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Me encantaba cuando rompía el silencio que existía entre ambos para decir algo, lo que fuese, o para preguntarme qué opinaba sobre X, o si había oído hablar de Y. Nadie en la casa me preguntaba jamás mi opinión sobre las cosas. Si aún no se había dado cuenta de por qué, se la daría muy pronto, era tan sólo una cuestión de tiempo hasta que él cayese en la misma cuenta que el resto de que yo era el bebé de la familia. Y así con todo allí estaba en su tercera semana con nosotros preguntándome si alguna vez había oído hablar de Athanasius Kircher, Giuseppe Belli o Paul Celan.

—Sí, había oído hablar de ellos.

—Yo soy casi una década mayor que tú y hasta hace tan sólo unos pocos días no sabía de la existencia de ninguno de ellos. No lo entiendo.

—¿Qué es lo que no entiendes? Papá es profesor universitario. Crecí sin televisión. ¿Ahora lo entiendes?

—¿Por qué no te vuelves a poner con tus ruiditos? —dijo mientras hacía como si estuviese arrugando la toalla y tirándomela a la cara.

Me gustaba incluso la manera en la que me regañaba.

Cierto día, mientras movía mi cuaderno encima de la mesa, tiré accidentalmente un vaso. Se cayó al suelo. No se rompió. Joel, que estaba cerca, se levantó, lo cogió y lo colocó, no sólo encima de la mesa, sino junto a mis papeles. No sabía dónde buscar las palabras de agradecimiento.

—No tenías por qué —proferí finalmente.

Dejo pasar el suficiente tiempo para que yo registrase que su respuesta no iba a ser fortuita o despreocupada.

—Quería hacerlo.

Quería hacerlo, pensé yo. Quería hacerlo, me lo imaginé repitiéndolo, complaciente, efusivo como solía estar justo antes de que le sobreviniese el mal humor.

Para mí aquellas tardes que pasábamos alrededor e la mesa de madera del jardín con el enorme parasol sombreando de forma imperfecta mis papeles, con el repiqueteo de los hielos en la limonada, el sonido no muy lejano de las olas besando las enormes rocas y de fondo, proveniente de alguna de las casas vecinas, una emisora de grandes éxitos repetidos una y otravez de forma entrecortada y velada, todas estas cosas quedaron enmarcadas para siempre en aquellas mañanas en las que lo único que deseaba era que el tiempo se detuviese. Que el verano no terminase jamás, que él nunca se alejase, que la música repetida una y otra vez siguiese para siempre, pido muy poca cosa y juro que no exigiré nada más en la vida.

La palabra «amistad» me vino a la cabeza. Pero la amistad, como la define todo el mundo, me era ajena, algo improductivo que no me importaba en absoluto. En cambio, lo que yo había querido desde el momento en que se bajó del taxi hasta que nos despedimos en Roma era lo que todos los humanos suplican a los demás, lo que hace que la vida sea vivible. Tendría que salir de el primero. Después, posiblemente, de mí.

Existe una ley en algún lugar que dice que cuando una persona está totalmente enamorada de otra, es inevitable que la otra lo esté también. Amor ch'a null'amato amar perdona. «El amor no exime de amar a quien es amado». Mientras estaba allí sentado trabajando en mis transcripciones en la mesa redonda por la mañana, lo que hubiese aceptado finalmente no era su amistad, ni cualquier cosa. Tan sólo levantar la cabeza y verlo, loción solar, sombrero de paja, bañador rojo, limonada. Elevar lavista y encontrarte allí, Joel. Muy pronto llegará el día en que mire y ya no estés más en tu lugar.

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⏰ Última actualización: Jul 19, 2018 ⏰

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CMBYN [Joerick] adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora