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Recuerdo aquel verano, y no puedo creer que, a pesar de todos y cada uno de mis esfuerzos por vivir con «el fuego» y «el desvanecimiento», la vida aun me ofrecio grandes momentos. Italia. Verano. El sonido de las cigarras a primera hora de la mañana. Mi habitación. Su habitación. El balcón que dejaba fuera el resto del mundo.

La suave y perfumada brisa que ascendía por las escaleras desde el jardín hasta nuestra habitación. El verano en que aprendí a amar la pesca. Porque el lo hacia. Adorar el correr. Porque él lo adoraba. Idolatrar a los pulpos, a Heráclito, a Tristán. El verano en que escuchabaa los pájaros cantar, olía las plantas y sentía la humedad trepar por los pies en los días calurosos y, debido a que mis sentidos estaban siempre alerta, los notaba automáticamente dirigiéndose hacia él.

Podía haber negado tantas cosas: que deseaba tocarle las rodillas y las muñecas cuando lucíanal sol con aquel viscoso lustre que he visto en tan poca gente; que me encantaba cómo sus pantalones de tenis cortos blancos parecían poseer, de forma permanente, el color del barro y que mientras transcurrían las semanas se convirtió en el color de su piel; que su pelo, atrapaba al sol antes incluso de que saliese del todo; que su camisa azul ondulada se volvía más ondulada cuando se la ponía en días borrascosos en el patio junto a la piscina, con la promesa de impregnarse de un aroma a piel y sudor que me la ponía dura con tan sólo pensarlo. Podía haber negado todo esto. Y haberme creído mis mentiras.

Pero fue el collar con la estrella de David y una mezuzá de oro que llevaba al cuello lo que me dijo que había en él algo más fascinante de lo que yo esperaba, algo que nos unía y me recordaba que, mientras todo a nuestro alrededor conspiraba para que fuésemos los seres más distantes del mundo, esto trascendía cualquier diferencia. Me percaté de la estrella de manera inmediata el primer día que estuvo con nosotros. Y desde aquel instante supe que lo que medesconcertaba y me hacía anhelar su amistad con la esperanza de no hallar jamás la excusa para que no me gustase era mayor de lo que cualquiera de los dos podría esperar del otro, más grandioso y por lo tanto mejor que su alma, mi cuerpo o la propia tierra. Mirarle fijamente el cuello con la estrella y el revelador amuleto era como observar algo eterno, ancestral, inmortal en mí, en el, en ambos, que suplicaba por ser reavivado y substraído de un sueño milenario.

Lo que me desconcertó fue que no pareció importarle o no se dio cuenta de que yo también llevaba uno. Al igual que tampoco le interesó o se percató de las múltiples ocasiones en que mis ojos deambularon por su bañador en un intento por vislumbrar el contorno de la marca que nos convierte en hermanos hebreos en el desierto.

A excepción de mi familia, él era probablemente el único judío que había puesto el pie en "B". Pero a diferencia de nosotros, lo hacía patente desde el primer momento. No éramos unos judíos que llamasen la atención. Practicábamos nuestro judaismo como la mayoría de la gente en el resto del mundo: bajo la camisa, no oculto, pero sí bien guardado. «Judíos muy discretos»,usando las palabras de mi madre.Ver a alguien proclamando su judaismo colgado del cuello como hizo Joel cuando cogió una de las bicis y se dirigió hacia el pueblo con la camisa abierta nos chocaba, puesto que nos indicaba que podíamos también hacer lo mismo y salimos con la nuestra. Intenté imitarle en varias ocasiones. Sin embargo estaba demasiado cohibido.

CMBYN [Joerick] adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora