Día 36

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Los militares nos dejaron entrar en la ciudad, parecía que el plan iba según lo previsto por el capitán, ayude a cargar las cajas llenas de oro y medicinas hasta los barcos.

Os preguntareis el por qué no escapé. Estaba protegida por Barbanegra y prefería ser parte de la tripulación de un barco lleno de oro y comida que escapar y vagabundear por todas las Américas.

Pasaron ya cinco días desde que llegamos a puerto. En una de las ocasiones en las que cargaba cajas vi al General Winslow hablar a hurtadillas con un hombre que supe más tarde que era el alcalde de la ciudad. No logré escuchar lo que decían, pero imaginé que buscaban un lugar más seguro para hablar. Dejé una caja llena de oro y los seguí, por suerte todos estaban demasiado ocupados y nadie me había visto, fueron hasta una casa apartada un poco de la ciudad. Me quedé oculta detrás de unos arbustos, la ventana estaba abierta así que pude escuchar la conversación.

—Aquí no nos escucha nadie ¿No? —Preguntó el general Winslow

—Estamos bastante lejos de la ciudad—dijo el alcalde.

—Tenemos que hacer algo con esos piratas están dejando la ciudad sin nada de dinero.

— ¿Has contactado con La Armada?

—Sí, he enviado un soldado a la ciudad; mañana temprano ya estarán aquí.

La Armada estaba de camino. Tenía que avisar a Barbanegra pero me quede un rato más, quería saber cuáles eran sus planes.

— ¿Qué hacemos con los rehenes?, aunque venga la armada no podrán atacar a los piratas sin hacerles daño.

—No hay más remedio. Esta noche los mataremos a todos.

No podía creer lo que escuchaban mis oídos un general le daba mayor importancia al recuperar el oro que a salvar vidas humanas. Tenía que avisar al capitán. Salí corriendo de allí. Llegué al fondeadero esquivando piratas que subían cajas por la pasarela, fui hasta el camarote del capitán y toqué la puerta desesperada.

Barbanegra salió. Estaba reunido con los capitanes y los segundos de sus barcos, parecía muy ocupado.

— ¿Qué quieres pequeña Dayana?

—Mañana por la mañana va a venir la Armada —dije alterada—. Están planeando atacarnos con un ejército. Se lo he escuchado a Wislow.

—Qué más da. Nosotros tenemos cañones y muchos hombres dispuestos a contraatacar. Además, tenemos rehenes. No atacarán.

—Pero Wislow ha decidido matar a los rehenes antes de que venga la armada.

Barbanegra se lo pensó. Miró a sus hombres que escuchaban nuestra conversación y volvió a mí.

—Pues que los maten, no es nuestro asunto.

Cerró la puerta en mis narices, no podía dejar que unos inocentes murieran. Barbanegra no se fiaba que sus hombres me dejaran en paz, así que seguía durmiendo en la habitación de su camarote. Escapé de allí como pude, el barco estaba silencioso. La tripulación se había ido a dormir pronto, pues se lo ordenó a todos para que estuvieran despiertos y frescos para la batalla.

Saqué el cuchillo que había robado de su habitación. Cogí un bote y salí del barco. Era de noche y el viento me hacía tambalearme, agarré los remos e intente no volcar, cuando conseguí llegar hasta el Adventure de un salto me agarre al ancla; Subí por las cadenas y me enganché al forro desplazándome por él. Los dedos me quemaban, estuve a punto de resbalarme, pero conseguí llegar y quedarme sentada en uno de los cañones. A mi lado un rehén se alegró al ver que lo iban a rescatar. Le desaté de manos y piernas dejándole solo colgado de la cintura. Iba a cortar la parte que lo enganchaba al barco, pero decidí subirme e ir soltando la cuerda poco a poco para que no cayera al agua e hiciera ruido. Cuando llegue arriba, por poco me caigo del susto, un pirata estaba sentado junto a una botella de ron cantando una canción.

Entre PiratasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora