🔱ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ ɪ🔱

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Ulises, una lechuza de raza común, pero destinada agrandes proezas y aventuras. Diez años fue lo que luchó como soldado, hábil y listo junto a Aquiles, una lechuza boreal y semidiós. Ulises fue alabado, sobretodo por ser el creador de la idea que los llevaría a la victoria, al fin de la guerra. Construyó un gran Cárabo Lapón, un búho gigante de madera. Una estatua que le dio cobijo a decenas de aves, las mejores en el ataque ofensivo, Ulises, incluido.

 Una estatua que le dio cobijo a decenas de aves, las mejores en el ataque ofensivo, Ulises, incluido

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Así pues, el héroe tras conquistar la isla de Troya, voló a casa. Un largo vuelo le esperaba y pareció que la calma no iba a llegar nunca, algo se lo decía. Él y sus aves compañeras tuvieron que soportar tempestades, las cuales le envió Poseidón, el hipocampo, unos de los tantos dioses que habitaban en lo alto del árbol madre, el más alto que se hubiera conocido jamás y dónde ninguna ave había podido subir jamás.

La lluvia, junto a las fuertes corrientes, les dificultaba avanzar con rapidez. Ulises sólo deseaba poder llegar junto a su pareja, Penélope, y su hijo, Telémaco, a los cuales no veía desde hacía diez años. Ítaca, se llamaba su isla. De árboles verdes y gigantescos. Algunos tan frondosos y altos que se convertían en hogares muy seguros ante depredadores terrestres.

Nueve días, nueve largos días luchando contra las grandes olas, las corrientes, las lluvias, a veces tan frías que pareciera que sus alas fueran a partirse. Para la alegría de Ulises, una isla apareció frente a ellas. Sus compañeros y él no dudaron ni un segundo y aterrizaron. En aquel lugar vivían búhos chicos, los cuales le ofrecieron comida y agua. Pudieron así descansar en el árbol más grande del lugar, y muchos de los habitantes les ofrecieron comer las flores de ese árbol, la flor de loto, como la llamaron. Muchos de sus compañeros la comieron, otros rechazaron gentilmente, Ulises uno de ellos.

Como si aquellas flores tuvieran algún poder sobre sus compañeros, los cuales actuaban de forma extraña, no dudó en emprender su marcha rápidamente. Como había predicho, para cuando quiso partir, las aves que habían comido la flor no deseaban regresar.

Querían quedarse y por ello tuvieron que amarrarlas con lianas. Ulises ordenó que las aves sanas se pusieran en pareja y llevaran a una atada. Así, por fin, emprendieron el vuelo con las aves atadas y colgando. Por suerte, no hubo tormenta y a los tres días, las aves volvieron a ser las mismas con su mismo deseo, fuerte, por volar a casa. Para más alivio de Ulises, no tardaron en encontrar otra isla, en la que sus compañeros podrían descansar por la carga de los primeros días.

No hallaron vida en el exterior, pero divisaron cientos de cuevas. Volaron a lo alto de una montaña donde, la cueva más grande, les llamó la atención y entraron. Ésta estaba llena de objetos hechos de hojas, maderas, piedras y sobre todo, había comida. La cuál no tardaron en ir a por ella.

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