Capítulo 3

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Una lluvia calmada pero fría se cierne en el patio del orfanato. Cristina contemplaba cómo las gotas caían del cielo y hacían carreras en su ventana, cómo el frío le inundaba las manos y cómo la oscuridad del día le hacía pensar. Pensar en que dentro de seis meses aquel cuarto ya no sería su cuarto.

Cuando llegó allí ni si quiera era la habitación que la habían adjudicado, pero por su rabieta y su insistencia la instalaron en ella. Pronto, las dos niñas de sus misma edad fueron adoptadas y Cristina se quedó sola en aquella estancia. No tenía a nadie y, la verdad, no le importaba, incluso le gustaba un poco. Le gustaba eso de tener un espacio donde colocar todas sus cosas, cosas que encontraba por el bosque, cosas que hacía ella... pero todos los objetos de su vida con sus padres biológicos fueron quemados, rotos o "perdidos" en la calle. Cada día que pasaba en su cuarto era un día de su nueva vida, una vida llena de rencor y odio.

Su habitación ahora seguía siendo blanca, había una ventana con un balcón mojado por la lluvia y una cama situada debajo dónde se podía contemplar el bosque y, allí a lo lejos, la ciudad. También había una estantería repleta de cosas que le recordaban su vida en el orfanato y un marco que lucía una fotografía de Cristina y otra chica más, a la que llamaba Luna, con tan solo nueve años. En realidad, Luna ha sido su única amiga desde que llegó al orfanato y a partir de ahí nunca más tuvo una infancia digna de una niña.

Sentada en la cama y con las piernas cruzadas en forma de cruz, Cristina pensaba en lo que haría ahora. Ahora que solo le quedaba medio año para no tener hogar, para vivir en la calle y tener que ganarse su vida por si sola. Pero ¿podían dejarla sola en la calle sin dinero, sin casa, sin nada para que acabase muriendo? Lo dudaba. Solo había causado conflictos desde que llego y había arruinado toda posibilidad de tener una nueva familia. Solo tenia dos opciones, o eso creía: intentar caer bien a una familia y que así la adoptaran, o buscarse la vida como fuese en el mundo real, en la gran ciudad o en el bosque. Como niña moderna de quince años no sabía cazar ni recolectar frutos fuesen venenosos o no. No sabía usar arco con sus respectivas flechas, ni un hacha, únicamente el cuchillo y bastante bien que se diga. Sabía cocinar, poner lavadoras y todas esas cosas que hacía un ama de casa, pero no le serviría de nada si quería vivir en el bosque.

-¡Qué locura! -se expresó. Sabía que leer tantos libro de niñas adolescentes usando armas y viviendo en los bosques solo le traería comederos de cabeza.

Se levantó rápidamente de la cama y cuando sus pies tocaron el suelo, su vista se nubló, su cabeza se mareó y su cuerpo se tambaleó. Al final, logró incorporarse de nuevo y caminar hacia la estantería. Con la vista buscó el cuadro y lo cogió entre sus manos. Sus ojos del color de la corteza de un cerezo a la oscuridad de la habitación contemplaban la fotografía. Pasó el dedo índice de su mano derecha por una parte de la imagen donde se situaba la cara de Luna. No era especialmente guapa, pero la sonrisa que se dibujaba en su rostro la hacía hermosa, tanto como aumentaba la belleza en el de Cristina.

En aquella época su nombre seguía siendo Cristina para todos, pero con el tiempo y las malas intenciones de los demás niños del lugar, el nombre cogió gran odio por su respectiva dueña.

-Te echo de menos. -Su voz era apenas un susurro de melancolía, pero sus ojos secos no derramaron ninguna lágrima.

Vestida con un chándal gris bien ajustado a su figura y con el pelo color miel enredado en una trenza, Cosmins sale de su cuarto en busca de La Gran Sala. Hoy era domingo y los domingos no era día de adopción, pero sí día de actividades "extraescolares". Como se esperaba, ella llega la última y con su llegada ya se pueden marchar.

-Como no, Cosmins, dando el cante con tus llegadas.

Pija como ninguna, Dévora hacía su típico comentario de los domingos. Cristina pensaba que simplemente quería dar la nota, hacerse ver entre todos los demás y quizás, hacerse la líder del orfanato. Todos pensaban que ese puesto era para Cosmins, pero ella no tenía ni la mas mínima intención de ser tal cosa. Suponiendo que así fuera la situación, en tan solo seis meses aquella niña de trece años vestida de un chándal rosa y sus uñas recién pintadas, como no, de rosa sería la "líder" de la manada.

Te marchas o me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora