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«¡LUEGO!» Una palabra, una expresión, una actitud. Nunca había escuchado a nadie utilizar «luego» para despedirse. Me resultó arisco, seco y despectivo, dicho con la velada indiferencia de alguien a quien le daría igual no volver a verte o no saber nada de ti.Es el primer recuerdo que tengo de él y aún hoy puedo oírlo. «¡Luego!»

Cierro los ojos, pronuncio la palabra y vuelvo a estar en la Italia de hace tantos años, caminando por la acera arbolada y viéndolo salir del taxi con una camisa azulada con un estampado ondulado, con los cuellos bien abiertos, las gafas de sol, un gorro de paja y mucha piel a la vista. De repente me da la mano, me entrega su mochila, saca el equipaje del maletero del taxi y me pregunta si mi padre está en casa.

Puede que todo comenzase precisamente allí y en aquel instante:
El huésped de este verano. Otro pelmazo.

Entonces, casi sin mediación y ya de espaldas al coche, agita el envés de la mano que le queda libre y suelta un despreocupado «¡luego!» a otro pasajero que había en el coche con quien probablemente hubiese compartido el pago de la carrera desde la estación.

Observa, pensé yo, así es como se despedirá de nosotros cuando llegue el momento. Con un brusco y absurdo «¡luego!». Mientras tanto, tendremos que soportarlo durante seis largassemanas.

Estaba francamente intimidado. Era uno de los inaccesibles. Bueno, podría intentar que me gustase. Desde su barbilla redondeada hasta sus pulidos talones. Y después, tras unos días, aprendería a odiarlo. Ésta era la misma persona cuya foto de la solicitud había resaltado meses antes como promesa de unas afinidades instantáneas conmigo.

Acoger a huéspedes durante el verano era la manera que tenían mis padres de ayudar a profesores universitarios jóvenes a revisar un manuscrito antes de su publicación.Todos los veranos durante seis semanas debía dejar libre mi habitación y mudarme a un cuarto del pasillo mucho más pequeño y que había sido de mi abuelo.

Los residentes no tenían que pagar nada, se les otorgaba un uso libre de toda la casa y podían hacer básicamente lo que quieran, siempre y cuando dediquen más o menos una hora al día a ayudar a mis padres con la correspondencia y papeleos varios.

Quizá todo comenzo poco después de su llegada, durante una de las comidas, cuando se sentó junto a mí. Me dijo cosas sobre él que nunca hubiese sabido como preguntar. Puede que quizá comenzó en la playa. O en la cancha de tenis. O durante nuestro primer paseo juntos el primerdía que estuvo aquí cuando me pidieron que le enseñase la casa y los alrededores y, una cosa llevó a la otra, llegamos hasta el interminable solar vacío que llevaba hacia las vías del tren abandonadas.Le llamaba la atención el tren; las vías parecían muy estrechas.

Por el camino paramos por algo para beber. Le di un buen trago a la botella grande de agua con gas, se la pasé y luego volví a beber.

-¿Qué se podía hacer por allí?

-Nada. Esperar a que acabe el verano.

-Y entonces, ¿qué se hacía en invierno?

Sonreí al pensar en la respuesta que estaba a punto de darle. Él lo entendio y dijo: «No me lodigas: esperar a que llegue el verano, ¿a que sí?». Me gustaba que me leyese la mente.

-En realidad este lugar durante el invierno se vuelve muy gris y oscuro. Venimos en Navidad. De lo contrario sería una ciudad fantasma.

-¿Y qué más hacen aquí durante la Navidad aparte de asar castañas y beber ponche de huevo?

Me estaba bromeando. Le mostré la misma sonrisa que antes. Lo entendió, no dijo nada, y ambos nos reímos.

Sin embargo, puede que hubiese empezado mucho después de lo que pensaba, sin que yo me diese cuenta de nada. Miras a alguien, pero en realidad no ves a la persona, está entre bastidores. O te percatas de su presencia pero no conectas, no «entiendes» nada, y antes incluso de percibir su estampa o alguna extraña perturbación, se te han pasado las seis semanas que tenías y en ese momento, o ya se ha marchado o está a punto de hacerlo y entonces te encuentras peleando para poder asimilar algo que, sin tú saberlo, se ha dado ante tus narices y que muestra todos los síntomas de lo que comúnmente se denominaría «Yo quiero». ¿Cómo pude no notarlo?, Se preguntaran. Reconozco el deseo cuando lo veo y así, sin embargo, esta vez, se me pasó por completo. Iba en busca de la sonrisa maliciosa que arrojase una repentina luz sobre su gesto cada vez que me leyese la mente, cuando lo único que quería era piel, tan sólo su piel.

CMBYN [Joerick] adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora