4. El sótano.

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Abre los ojos lentamente. Está claro que eso no es su casa. Un sótano oscuro, humedecido por la lluvia se encuentra cobijando a Ayelen. Gira la cabeza a la derecha. Cajas, cajas, y más cajas. Gira la cabeza hacia la izquierda. Una mesa con un cenicero descansando en ella, una silla polvorienta y unas lejas llenas de botes vacíos. Gira la cabeza hacia delante. Una puerta, aparentemente vieja, y muebles con libros. Gira la cabeza hacia atrás. Un hombre desgastado, con pelo blanco canoso y regordete, descansaba plácidamente sobre el sillón roto. Ayelen tenía miedo. Por su cabeza pasaban pensamientos horrorosos y angustiosos. No sabía cómo había llegado allí, pero una cosa estaba clara. Necesitaba salir de allí cuanto antes. Se fijó en la puerta y en la distancia que había entre ambas. Fue caminando en cuclillas hacia ésta, haciendo el más mínimo ruido posible. Se va aproximando a la puerta cuando el hombre produce un fuerte y intenso ronquido. Qué susto. Ayelen sigue caminando. La puerta está cerrada. Intenta abrirla sin que se escuchen los crujidos inevitables de las bisagras oxidadas de la puerta. Agarra el pomo, y sin darle tiempo a producir la mínima fuerza con la mano derecha, se cae. El pomo produce un estruendo que resuena por todo el sótano. No sabía que hacer. Se quedó paralizada. Tenía miedo, estaba asustada.

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