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—Entonces, hoy no pretendes levantarte... —la voz de mi madre tronaba en mis tímpanos y no tardó mucho tiempo para que sus manos se estamparan en mi espalda desnuda.

Un gruñido sale de mis adentros y eso es suficiente para ver  la ira de Doña Consuelo en su totalidad.

—Deja esa pereza, muchacha y párate de esa cama... —creo que los vecinos también se levantarán. —Son las ocho de la mañana, ¡Dios mío! Una mujer que se respete a esta hora está limpiando para irse a trabajar.

El brillo del sol que se filtraba por la ventana percudida, aturdía mis ojos. Lo cual es bueno porque así no tengo que ver la cara de cólera de mi madre. Me pongo de pie, sin ningún pudor delante de ella, asiento y le gesticulo con la mano para hacer mi camino al baño.

Si mami dijo que son las ocho probablemente son las siete y cuarto de la mañana, así que me ducho con calma y tomo mi tiempo para cantar una que otra canción de Adele. El agua y la música son lo único que me relaja de las pataletas de mi madre por mañana. Ya con ropa puesta, voy a la cocina.

— ¡Mami! —Le vocifero— ¡¿Esta sopa del plato azul es la mía?!

— ¡Siiiii! La de tu hermano está en la estufa, así que no se te ocurra servirte más. —responde desde algún lado de la terraza donde toma su café mañanero.

Robert debe de estar meciéndose en los brazos de Morfeo. A pesar de ser solo dos años mayor que yo, a sus veinte el único merito que se le puede acreditar son dos falsas alarmas de embarazos a adolescentes en los siete meses que van del año. Yo, por otro lado, he tenido que pausar mis estudios para ayudar aquí. Me he enemistado tantas veces con Robert por su egoísmo que ya resulta agotador, así que solo cubro los gastos de mi mamá y míos. Si quiere comer que vaya donde las tantas suegras que tiene... pero como era de esperarse, Doña Consuelo se quita la comida de la boca para dársela al desvergonzado de su hijo.

— ¡Maaa! ¿Cuándo es que va a venir el vecino a poner la cerámica del piso? —le pregunto dando el último sorbo al mejor caldo de pollo de todo el mundo.

—Cuando tengamos el dinero, Artie. —me dice como si fuera lo más obvio de todo el universo y no puedo evitar rodar los ojos.

—Bueno, tendré que buscar un negocio por ahí porque ya no aguanto este piso en concreto. Me está resecando demasiado los pies.

—Entonces prefieres pagar veinticinco mil y tantos pesos para poner el piso que, cien pesos para comprarte unas sandalias para estar aquí. —la escucho resoplar. —No te lo creo, Artemisa.

—Ahora es un problema estar descalza en mi propia casa... No importa, es de mi bolsillo que saldrá ese dinero.

Antes de oírla reclamarme por mi mala educación y mi mala crianza (de los que ella es directamente responsable), me escabullo a la cocina, limpio mi plato y me encierro en mi habitación.

Las 7:45 A.M. Aun me quedan cuarenta y cinco minutos más antes de entrar al trabajo de miseria. Tomo mi celular y entro a Pinterest para conseguir ideas para el peinado de hoy. Una trenza espiga se ve bien para mi cabello castaño abundante. Después de dos intentos fallidos, está lista. Defino un poco mis cejas y me coloco un poco de polvo compacto y a zarpar.

—Mami, te traeré la cena. Hablamos en la noche.

—Cuídate, mi hija. No quiero encontrar la cama sin arreglar que...

Cierro la puerta inmediatamente para no oír mas berrinches típicos de esa mujer.

Diez minutos luego, ya siento el olor a grasa y pollo en mis fosas. Tengo que esforzarme para que mi estomago no me haga una mala jugada. Ya las empleadas están dando vueltas con grandes cubos en las manos llenos de pollos crudos y rosados. Otras, con las bolsas de las papas fritas y el Chamo, quien es el típico niño tan trabajador como cabezón, está pelando los plátanos verdes en un rincón.

LA TRIVIAL HISTORIA DE LA VENDEDORA DE POLLO FRITO {Lee Jong Suk} ♥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora