez por favor! ¡Debe de haber algo!
—Por favor, busque bien —insiste el menor—. ¡Él es nuestro padre!
—Batz… Batz… ¡¿Batz?!... —cavila revisando de nuevo—. hmmm… parece que… ¡Ajá! ¡Lo encontré!
Saca victorioso una carta amarillenta del bolso izquierdo y la enseña.
—Lo único parecido es esta carta. —La entrega al mayor—. Se la envían a Mailet A. de Batz, ¿Acaso es su familiar?
Con el corazón encogido, toma la carta y, nervioso, la revisa con detenimiento. La textura, el color, la tinta, el estilo de letra, todo es importante para él. Lo que tiene en sus manos es un fuerte recordatorio de que nunca han estado solos, no, ni lo estarán. La carta la envía su cariñosa abuela para su querida madre.
La alegría llena sus corazones y es lo que necesitaban para seguir adelante. Aquella carta les cambiaría la vida para siempre, no solo a ellos, también a mí.
Aquí realmente empieza todo. Lo que nunca fue contado, ahora lo hago sin temor a equivocarme. Yo te lo revelo todo, no lo vayas a olvidar. La madrugada de septiembre de 1492, ellos marcharán hacia el extranjero, iniciando así, el gran viaje a Nueva Mombasa.

Continuará…

El gran viaje a Nueva MombasaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora