Jungkook era del tipo de persona que cuando algo llamaba su atención tendía a prestar completa atención sobre aquello, perdiendo fácilmente la noción del tiempo; solían llamarlo distraído, pero él prefería el término observador.
Disfrutaba de ver las flores coloridas de su pequeño jardín florecer bellamente cada día, a veces mientras las regaba, se quedaba tan entretenido apreciando los bellos pétalos de las plantas que no se daba cuenta que las estaba empapando con aire. Por eso, entre sus familiares, le compraron una cámara para que al menos tuviera que quedarse de observador en su cuarto en vez de la calle o algún otro lugar público dónde podría incomodar el paso de la gente; y así mismo, el pelinegro gustaba de ver las imágenes capturadas por su cámara, para después elegir una, imprimirla y pegarla en su pared. Pero si había algo que realmente amaba observar y con el qué perdería su tiempo sin remordimiento era a su precioso novio, Taehyung.
Sin duda, su pareja era el ser más hermoso que sus ojos hayan podido apreciar en su vida.
Tae no era ni una celebridad ni una persona sobresaliente para la sociedad, solo era un ciudadano más, un profesor de inicial común y corriente más; aún así, no pudo evitar quedar embelesado cuando sus ojos se posaron sobre él por primera vez.
Si no fuera por la existencia de su fastidioso hermano menor —que en ese entonces solo tenía 5 años— y por los compromisos de trabajo que sus padres tuvieron ese día que les impidió el ir a recoger al menor de los Jeon, quedando Jungkook como única opción; jamás hubiera conocido a quién ahora era su esposo.
Era un regalo el ver su bella sonrisa rectangular en sus labios causando que sus ojitos se cerrasen levemente; el mirarlo interactuar con los niños o pasar tiempo con su cachorro, Yeontan; también era excitante observar su rostro contraerse de placer al hacer el amor, algo que había podido apreciar hace solo unos instantes.
—Es incómodo cuando me vez detenidamente —habló el rubio soñoliento con los ojos cerrados, abrazando al pelinegro por la cintura.
Otra cosa que agregar a su lista —por así decirlo— era ver a su marido por las mañanas, al desnudo con el sol alumbrándolo por detrás, aquella imagen lograba enamorarlo más sin que el rubio se tuviera que esforzar. Su solo existencia lo enamoraba cada vez más y más.
—Es que eres precioso —dijo sonriendo mientras acariciaba su rostro, y de paso remover unos cuantos mechones rebeldes que caían sobre sus ojos.
—Uhm... —emitió un ruidito de queja antes de caer dormido.
Sin dudas, mirar a este hombre y tenerlo solo para él mismo era algo que amaba y apreciaba con todo el alma.
¿Qué acto heroico habrá hecho en su otra vida para conocer tan bella persona?
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