"Mi abuela era ciega y, en compensación a su ceguera, tenía un sentido de la audición increíble. Sabía quién andaba cerca con sólo escuchar los pasos que daba. A veces nos oía hablar a pesar de que estuviéramos lo suficientemente lejos de ella. Nuestro hijo la tendrá difícil, pero lo hará bien. Vas a ver que lo hará" consolaba Jorge a su esposa años atrás; cuando descubrieron que su hijo era sordomudo. Arturo andaba cerca, pero no escuchaba a su padre ni tampoco los sollozos de su madre.
En aquellos días, él apenas tenía tres años. Era un chiquillo que encontraba la diversión en un mundo donde el silencio lo abrazaba 24 horas al día y en el que reía al ver a la gente mover los labios con tanta rapidez sin emitir sonido alguno. Habrá pensado que los mudos eran ellos y no él. Habrá creído que el mundo entero era mudo. En su inocencia no se le cruzaba por la mente que, además de mudo, era sordo.
Hoy; Arturo tiene 25 años. Su padre había dicho que la tendría difícil. No se equivocó. A medida que transcurrían los años las cosas se ponían complicadas para él; especialmente en el aspecto educativo. No conocía alguna manera en la que pudiera comunicarse con sus compañeros y sus maestros, tanto ellos como él acababan con los nervios muy alterados. Existían escuelas para niños sordomudos, sí, pero los padres de Arturo desconocían de alguna que estuviera cerca. Después de pensarlo mucho, habían decidido sacarlo de la escuela. Aprendería en casa con ayuda de ellos, aunque fuera complicado.
Su padre también había dicho que lo haría bien. Tampoco se equivocó. Arturo sabía leer y escribir. Aprendió muchas cosas, incluso sobre temas que no se enseñaban en las escuelas y colegios. Sus padres se turnaban para brindarle los conocimientos que estaban a su alcance, aunque de las matemáticas y física se encargaba un profesor particular. Afortunadamente, Arturo tenía padres que ganaban lo suficiente para darse un lujo así. Venía dos veces por semana durante dos horas, hasta que ya no fue necesaria su presencia. Una vez que vieron la posibilidad de comprarle una computadora, todo fue más sencillo. Los libros y una conexión segura a internet lo llevaron por un camino repleto de informaciones que jamás imaginó.
No confíes tanto en internet, es un arma de doble filo había dicho su madre cuando le daba clases de computación con aquella máquina nueva un viernes por la tarde.
¡Y vaya que era cierto! Uno podía aprender a elaborar un corazón artificial con un globo y mangueritas de nivel al igual que también era posible fabricar una bomba atómica con eructos o con los gases que le salían a uno por el culo.
"Oh, internet... Eres salvación y perdición. Ambos al mismo tiempo" pensó varias veces Arturo. Aquello también le recordaba a medias a cierto material que leyó antes en alguno de sus libros; algo sobre un gato que estaba vivo y muerto al mismo tiempo. No recordaba el nombre del hombre que había propuesto tal paradoja, pero sí el apellido: Schrödinger.
Los sordomudos piensan, oh sí. Y Arturo no era la excepción. Pensaba mucho y lo disfrutaba. En su mente recreaba imágenes de todo lo que leía en el día y reía al verse a sí mismo en sus pensamientos, con una pizarra blanca, del tamaño de una carpeta, con un pincel negro en su mano izquierda, escribiendo lo que pensaba. Tal como lo hacía en la vida real para comunicarse con las personas que no conocían el lenguaje a señas.
Arturo la tuvo difícil, pero con esfuerzo, dedicación y apoyo constante logró aprender muchas cosas para poder vivir una vida normal como cualquier persona cuyos sentidos funcionaban a la perfección.
Arturo era muy inteligente, aunque no muy hábil a la hora de socializar. De niño fue a la escuela alrededor de tres semanas hasta que sus padres decidieron educarlo en la comodidad del hogar. Desde entonces no volvió a pisar una institución educativa... de ese nivel, claro está.
Está a un año de terminar la carrera de Informática en la universidad. Lo hace en línea -¡oh, bendito internet!- por decisión propia, aunque se presenta a rendir como todos cada cierto tiempo. No tenía amigos fuera del entorno familiar. Sin embargo; a él no parecía molestarle aquella situación. Pensaba que con la compañía de sus padres y la amistad de su primo Javier bastaba.
El primo Javier venía a visitarlo cada mes desde la ciudad de Yaguarón, pero, tras enterarse de que Arturo por fin tenía una computadora con internet cuando ambos aún eran adolescentes, las visitas pasaron de ser mensuales a semanales. A Javier no le molestaba en absoluto que Arturo fuera sordomudo, a veces incluso lo olvidaba. Le hablaba como si él pudiera escucharlo y Arturo entendía cada palabra que salía de su boca por una simple razón: no sólo sabía leer libros, también los labios de la gente.
Javier era un año mayor que él. Extrovertido, seguro de sí mismo, todo lo contrario a Arturo. Amaba los pechos y el fútbol como la mayoría de los hombres. En aquella época, siempre que llegaba a casa de Arturo y lo encontraba viendo películas de ciencia ficción en la computadora, él entraba como un rayo, le reprochaba el tiempo que perdía con esas películas y buscaba páginas porno, aunque su conducta sufrió un cambio radical luego de llevar a su primera fiesta a Arturo.
Arturo vio su primera película porno a los 17 por influencia de Javier. No sabía que los seres humanos podrían llegar a tales extremos sólo por placer sexual. Había tenido su primera erección y se sintió avergonzado al ver que Javier reía por aquella reacción. Si no tienes novia, usa la mano le había dicho esa vez entre carcajadas, pero él no lo había entendido. Era difícil para Arturo leer los labios de una persona que se retorcía de risa en el piso. Javier había dicho algo más cuando dejó de reír y aquello sí lo pudo entender: eres demasiado inocente para ser un hombrecito, pero yo me encargaré de eso.
Dijo que lo llevaría a la fiesta que se celebraba en un balneario, a unas cuadras de su casa. La primavera había llegado, las fiestas en ese tipo de lugares era de lo más común. Javier prometió que lo cuidaría y que le prestaría su casa para pasar la noche allí, sin exponerse a los peligros de las calles a altas horas de la noche, intentando regresar de Yaguarón a Luque. Su madre no estaba contenta por aquello, aún así lo discutieron juntos y tanto la madre como el padre accedieron. Es menor de edad, Javier. Ni se te ocurra darle una sola gota de alcohol o te irá mal advertía en aquel entonces.
Había sido su primera fiesta y la pasó mal. No era como Javier se lo había pintado. En primer lugar, aquello no era un balneario; era una discoteca. Sentía las vibraciones que producía la música a decibeles altísimos en todo su cuerpo, como si lo golpearan, especialmente en la cabeza y el estómago. No pasaron ni 15 minutos y él ya sentía náuseas a pesar de no haber ingerido siquiera agua. Javier lo dejó un rato prometiendo regresar con buenas compañías según su parecer.
En segundo lugar, estaba asustado. Los menores de edad no eran bienvenidos a las discotecas, al menos no deberían. El guardia de la entrada no le había frenado el paso, pero los guardias que recorrían dentro del local podrían descubrir que aún le faltaba un año para la mayoría de edad y quién sabía lo que eso implicaba. De lo único que estaba seguro era de que si sus padres se enteraban, los problemas serían incalculables.
En tercer y último lugar; las chicas que se le acercaban lo dejaban de lado al notar que era sordomudo. Arturo era un muchacho guapo, alto, delgado, ojos de un castaño muy claro, cabello liso y negro, pero eso no bastaba para seducir a las chicas, al menos las que se encontraban en ese sitio escandaloso. Javier traía a sus amigas, pero ninguna quería tratar con él. Alcanzó a leer los labios de una de ellas cuando comentaba algo a Javier y sintió como si le hubieran dado una bofetada: ¿Por qué lo trajiste? Ahora vas a tener que cuidar toda la noche de un retrasado.
Arturo era sordomudo, no un retrasado. Recordó sus días en el preescolar y sintió que en esos días la mitad de su clase pensaba lo mismo de él, incluyendo a la maestra. Javier sabía que los estaba viendo, sabía que Arturo leía los labios, sabía que lo entendió todo y, sin poder creerlo, lo agarró del brazo y salieron del lugar.
No habrá tetas hoy, primito dijo, le dio palmadas en la espalda y también le ofreció disculpas. Pasaron la noche jugando con la play 2 en su casa. Javier sabía que existía gente de porquería en el mundo, pero no creyó que tuviera una de esas en su lista de amigos. También cayó en cuenta de su propia conducta. Prometió en sus adentros que sería más considerado con Arturo para entenderlo mejor a él y a su mundo silencioso.
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El Silencioso Mundo de Arturo
Short StoryLa vida pone obstáculos para ponernos a prueba y Arturo lo sabe mejor que cualquiera. Joven, inteligente y de valores indiscutibles, Arturo había sorteado distintas piedras que la vida iba poniéndole en el camino, con ayuda de su familia, arreglándo...