Presente.
Una de las pocas cosas de las que disfrutaba era sentir los primeros rayos de sol sobre mi pálida y fría piel, al ser la única calidez que podía penetrar mi cuerpo. Ni siquiera gozar de una noche de pasión con uno de los modelos más reconocidos de la moderna Londres aplacaba el hielo de mi interior. Es la maldición de ser un ángel caído.
Tenía la intención de levantarme y darme una ducha para deshacerme del sudor de... ¿Will? ¿Nate?. En realidad no era un dato que me interesara mucho. Al principio, los nombres de aquellos chicos y chicas que pasaban entre mis piernas se retenían en mi mente hasta la mañana siguiente, pero con los siglos te percatas de que no te aporta nada prestar atención a un par de palabras que desaparecerán de tu memoria tan rápido como tu amante de la cama.
- ¿Adónde vas? -dijo con voz adormilada agarrándome de la cintura.
- Pensaba que estabas dormido -respondí sorprendida. Su respiración eran tan pausada y tranquila que señalaba que estaría inconsciente.
- ¿Quién es capaz de dormirse con tal obra de arte? -me murmuró al oído atrayéndome hacia él. Algunos mundanos podían ser muy babosos de buena mañana, pero ya que estaba ahí por qué no aprovecharlo.
No tardamos mucho en enredarnos de nuevo entre las finas y sedosas sábanas negras de mi cama. No era muy propicia a repetir mis dulces, pero éste sabía cómo dar placer a una mujer, y tenía unos ojos azules cautivadores.
Menos mal que el piso estaba equipado con unas gruesas paredes que insonorizaban la estancia.
La noche anterior acudí a una fiesta de inauguración de una empresa que se lanzaba al mercado tecnológico; no porque fuera fan de las nuevas tecnologías, sino porque me había invitado un antiguo amigo del mundo de los negocios, uno de los pocos con los que me llevaba bien sin haberme metido con anterioridad en su cama.
- Oh, nadie diría que tienes la edad del Antiguo Testamento, mi bella Yecum -me susurró al oído mientras me abrazaba para saludarme.
- Tan amable como siempre, Sanmug -le respondí cínicamente.
Si mis cálculos no fallaban, llevábamos sin vernos alrededor de ochenta años, cuando se vio en la obligación de desaparecer durante la II Guerra Mundial. De un día para el otro hizo borrar su rastro sin dejarme ninguna pista de dónde se encontraría, y no fue hasta hace un par de años que contactó conmigo. Sin embargo, esa noche fue la primera vez que nos reencontrábamos después de tantos años.
- Îmi place să te văd bine, magicianul meu.
- Nu la fel de radiant ca tine, ingerul meu.
- No me gusta que me llames así.
- Pero es lo que eres. ¡Ah!
Sin darme cuenta me había sobrepasado de fuerza pellizcándole el brazo. Me había dicho en su lengua natal, el rumano, ángel. Odiaba que me recordara lo que fui.
No me dio tiempo de disfrutar sus famosos brebajes que cohibían tus sentidos y abstraían tu conciencia cuando me presentó al joven que estaba besando mi pecho en este instante. No puedo negar que su belleza natural me hipnotizó y su melosa voz me embaucó para acabar yendo a mi ático en el centro de Londres.
Solo recuerdo haberme ido de la fiesta con los ojos gatunos de mi amigo puestos sobre nuestros cuerpos, fulminándonos. No era culpa mía que me hubiera escogido a mí antes que a él, aunque ya hablaría con Sanmug cuando volviera a verle. No es buena idea tener de enemigo a un mago.
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Sin alas, pero con cuernos.
FantasyTodos hemos llegado a oír miles de historias acerca de los ángeles y demonios. Nos los describen como seres antagónicos que representan el bien y el mal. Pero ¿qué pasaría si no son tan distintos como todos creemos? Esta es la historia de Yecum, un...