Amelia

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Sabía que no debería haberle llamado, sin embargo ese sueño, esa sensación de incertidumbre seguía apresando su corazón, e impulsiva como era, no podía dejarlo pasar.
Quizá su corazón no había terminado de cicatrizar después de que Nathaniel decidiera por ambos y rompiese su relación tres años atrás, pero mientras esperaba tomando lo que debía ser su tercera o cuarta copa, no encontró ninguna razón para llamarle de nuevo y pedirle que no acudiese. Y mucho menos después de escuchar su voz.

Mordiendo la aceituna de su Martini, pensó en la mujer que había respondido a su llamada.
¿Era esa la novia que él tenía entonces?
Su hermano Evan y su mujer, Hope habían hablado algunas veces de ella, cuando se suponía que Amelia no podía oírles.
¿Cuántas veces podía un corazón romperse en mil pedazos? Él suyo estaba lejos de estar entero.

¿Crees que estas son horas de llamar niña? ¿Por qué no maduras y le dejas en paz. ¡Ya te ha olvidado!

Apuró su bebida y con un gesto le pidió otro al camarero. Era mejor que seguir recordando las palabras de la mujer que ahora dormía junto al chico que había amado tiempo atrás.
Definitivamente necesitaría algo de valor líquido si tenía que enfrentarse a Nathaniel.
Y para convencerse de que ya no le amaba.

—¿No crees que ya has bebido suficiente?
No fue necesario mirar.
Conocía de memoria su voz, sus expresiones y sus gestos.
Todavía era capaz de saborear los pocos besos que le había robado mientras todos pensaban que acabaría con Bobby Knight.
Y quizá habría sido así, pero entonces...

Se volvió lentamente girando el taburete pero negándose a mirarle.
Se había negado a si misma el buscarle en las redes sociales para ver cómo lucía ahora. Sus recuerdos de él era todo con lo que contaba.
No era como si Nathaniel hubiese ido a visitarles alguna vez. Evan era quien solía desplazarse.
La última vez que lo vio fue cuando se despidió, de modo que esperaba en el fondo que le hubiese crecido una verruga en la nariz o que su barriga sobresaliese por encima del pantalón. Sería mucho más sencillo de ser así.

—Amelia, mírame.
Y ahí estaba. No era una petición.
Conforme su mirada fue ascendiendo, sus esperanzas murieron junto con las palabras.

—Hola Nathaniel.
Los ojos de él se cerraron saboreando la sensación de ella diciendo su nombre.
Había tenido las cosas muy claras cuando salió del coche, y ahora que la veía de nuevo, oleadas de recuerdos y sentimientos cerrados con llave en el fondo de su alma se liberaron haciéndole tambalear.
—¿No me vas a saludar?
Tomó todo en ella no reaccionar cuando él se acercó y dejó un beso en su mejilla.

—¿Quien sabe qué estás aquí?
—Bobby.
Maldita sea. ¿Ese chico seguía en la vida de ella?
—¿Nadie más?
—Les dije a todos que estaría en casa de una amiga.
Eso explicaba porque no tenía a su padre y a su hermano mayor respirando sobre su cuello.
Frotando este para aliviar algo de tensión, decidió preguntar lo que en el fondo más temía.
—¿Por qué estás aquí, Amelia?
Amelia. Él nunca la llamaba Lía. Él siempre decía que los nombres no debían acortarse y por eso mismo no permitía que nadie le llamase Nathan o Nate.

—Necesitaba verte. Saber que estabas bien.
Las lágrimas que consiguió detener poco después de colgar el teléfono volvían de nuevo haciendo su visión borrosa.
Apretó las manos en puños sobre sus piernas y se mantuvo firme mirándole.

—Estoy bien. No necesitabas venir. Pudiste solo llamar.
Nathaniel quería golpearse a si mismo al ver como sus palabras la golpeaban.
Debería coserse la boca para evitar ser un auténtico gilipollas. Esto no era lo que tenía planeado y era culpa de ella porque joder, un vistazo a la mujer en la que se había convertido y perdía la cabeza.
Mirándola fijamente no pudo evitar preguntarse si realmente todo en ella había cambiado. Si alguien...
No quería imaginarlo.
No quería pensar en otro quitándole su inocencia, cuando ella se la había ofrecido libremente y la rechazó.

—Tenía que venir. Tú nunca volvías a casa y no sabía si atenderías mi llamada. Siento si arruiné todo con tu chica.

Ni siquiera pensaba en Sierra para ser sincero.
Ni siquiera le dio una mirada después de que colgó y salió de su piso.
No podía importarle menos.

Observó cómo las manos de ella se abrían y cerraban sobre sus vaqueros que tan bien se ajustan a sus largas y bien formadas piernas.

Una imagen de ella bajo su cuerpo y esas piernas rodeando su cintura le hicieron removerse en el lugar.
No necesitaba una erección en ese momento.
El camarero ya estaba mirándole o más bien a ella y era una mirada que no deseaba que nadie le lanzase.
El camarero la deseaba.
Bien podría ir buscando a otra porque no dejaría que Amelia se fuese con él, aún si tenía que llevarla hasta su habitación de hotel y hacer guardia frente a su puerta.

—¿Viste algo?— eso tendría sentido. Las mujeres de su familia tenían un don y el de  Amelia había despertado pocos años antes, poco antes de que la madre de él...

No iría allí tampoco. Ese era uno de los motivos por los que nunca volvía. Demasiados recuerdos.

—Si.
—¿Que viste?
Ella tragó saliva y él siguió el movimiento deseando acariciar la suave piel de su cuello antes de besarla, como solía hacer.
—Nuestra boda.

Destinada a ti (Serie Love 19)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora