Prólogo

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Cuando despertó aquella mañana, supo sin duda de que hoy sería el día.
No preguntéis el motivo, simplemente lo supo.

Su relación con Sierra no iba a ningún lado.
Ella era demasiado celosa, egoísta y manipuladora para él.
No necesitaba a alguien así a su alrededor.

Necesitaba a alguien que le diese paz. Y esa persona hacía tiempo que no estaba a su lado.

Su relación con Sierra había estado en la cuerda floja desde el principio, pero pensó que con el paso de los meses, la cosa cambiaría. Que ella vería que no tenía sentido actuar como lo hacía.

Había tenido problemas con familiares y amigos por culpa de ella y había llegado el momento de acabar por lo sano.

A diferencia de otras noches, su novia no había ido a su casa la anterior, por lo que su despertar y posterior desayuno fue una maravilla.

Nada de gritos, reproches ni conversaciones absurdas que no hacían más que darle dolor de cabeza.

Después de ejercitarse un poco, casi hora y media, en su pequeño gimnasio, en la planta baja de su apartamento, pasó cuarenta minutos bajo el agua relajando sus músculos y calentando su cuerpo.

El frío era insoportable, pero típico en esa época.

Una vez fuera, se vistió con unos tejanos y una camiseta de manga larga. Dejó una toalla sobre su cabeza y recorrió el pasillo hasta su despacho.

La noche anterior dejó allí unos papeles que necesitaba su socio para terminar uno de los mayores proyectos que habían realizado.

Tras cogerlos, frotó la toalla del pelo contra este para terminar de quitar la humedad, y fijó su mirada en el calendario.

Genial. Iba a dejar a su novia en Nochebuena.

Quizá lo mejor sería esperar a que pasaran las fiestas.

Un pequeño escalofrío recorrió su columna al pensar en aquella noche.

Solía sucederle a veces y siempre era porque algo decisivo iba a suceder.

Esperaba por lo menos, que no fuese algo malo.

Para cuando llegó la noche, había recibido al menos un centenar de mensajes de Sierra para preguntar donde y con quien estaba.

Respondió a dos de ellos e ignoró el resto. Así como sus llamadas.

Su socio y él habían estado trabajando hasta entonces.

Archie no hacía mucho que se había marchado a su casa para ducharse y cambiarse y de allí ir con su hermosa y dulce mujer a cenar.

Faltaban apenas un par de semanas para que su mujer diese a luz, de modo que aprovechaban cada momento que podían.

En su caso, sus planes implicaban una cena con su novia en un restaurante de lujo de un amigo de ella.

Después de meses y meses escuchándola quejarse de que nunca la llevaba a ningún lugar elegante, había pedido reserva para esta noche y tuvo que hacerlo con varios meses de antelación.

Cada vez tenía más claro que aquello tenía que terminar.

Él era alguien tranquilo, pero no se sentía así cuando estaba con ella.

Las palabras de Archie antes de que se marchase resonaban cada vez con mayor fuerza.

Termina ya con ella. Esta relación te está consumiendo. Es dañina y te mereces algo mejor.

Pensó en anular la reserva y terminar con ella cuanto antes.

O terminar con ella y dejarla en el restaurante para que se le pasara el disgusto, pero después pensó que quizá si la llevaba a cenar y luego a su casa, ella estaría un poco más receptiva y de buen humor para no tirarle uno de sus inseparables tacones en la cabeza.

Así que si, a pesar de la noche que era, para cuando llegara a su casa volvería a ser soltero.

Una llamada fue todo lo necesario para que sus planes se fuesen por la borda, y no ocurrió esa noche, sino cuando ya amanecía.

Pese a que tenía pensado romper con su chica, ella trató de llevar al tema por donde quería y acabaron en la cama. En casa de él.

El sexo era lo único bueno de esa relación, para ser sincero.

Debían ser las cinco o seis de la madrugada cuando su teléfono rompió el silencio de la noche.

Medio dormida, al igual que él, su chica descolgó la llamada poniéndola en altavoz.

Asombrado por la voz que se escuchaba al otro lado, se desperezó de golpe, encendió la luz de su mesita y sentándose en la cama escuchaba atentamente como esa dulce voz rota por las lágrimas y el dolor pedía ayuda.

Y más asombrado aún se quedó cuando su chica, quien insultó sin piedad a quien había al otro lado, colgó y volvió a quedarse dormida como si nada.

Incapaz de olvidar aquella conversación y mucho menos aquella voz, se levantó de la cama, apagó su luz y cogió su teléfono. No tardó en desbloquearlo y buscar la última llamada.

Ella debía saber que la llamaría,puesto que solo sonó una vez antes de que descolgase.

La sensación que había tenido antes se intensificó.

-¿Nathaniel?

-Amelia...

-Por favor, tienes que venir a por mí.

-¿Dónde estás?- incluso mientras hablaba, ya estaba buscando unos pantalones y sus zapatos dispuesto a salir de inmediato.

-El bar de un hotel.

-Dame la dirección. Estaré ahí cuanto antes.

Quince minutos después, detenía su coche frente al hotel.
Sus manos temblaban. Su corazón latía acelerado.
Hacía casi tres años que no la veía.
Tres años desde que la dejó para evitar hacerle daño.
Nadie sabía, ni siquiera su mejor amigo que era además el hermano mayor de Lía, lo mucho que él se había quedado destrozado tras la ruptura.

¿Que hacía ella allí tan lejos de la granja de sus padres?
Pasando las manos por su rostro suspiró un par de veces, sacó las llaves del contacto y bajó del coche.

Incluso antes de verla sabía que no había vuelta atrás.
Una vez que pusiera los ojos en ella de nuevo, no sería capaz de alejarse. Ya no.
Todavía amaba a Amelia Stone y nada ni nadie lograría que dejase de hacerlo.

Destinada a ti (Serie Love 19)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora