Parte 2

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Una semana había pasado desde que Raven selló a Trigon en la gema. Sin embargo, no se había ido del infierno. Cada día lo había pasado en un oscuro silencio, planeando cómo liberar a su padre sin alertar al mundo. Mientras tanto, sus amigos en la Tierra estaban cada vez más preocupados por su ausencia. Ninguno de ellos había tenido noticias de Raven, y la incertidumbre comenzaba a desgarrar el equipo.

Con Raven en el infierno, el ambiente era opresivo. La vasta dimensión oscura parecía más inquietante, con sombras que susurraban por los rincones y un fuego etéreo que nunca se apagaba. Sus hermanos demoníacos la rodeaban, aguardando órdenes, sus ojos brillando con una devoción ciega.

—Bien, hermanos, tendremos que regresar a la Tierra —dijo Raven, su voz resonando con autoridad—. Pero no quiero que controlen a la Liga de la Justicia. Quiero que busquen otro santuario. Me avisan cuando lo encuentren. Yo visitaré a los Titanes como distracción. ¿Podrán hacerlo?

—Sí, hermana —respondió uno de los demonios, inclinando la cabeza.

Raven asintió y abrió un portal oscuro. La energía a su alrededor se distorsionó, el aire vibrando mientras el pasaje a la Tierra se abría. Sin más palabras, entraron. Al salir del portal, se encontraron en el desierto del Medio Oriente. El calor del sol contrastaba con la oscuridad de la que provenían, pero Raven no mostró ninguna reacción. Sus ojos brillaban mientras observaba el paisaje árido a su alrededor.

—Bien, que no los descubran. Busquen en cada rincón del planeta, y si lo encuentran, me avisan y lo traen aquí —ordenó Raven, mientras se colocaba la gema en la frente, la cual emitía un leve brillo rojizo.

—Sí, hermana —respondieron los demonios, transformándose en sombras que se esparcieron por el cielo, desapareciendo entre las arenas del desierto.

Justo en ese momento, Trigon habló directamente a la mente de Raven. Su voz profunda y poderosa la envolvió como un trueno lejano.

—Bien hecho, hija. Juntos gobernaremos todo... —la voz de Trigon resonaba con una malicia sin límites.

—Eso es lo que quiero, padre —respondió Raven, aunque en su voz había un matiz de duda apenas perceptible.

Sin perder más tiempo, Raven se teletransportó a la Torre de los Titanes. Era de noche cuando apareció en la sala principal. El lugar estaba sumido en penumbras, pero su llegada activó la alarma de intrusos. Las luces rojas parpadearon y una sirena resonó, alertando a todos. Los Titanes, sin perder tiempo, se prepararon en posición de ataque, listos para enfrentarse a lo que fuera que hubiera entrado.

Pero cuando la figura encapuchada de Raven emergió de las sombras, sus ojos brillantes bajo la capucha hicieron que todos se detuvieran.

—También me alegra verlos —dijo Raven, con un tono serio, su voz sin emoción.

Starfire fue la primera en reaccionar, con su naturaleza cálida y afectuosa, corriendo hacia Raven con una gran sonrisa.

—¡Raven, nos alegra mucho verte! —exclamó Starfire, envolviendo a su amiga en un abrazo fuerte, seguida por el resto de los Titanes.

Raven, rígida al principio, finalmente se permitió relajar un poco la postura.

—Igual —dijo ella, su voz monótona—. Pero solo me quedaré aquí por unos días. Después regresaré al infierno.

La atmósfera en la sala se tensó al oír esas palabras. Starfire, preocupada, fue la primera en preguntar.

—¿Y tu padre? —preguntó con cautela, mientras sus ojos se posaban en la gema que ahora adornaba la frente de Raven.

Raven, en silencio, se quitó la capucha, revelando completamente la brillante gema en su frente.

—Lo tengo bien vigilado —respondió con frialdad.

Beast Boy, tratando de aliviar la tensión con su habitual ligereza, sonrió.

—Vaya, te ves bien con la gema, Raven —comentó, pero su tono era más vacilante de lo habitual.

—Gracias —dijo Raven, pero no sonrió—. Podríamos irnos a dormir.

—Claro, buenas noches, Titanes —dijo Starfire, dirigiendo a todos hacia sus habitaciones.

Todos se dispersaron, pero Damian se quedó un momento más, observando a Raven mientras ella se dirigía a su propia habitación. Finalmente, él se acercó con pasos decididos.

—Me alegra mucho verte, Raven. Te extrañé —dijo Damian, con un tono más suave de lo habitual.

Raven lo miró de reojo, su expresión un poco más relajada.

—Yo también te extrañé... Por eso te di ese beso. ¿Te gustó? —preguntó, con una sonrisa pícara.

—Sí, me gustó. Y he estado esperando el momento de repetirlo —dijo Damian, su mirada oscureciéndose con deseo mientras acorralaba a Raven contra la pared.

Sin decir más, la besó con fuerza, y Raven correspondió, permitiendo que el beso se convirtiera en algo más apasionado. En un movimiento fluido, ella envolvió sus piernas alrededor de la cintura de Damian, mientras él la llevaba cargada hacia la habitación.

A la mañana siguiente, los rayos del sol se filtraban por las ventanas de la Torre. Raven despertó primero, encontrándose abrazada por Damian, quien aún dormía profundamente a su lado. La calma de la escena la hizo sonreír ligeramente. Con suavidad, besó a Damian en los labios, despertándolo.

—Despierta, bello durmiente —susurró Raven, con una sonrisa.

—Hola, Raven... Buenos días —respondió Damian, abriendo los ojos lentamente.

—Buenos días.

Se levantaron, y Damian salió primero de la habitación, mientras Raven se vistió en silencio. Justo en ese momento, sintió la voz de sus hermanos demoníacos en su mente. Habían encontrado el santuario. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro mientras se preparaba para salir. Bajó al comedor, donde todos los Titanes estaban ya desayunando. Se sentó junto a ellos y, tras unos momentos de silencio, habló.

—Tengo que irme. Tengo unos asuntos que arreglar con mis hermanos —dijo Raven, sin rodeos.

—Está bien, cuídate, Raven —respondió Starfire, aunque la preocupación era evidente en su rostro.

—Lo haré.

Raven se levantó de la mesa y se dirigió al techo de la Torre. Cuando llegó, vio a Damian sentado en el borde, observando el horizonte. El viento nocturno soplaba con suavidad, y el cielo comenzaba a clarear con los primeros rayos del amanecer.

—Hola, Damian —dijo Raven, acercándose.

—Hola, Raven. Me enteré de que te vas —respondió Damian, con una expresión triste en su rostro.

—Sí... Pero quiero que sepas que siempre estaré aquí, aunque no me veas —dijo Raven, mirándolo con intensidad antes de inclinarse para besarlo una vez más.

—Adiós, Damian.

Con un último susurro, Raven se teletransportó al Medio Oriente, apareciendo en el lugar donde sus demonios la esperaban.

—Ya está todo, hermana —dijo uno de los demonios, inclinándose ante ella.

—Bien, lleven la gema al infierno —ordenó Raven, entregándoles la gema que brillaba intensamente.

Pasaron varios minutos mientras los demonios cumplían sus órdenes. Raven, subiendo al santuario oculto, finalmente se encontró cara a cara con su padre, Trigon, cuya presencia llenaba el espacio con una energía aplastante.

—Bien, hija... Hazlo ahora —ordenó Trigon, su voz resonando con poder y dominio.

—Sí, padre —respondió Raven.

Concentrando sus poderes, conectó el santuario con la gema, canalizando una poderosa energía oscura. En un solo movimiento, la gema se desmoronó, liberando el poder encerrado en su interior.

𝙸𝙽𝙵𝙸𝙴𝚁𝙽𝙾 - ᴿᵃᵛᵉⁿDonde viven las historias. Descúbrelo ahora