No tardaron en llegar los demás niños y las instructoras, calados de agua por todas partes. En cuanto ven a Cristina y Sonia, su grupo corre hacia ellas mientras los otros miran la escena intrigados. Se abalanzan a por la pequeña y comienzan a abrazarla. Aún tenía los ojos rojos por el llanto. Si no llega a ser por Cosmins probablemente la niña no pudiese estar ahí para contar lo sucedido. Podría haber sido secuestrada, maltratada o incluso violada por aquel salvaje hombre. O, en el peor (o mejor, según como se vea) de los casos, muerta.
Cristina solo pensaba en el dolor que podía haber sufrido la niña y, como si de una avalancha de nieve se tratase, todos los recuerdos y sensaciones regresaron a la mente de la joven dándola una mezcla de pequeñas y grandes punzadas en el corazón.
Tortura. Esa es la palabra para definir lo que siente en este momento una adolescente sin familia y un pasado traumático.
Se marchó a toda prisa escaleras arriba en busca de su cuarto, de su cama, de descanso y paz, en busca de la soledad que siempre estaría a su lado. Cuando llegó a su destino cerró ferozmente la puerta y se tumbó. Mejor dicho, se dejó caer en la cama con la cara mirando hacia el techo. Un techo frío y blanco de donde colgaba únicamente una lámpara sosa y blanca, apagada, sin brillo. Sin que pudiera retenerla en su interior, una lágrima recorrió velozmente su cara. En cuanto nota su presencia, Cristina se la retira con fuerza y desprecio. No. No iba a llorar más por un pasado que ya estaba pisado. E incluso más que eso. Un pasado tan lejano que ya era hora de ir olvidando, aunque fuese imposible.
Se levanta para coger un libro. Un libro cualquiera. Sólo quiere distraerse con algo, olvidar los malos ratos y desaparecer a otro mundo. Pero ni eso consigue. La historia no la engancha. No se entera de nada de lo que está leyendo, ah cabeza no es capaz de dejar de maquinar. Al no lograr concentrarse, cierra con frustración el libro.
Su decimosexto cumpleaños ahora está en su mente. ¿Qué hará después? Lleva mucho tiempo sin celebrar una fiesta en honor a su subida de años. La última que recuerda fue hace seis o siete años, cuando sus padres le trajeron una colchoneta de princesas, le compraron un traje de princesa y comieron tarta rosa, de princesas. Todo era tan bonito, tan realeza. Eran cumpleaños de fantasía, de imaginar que cuando fuese mayor sería la princesa del mundo, repleta de regalos, tarta, amigos, familia y algún príncipe como en las películas. Pero hacía ya tiempo que sabía que las cosas que salían por la televisión no eran más que mentiras, que no existían príncipes para chicas como ella, ni tartas infinitas, ni colchonetas que te hicieran saltar hasta la Luna. No existían ya sus fiestas de cumpleaños, ya no tenía con quién disfrutarlas.
Llaman a la puerta, lo que le hace quitar esos pensamientos durante un momento.
-¿Quién es?
-Valentina.
Valentina, una de sus compañeras de hogar, entra por la puerta de una manera muy tímida. Al parecer es la hermana de la pequeña a la que acaba de rescatar de los brazos de aquel hombre del bosque.
-No tiene tanta importancia como le dais -dice Cristina ante las palabras de agradecimiento de la muchacha.
Nadie antes le había dado las gracias por una obra suya dado que sus acciones no eran agradables para la vista de los demás. Desde que llegó allí no le había pasado nada de aquello. Sus primeros agradecimientos de una de sus compañeras fueron como un plato de sopa caliente en un día de nieve intensa.
-Mi hermana -comenzó a hablar Valentina- está muy asustada con todo esto de no tener familia y de que nadie, todavía, ha querido adoptarnos. Gracias. Desde que he llegado todos me han hablado de ti, de que eras peligrosa, de que no me acercase... Puede que seas así y también puede que nadie te haya dado la oportunidad para actuar bien. Pero lo que has hecho hoy se merece mis agradecimientos.
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Te marchas o me amas
Teen FictionAlgún día alguien me sacará de este infierno, me enseñará un mundo que nadie nunca ha visto, me cantará canciones a la luz de la luna y me hará ver que no hace falta mucho para descongelar un alma, sólo lo suficiente. Ese alguien seré yo.