Capítulo cuarto

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—TODAVÍA me pregunto, profesor, de quién es el brasier que encontró en su cama el día siguiente de la fiesta...

Goshiki llevaba hablando de lo mismo durante todo el viaje en tren Anti-Gravitacional, desde la Estación Abierta hasta la estación del Parque Escalonado. El brasier esto, el brasier aquello. No paraba de parlotear. Shirabu ya estaba harto.

—¡Por amor a Tesla! ¡Es de Carmen! —Acabó gritando, llamando la atención de uno que otro transeúnte en la Plaza del Obelisco—. ¡Listo! ¿Ya te puedes callar?

El androide asintió enérgicamente. Siguieron caminando, pero no recorrieron más de medio metro, pues el pelinegro se había detenido a considerarlo de nuevo.

—Profesor... —vaciló por un momento, como si estuviese a punto de realizar una pregunta indebida—. ¿Quién es Carmen?

Shirabu no se molestó en responder. Puso los ojos en blanco, y apretó el paso. Enfilaron por la Plaza del Obelisco, hasta que los cuatro edificios de la sede de la Shiratorizawa Technology Corporation en Utokio se levantaron ante sus narices.

Sin embargo, esa mañana en la sede del Shiratorizawa se estaba desarrollando una escena bastante peculiar: un grupo considerable de policías, tanto androides como humanos, montaban guardia en todo el patio central y en los jardines adyacentes a los edificios.

—¡Profesor! ¿Por qué tantos policías? —La pregunta de Goshiki no se hizo esperar, mientras pasaba revista a los guardias con su siempre curiosa mirada—. ¡Es como si la hija del Presidente estuviera aquí!

El profesor se encogió de hombros, y continuaron con su camino, doblando a la derecha. En el vestíbulo, un oficial con cara de pocos amigos les detuvo antes de que pudieran tomar el ascensor.

—¿Ustedes son... eh...? —Desdobló el papelito que llevaba consigo, y leyó con cierta dificultad la fea caligrafía de su superior—. ¿Shivabu Kenjirō y...? ¿Goshiki Tsutomu?

—Es Shirabu —corrigió.

El oficial se encogió de hombros.

—Vengan conmigo, por favor. —Y volvió a guardar el papelito en su bolsillo, haciéndolo una bolita.

Shirabu y Goshiki volvieron sobre sus pasos y siguieron al oficial hasta el edificio principal del complejo, la estructura con forma de botella que albergaba las oficinas administrativas de la empresa. Cruzaron rápidamente el vestíbulo, también plagado de policías. En el ascensor, el agente marcó el último piso. Entonces Shirabu se dio cuenta de que se dirigían a la oficina de Ushijima. Los nervios le invadieron súbitamente. Nunca antes había estado ahí. Se rumoreaba que, una vez al año, en esa oficina se reunían los personajes más importantes de la industria tecnológica y decidían la suerte de este mercado.

Shirabu empezó a sudar cuando las puertas del ascensor se abrieron, dando paso a un pasillo totalmente desierto. El corredor terminaba en una puerta de doble roble y una placa que anunciaba en letras de oro el nombre de Ushijima, presidente de la corporación. El oficial llamó con puño firme. Unos segundos más tarde, abrían la puerta desde adentro.

La oficina de Ushijima Wakatoshi era un espacio amplio y pulcro. El piso era de mármol negro, reluciente y pulido; las paredes, de color blanco, contrastaban con el suelo; los muebles eran de cuero, las mesitas de vidrio y las alfombras de terciopelo. Todo el mobiliario producía una atmósfera muy profesional e imponente. Esta oficina contaba con todas las comodidades: tenía una alcoba con su baño, un minibar y hasta su propio helipuerto privado en la planta superior. Pero lo más destacado eran los ventanales que, detrás del escritorio, se extendían desde el suelo hasta el techo y permitían tener una excelente vista de la ciudad y de las montañas que se dejaban entrever detrás de los rascacielos.

La Máquina de ser Feliz | Haikyuu!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora