Capítulo XV

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Dando pequeños brinquitos para no asentar el pie, baje a desayunar y mi mama se sorprendió al verme perfectamente vestido y duchado.

-Ni sueñes que vas a salir, Tiago, aun no te has recuperado de la gripe y hoy el clima esta muy frió.
-Tengo que salir un momento, mamá, por favor, es muy importante. ¡Muy importante!

-Y se puede saber adónde vas?
-Pasaré por el gimnasio y más tarde iré a casa de Pablo a ver cómo le fue en los exámenes, eso es todo.

-¡Pero ni siquiera puedes caminar!

-Mamá, de verdad debo ir. Caminando o en burro, ¡pero debo ir! Prometo que luego regresaré a la cama.

-¿Puedo saber para qué? ¿No es suficiente con que llames por teléfono?
-No. Es imposible. Pablo no atiende las llamadas. No sé qué le pasa, quizá no logró las notas necesarias y está castigado. Y no sé el número de Milagros. De seguro los encontraré en el gimnasio.

Mamá corrió las cortinas de la cocina para mostrarme que en ese momento caía un fuerte aguacero.

-Lo sé, lo sé, pero debo ir.

A medida que iba insistiendo, yo mismo sentía una extraña palpitación, como si la vida me empujara con urgencia a hacer lo que pretendía.

Los segundos pasaban y ese tic tac comenzaba a romperme los nervios. No me quedaba demasiado tiempo, debía ver a Milagros, tenía que decirle que yo también quería tenerla frente a mí, que ese beso me había sacudido la vida, y que no había dejado de pensar en ella ni un segundo. Quería decirle que necesitaba que juntos encontráramos una salida para la trampa que nos estaba poniendo el presente... y el futuro.

Quizá en un año, cuando ambos termináramos el colegio, podríamos coincidir en la misma universidad... ¡en la capital o en cualquier otro lugar del mundo! Si ella me decía que sí, ¡yo rompería ese cronómetro perverso!

En ese momento Bernardo entró a la cocina, me miró y dijo:
-Vaya, has perdido peso, ya no eres un albañil insaciable.

Era verdad, entre las tres semanas que acudí al gimnasio y los días e dieta blanda por la gripe, había perdido peso y me veía mucho mas delgado. La barriga de chófer había desaparecido y ya no tenía cachetes de hipopótamo.
Mamá se levantó, me miró muy profundamente, como si quisiera leer mis pensamientos, y luego dijo:

-Está bien, si tú me dices que es algo importante, te creo. Desayuna en paz, luego me arreglo un poco y yo misma te llevaré en el auto.

-¡No es necesario, mamá!
-Pues no te dejaré caminar con el pie lastimado y con el frío que está haciendo. Ésa es tu única opción para salir de casa. ¡Elige!

-De acuerdo, ma.

Ber y yo nos quedamos en la cocina, en silencio, desayunando mientras la lluvia golpeaba la ventana. Yo jugaba con la bolsa del pan y mi hermano leía las tablas nutricionales de la mermelada y del cereal. En la pared, junto a la refrigeradora, había un calendario. Ese calendario que tantas veces nos había parecido un simple pedazo de cartulina con una foto de un paisaje cursi, ahora lucia como una trampa mortal.

Ya no contábamos los días hacia adelante, ahora ese calendario comenzaba a machacarnos el paso de unos días que habríamos preferido detener para convertir al presente en el único tiempo valido.

Bernardo tenia la costumbre de colocar una X sobre el día que ya había concluido.
-Una semana mas y se termina el colegio -dijo Ber, mientras tachaba el día viernes.

Nos miramos en silencio y me atreví a decir:
-Ésta es la primera vez que no me alegra salir de vacaciones.
-¡A mí tampoco! No me quiero ir, no me quiero ir, ¡no me quiero ir, Tiago! Me siento mal porque pienso en papá y sé que lo que más quiero en el mundo es que viva nuevamente con nosotros... ¡pero no me quiero ir!
-No pensemos más en eso, Ber, sólo sirve para hacernos daño. Tendremos que irnos porque no hay otra opción.

-Papá ha cambiado mucho, ¿te has dado cuenta?

-Sí

-No me gusta. Yo quiero al de antes.

-Ya sabes lo que dice mamá, que está muy presionado en el trabajo y que eso lo tiene estresado.

-¡Grita, Tiago! Papá grita, se ha vuelto un señor amargado y arrogante. Su mundo es un celular de último modelo, las palabras difíciles de último modelo, los nombres de personas importantes de último modelo... ¿Dónde está mi papá, el de antes?

En ese momento, el timbre del teléfono sonó y los dos pegamos un salto del susto. Ber contestó rápidamente y por supuesto... no era nadie.

-Todo es muy raro -dijo Ber al colgar- Todo.

Cuando mamá y yo íbamos en el auto me sentí inquieto, no sabía bien por qué pero temblaba.

Los limpiaparabrisas encendidos le imponían ritmo a mis nervios. Vi el reloj de mi celular, eran las diez y media de la mañana, eso quería decir que Milagros ya debía haber llegado.

-¿Estas bien? -me pregunto mama.

-Creo que sí.

-Pero estas tiritando. ¿Tienes frío? ¿Fiebre?

-No, mamá, estoy bien, sólo un poco nervioso. Es que tengo que hablar con Milagros y no sé bien lo que le voy a decir.

-¿Por qué?

-Porque no tengo salida, mamá. Ella me gusta mucho, yo sé que le gusto, me lo ha demostrado. Pero... en un par de meses nos mudaremos a la capital, ¿qué se supone que puedo ofrecerle? ¿Una historia de amor que durará menos que un estornudo?

-Ofrécele tu amistad.

-¡No quiero ser su amigo, mamá! ¡Ella me gusta! Yo siento algo especial, y no quiero mentirle, no quiero que piense que estoy jugando. La verdad es que siempre tuve la esperanza de que papá regresara y que las cosas volvieran a la normalidad aquí, sin que tuviéramos que hacer maletas, sin que tuviéramos que despedirnos de todo, y de todos.


Mamá permaneció en silencio durante un instante, fue como si en ese momento ella descubriera que yo ya no era un niño. Que Milagros no era una amiguita del barrio que hoy me gustaba y mañana ya no. Me miró a los ojos y dijo:

-Yo también habría preferido que tu padre regresara, pero creo que eso no pasará. En cualquier caso, tienes derecho a vivir una historia linda, a enamorarte, a querer descubrir cosas junto a Milagros. Sé honesto con ella y si lo que tienen por delante son sólo dos meses juntos... ¡no pierdan la oportunidad de ser felices durante ese tiempo! Quién sabe y en el futuro...


La lluvia caía incesantemente demostrando que no quería irse. Junto a las aceras se habían formado pequeños arroyos y una suave neblina le otorgaba a todo un ambiente nostálgico. Una pareja de novios caminaba por la acera. Ambos iban sin paraguas y abrazados, del agua. Aunque cursi, la escena me pareció romántica, me pregunté si a Milagros le gustaría la lluvia.
Mamá estacionó frente al gimnasio.

-¿Vas a esperar a que escampe?

-No creo que eso pase, ma, esperaré cinco minutos más y entraré para buscar a Milagros, debe estar por terminar su rutina. Le pediré que hablemos.

-¿Dónde?

-Hay una sala lateral, con una pequeñísima cafetería.

Mamá me tomó de la mano y con dulzura me dijo:
-¡Haz lo que tienes que hacer! Y cuando quieras que pase por ti, llámame al celular.

-Gracias, ma.

Me dio un beso en la mejilla y me dispuse a salir del auto con el corazón latiendo a todo vapor.
Pero no pude hacerlo.

Cuando quité el seguro de mi puerta vi, a través del vidrio empañado de la ventana, una sombra conocida en la entrada del gimnasio.
Con la manga de mi camisa limpié rápidamente el cristal y vi a Milagros que salía sin poder contener la risa y abría los brazos como para que la lluvia la invadiera.

Ella daba vueltas y miraba al cielo. Mi impulso natural me habría llevado a apresurarme para salir del auto y alcanzarla, pero el dolor del pie me lo impidió. Afortunadamente.

Detrás de ella apareció Pablo y juntos sellaron la escena con un beso en los labios.
Salí de dudas. Era evidente que a Milagros le gustaba la lluvia.



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