Capítulo 1

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   En una mañana de finales de mayo el sol ha salido temprano para el gusto de Cristina, la cual no ha pegado ojo en toda la noche. Tenía sudores por todas las partes de su cuerpo y se movía inquietante entre las sábanas, que la hacían prisionera de sus pesadillas. Se despierta alterada, con sábanas húmedas y la luz penetrante del sol cegándola los ojos marrones claros que heredó de su padre. Sus pies se tambalean cuando se pone de pie en el suelo, pero camina fácilmente hacia la cocina. Una cocina vacía.

   -¿Mamá? –musita.– ¿Papá?

   No hay respuesta. Algo está pasando, las pesadillas no han sido en vano. Intuiciones de una hija "amada". Pero ella simplemente se sienta en una silla y espera a que alguien baje para darla besos, los buenos días y prepararle un vaso de leche con cereales.

   Pronto su paciencia se acaba y sube al cuarto de sus padres, el cual está vacío y limpio, sin índices de que allí hubiese pasado alguien la noche. Cierra la puerta de golpe haciendo retumbar las paredes y corre escaleras abajo en busca de ropa que ponerse, zapatos con los que calzarse y su pequeña mochilita rosa donde guarda la fantasía de su mundo irreal.

   Abre con cuidado la puerta principal de salida, aquella que pesa demasiado para una niña de ocho años. Cuando está fuera de la enorme casa no sabe a dónde ir, ni qué hacer. Es una niña perdida cuyos padres están perdidos. Al final decide darse un paseo por el barrio, algo peligroso una mañana de domingo. Cruza la carretera con cuidado, como todos le decían. Ningún coche a la vista por los lados. Con cada paso que daba, Cristina se perdía en su mundo y pronto se olvida de lo que hacía en la calle y de que día era. Corría y cantaba detrás de pájaros que huían de ella hacia el cielo, reía sin parar y por intuición propia llegó al colegio.

   Quiso entrar, lo cual no fue posible porque estaba cerrado. Cristina no lo entendía, no entendía nada.

   -Hola, Cristina. ¿Qué haces aquí? ¿Y tus padres? –La mujer de rojo miraba a la pequeña con una cara sonriente, esa cara que se le pone a todo el mundo al ver a una niña sola en medio del colegio.

   -Em... No lo sé. –Y era cierto, se ha desorientado tanto que ya ni se acuerda de la finalidad con la que salió hacía media hora de su casa.

   -¿Están tus papis en casa? –Dijo la señora con una voz tremendamente irritante.

   Cristina movió la cabeza intentado recordar. Al fin, y tras varios intentos fallidos, recordó lo sucedido en su casa. Movió la cabeza hacia los lados como diciendo no.

   -Vente conmigo Cris, voy a llevarte a comisaria –dijo la mujer de rojo mientras cogía con fuerza la mano de la pequeña.

   Cristina intentó huir haciendo movimientos bruscos con todo el brazo para que aquella señora le soltase. Fue casi imposible, pero lo consiguió. Salió corriendo en la dirección opuesta a la de aquella señora. Corría. Corría. Seguía corriendo. Tropezó. Su boca dio en la acera y le produjo un fuerte dolor en los dientes, que ahora expulsaban un poco de sangre. Por suerte, la señora ya no se encontraba con ella, la había perdido de vista. Se sentó en el suelo y escupió la sangre que seguía saliendo por su boca.

   -¡Mamá! –gritaba entre llantos, tanto que la garganta le raspaba con cada golpe de voz.

   Nadie acudía en su ayuda. El silencio pese a los ruidos era la principal compañía de la pequeña. Se sentía sola, abandonada, sucia y dolorida. ¿A qué ascendería ahora?

   No se puede decir que Cristina fuese problemática en el colegio. Siempre estaba apartada de todos, sin hacer el menor caso de lo que otros dijesen de ella. Sólo quería paz fuera de casa, aquella casa donde todo era una constante pelea. A veces pensaba que el universo la había puesto en el lugar equivocado y que sus padres no tenían otro remedio más que estar juntos y aceptar la bendición del ser superior.

Te marchas o me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora