II

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​En verdad se había esforzado. Ya no lo obligaba a ver películas porno, descubrió que no le gustaban como a él. Veían otras películas. Tampoco lo llevaba a discotecas. Lo llevaba a practicar fútbol con él cada vez que iba a visitarlo y no tenía ganas de ver películas. Javier alcanzó cierto grado de madurez gracias a Arturo.

Cada tanto, Arturo recordaba cómo lo trataron de retrasado en el pasado y la historia de su bisabuela ciega que tenía un excelente oído a falta de ojos sanos. Ambas cosas se habían convertido en su motivación personal.

Tenía un sentido de la vista muy bueno al igual que un olfato casi tan genial como la de un perro. Ambos desde pequeño. Fueron sólo dos habilidades de las que se había encargado de pulir con los años: la lectura de labios y la de percibir vibraciones del suelo con la planta de los pies. La primera le costó más que la segunda. Las personas tienen maneras distintas de masticar las palabras y eso le hizo comprender la importancia de tener una dicción impecable. La segunda no requería tanto esfuerzo. La gente pisaba con fuerza, era posible para Arturo sentir las vibraciones con sus pies cuando se encontraban a un metro y medio de distancia de él aproximadamente y era más fácil si andaba descalzo. Se volvía complicado cuando usaba zapatos con suelas gruesas. Aquella habilidad la utilizaba más que nada para saber si alguien se le acercaba cuando sus ojos estuvieran tan distraídos que no pudiera verlo antes.

A diferencia de la situación actual de Javier, que a sus 26 años estaba casado y con un buen trabajo; Arturo, a sus 25 años, no contaba con esposa ni empleo.

Desde su primer y último acercamiento con chicas en aquella fiesta a sus 17 años, perdió las esperanzas de encontrar alguna mujer que fuera capaz de amarlo aunque no pudiera hablar ni escuchar. Cuando salía a dar vueltas al Parque Ñu Guasu montado en la bicicleta que se compró con sus ahorros, veía a muchas mujeres, pero antes de intentar acercarse a alguna, recordaba la fiesta y desistía. Veinticinco años y jamás había besado a una muchacha, lo pensaba con tristeza y luego se resignaba.

En lo que respecta al trabajo; no había podido conseguirlo. No era culpa de su discapacidad, sino la falta de experiencia laboral. Las referencias personales en una hoja de vida no tenían peso real. Todos los contactos que pudieran aparecer en esa sección de cualquier currículo serían personas que tuvieran cosas buenas que decir de uno. Se podría ser impuntual, pero el contacto jamás lo diría; después de todo la persona del currículum necesita el empleo y el contacto sabía que ayudaba a alguien, le hacía un favor y se sentiría bien por ello después.

Pero era comprensible. ¿Quién en su sano juicio dejaría el número de alguien capaz de contar pestes acerca de uno? No hay más por decir sobre el asunto, excepto que una referencia laboral vale más que veinte referencias personales. Y Arturo no tenía ningún ex jefe que dijera lo responsable y buen muchacho que él era.

Así pasaron dos meses sin éxito. Su madre no quería que se preocupara por cosas así, ya que tanto ella como el padre trabajaban y tenían buenos salarios. Pero Arturo no estaba de acuerdo con su madre y su padre lo apoyó, por lo que, esa mañana le habló sobre un amigo suyo, dueño de un colegio privado en el centro de Luque. Necesitaban de alguien que se hiciera cargo del mantenimiento de las computadoras en ese lugar. No te preocupes, le comenté que eres sordomudo, ya está enterado y aún así quiere que vayas mañana temprano con tu CV* en mano para una entrevista. Lleva tu pizarra también, él no conoce el lenguaje a señas dijo su padre y a Arturo se le iluminaron los ojos.

Sabía mucho sobre computadoras, algo en su interior le causaba cosquillas en el pecho. Estaba emocionado.

*CV: Currículum Vitae

El Silencioso Mundo de ArturoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora