Capítulo tercero

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A LAS 22.11 horas del día sábado 16 de diciembre del 2090, se activó la alarma de seguridad de uno de los apartamentos que hizo sobresaltar al edificio entero. Así sonó por unos minutos, tanto que parecía que nadie se estaba molestando en desactivarla. El molesto e insoportable vaivén sonaba con mayor intensidad en el piso 19 del edificio; específicamente, provenía del apartamento de Shirabu Kenjirō.

—¡Señor, señor! ¡Despierte! —Llamaba la asistente holograma, alarmada, proyectada desde el reloj de la mesita de noche—. ¡Alguien ha activado la alarma de seguridad! ¡Despierte, por favor!

Shirabu Kenjirō salió en bata y pantuflas a ver qué rayos pasaba en el vestíbulo. Allí se encontró con Goshiki, tratando desesperadamente desactivar la alarma de seguridad. El androide pegó un brinco cuando se prendieron las luces y Shirabu apareció en medio del vestíbulo, con apariencia desaliñada y soñolienta, como un fantasma o un espanto. Ambos se quedaron mirándose por un momento.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —Preguntó Shirabu. Tuvo que gritar para que el otro le escuchara por sobre todo el bullicio que producía la alarma de seguridad.

—Iba a un concierto —gritó al principio también—, con los chicos... —La alarma dejó de sonar cuando la asistente holograma muy amablemente la desactivó desde el sistema interno, y la voz de Goshiki sonó ridículamente baja.

—¿A esta hora?—Cuestionó.

—Pues, sí...

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Parecías muy ocupado, y no quise molestarte...

—Debiste habérmelo dicho de todos modos. Sabes que puedes hablar conmigo cuando quieras.

—Lo siento.

La escena era bastante peculiar: Shirabu parecía un padre regañando a su hijo al descubrir que éste había hecho alguna travesura a sus espaldas.

Pero se notaba a kilómetros de distancia que Shirabu era como un padre primerizo. Goshiki puso los ojos de cachorrito, aquella expresión tan popular y no por ello menos irresistible. Cada vez que ponía esa expresión, Shirabu trataba de mantener su actitud severa, pero la mayoría de las veces acababa cediendo a los encantos del androide y le dejaba hacer lo que quisiera. Lo mismo ocurrió en esa ocasión, como tantas otras veces.

—Está bien, está bien —respondió a los ojos de cachorrito, relajando su postura severa—. Puedes ir, pero más te vale llegar antes de que salga el sol.

Los ojos de Goshiki brillaron de la emoción.

—Y no te separes de tus amigos, no vayas a perderte...

Goshiki frunció el ceño. Iba a replicarle que no era ningún niño pequeño, que sabía cuidarse solo, pero prefirió callar antes de invocar la ira del Profesor para que luego no le dejase salir con sus amigos.

—Está bien —asintió—. Lo prometo.

—Vete ya. No hagas esperar a tus amigos.

El moreno le sonrió. Shirabu hizo ademán de devolverse a su habitación, pero antes de que pudiese moverse a ningún lado, Goshiki se adelantó unos pasos y le sorprendió dándole un abrazo.

—Gracias —dijo. Al separarse, se despidió del Profesor y se marchó cerrando la puerta tras él.

Shirabu se quedó inmóvil en medio del vestíbulo, contemplando la puerta cerrada, desconcertado por el accionar del androide. Un leve rubor ocupaba sus mejillas.

—¡Oh! ¡Eso fue tan adorable! —La vocecilla de la asistente holograma le hizo volver en sí—. ¿Quiere que lo escriba en su diario secreto?

La Máquina de ser Feliz | Haikyuu!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora