Capítulo tres: Pérdida.

1K 116 51
                                    

Advertencia.

Advertencia.

Advertencia.

.

..

.


Capítulo tres: Pérdida.


El dolor que no se desahoga con lágrimas puede hacer que sean otros órganos los que lloren.


Francis J. Braceland.


«—Tus sueños, tus esperanzas, un día comenzarás a olvidar todo, comenzarás a aceptar lo que significa llenar un contenedor con la misma monotonía de siempre. Desde ese momento podrás ver la verdadera realidad que nos rodeará a ambos, Naruto-kun. Ya no habrá escapatoria...»

Las cosas jamás salían según lo planeado, porque a pesar de que seguía con su vida, no podía decir que era de una manera normal. Estaba más que destruido por todo su alrededor, en ocasiones, sentía que las palabras ya no saldrían de su boca, que se quedaría sin voz y en un descuido, sin voluntad.

«Basta, basta, ¡basta!» gritaba consecutivamente su cabeza, pero era banal, tonto e inútil. La obscuridad que le acompañaba se aferraba a cada uno de sus poros, absorbiendo la poca luz que lograba emanar. No había retorno y poco a poco se estaba dando cuenta que tal vez ese era el mejor plan.

Estaba sedado como la mayoría del tiempo, drogado con alguna sustancia que casi no le permitía moverse. No sabía ni siquiera cuanto tiempo había pasado desde que llegó, sólo que los pequeños momentos de claridad que tenía le demostró a Itachi que no lograría salirse con la suya, y que por supuesto, no se rendiría.

¿Tres días? ¿una semana? ¿tal vez un mes? No lo sabía, pero el que su mente le arrojara pensamientos le decía que pronto pasaría el medicamento, sentía como un cosquilleo se apoderaba de sus manos permitiendo moverlas un poco. Sus palmas se abrieron y cerraron tratando de controlar el leve temblar de las mismas.

Sus ojos pudieron enfocar un techo blanco, intentó sentarse, pero su cuerpo seguía sin responderle como debía. Giró el rostro hacia un lado y supo que estaba en una habitación con las paredes del mismo color. Frente tenía un ventanal que abarcaba casi toda la pared, unas cortinas obscuras cubrían los rayos de sol que inútilmente trataban de colarse, el recinto no estaba en penumbras, si no de un color naranja apagado. Como si el cielo presentara un atardecer.

Había un silencio sepulcral, no se escuchaba nada más que su leve respiración. De nuevo volvió a sentir otro hormigueo, pero en sus piernas, preparándose para volver a moverse. Sin embargo, primero pasó una etapa dolorosa donde los calambres fueron sus peores enemigos. ¿Por qué su cabeza no recordaba nada reciente? Trataba de vagar por sus recuerdos, pero nada venía. Era como si de pronto estuviera obsoleto.

Levantó con delicadeza el torso, permitiendo que sus manos se apoyaran sobre el respaldo. Poco a poco se fue sentando y tomando el control de su cuerpo con movimientos torpes. Tocó su cabeza sintiendo miles de pulsadas en ella, la apretó contra sí mientras un grito de dolor retumbaba en la habitación.

Trató de serenarse, de pensar, pero la extraña migraña no le ayudaba en nada.

Se puso de pie en desastrosos movimientos que lo empujaron más de dos veces al suelo hasta que logró mantener la compostura. Se acercó al único lugar que destilaba luz y movió con suavidad la tela. Un brillo le cegó los ojos por segundos, cuando pudo orientar la vista, esta se llenó de colores verdes, blancos y anaranjados.

EstigmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora