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Dejó el papel en la cama, empacó sus cosas, no tomó nada que no fuera suyo, todo el dinero que estaba sobre el buró o los bonitos regalos que alguna vez ChanYeol le había comprado, quitó el anillo de su dedo y lo depositó sobre el tocador, miró una vez más la habitación, salió de ahí y se dirigió a su terraza, en esa terraza estaban sus plantas, aquellas a las que se dedicó ser doctor para curarlas, ahora estaban enfermas, algunas de ellas ya estaban al borde de la muerte, sus hojas se marchitaban, sus pétalos se ennegrecían, esa terraza era parte de su vida. Al casarse habían construido ambiciosamente su casa, esa terraza había sido especial, ya que cada planta que había ahí la habían plantado con una promesa, confianza, amor, lealtad, las cuidaban ellos mismos, las puertas estaban aseguradas con un patrón de huellas digitales, ninguno de sus empleados podía pasar, por eso era especial. Ahora entendía muchas cosas y no podía creer que fuera tan ingenuo, habían hecho habitaciones extras para su pequeños hijos, a quienes iban a adoptar, recuerda que lo fastidió desde tanto tiempo por tenerlos de una vez, él amaría ser padre, pero ChanYeol se negó rotundamente en distintas ocasiones. Ahí estaba su amor eterno.

Se dirigió al fondo, ahí, donde habían plantado su rosal, metió la mano entre ellas, provocando que sus manos se llenaran de pequeñas cortadas al contacto con cada espina, encontró el tallo de una y la arrancó. La sacó una vez más sin cuidado, la miró unos cuantos momentos y se apenó, era la más bonita, la que se mantenía rosada y no medio rosada, la besó delicadamente, lentamente entregando tantas cosas en ella, derramó una última vez sus lágrimas en aquella casa, que se mezclaban con las gotas de sangre que se resbalaban por el tallo de la rosa y caían con sonidos sordos.

  — Debe irse ahora señor.

Dijeron del otro lado de la puerta, tiró la rosa, la dejó en el piso y miró al horizonte una vez más, odiaba que esa fuera su última vez, odiaba todo, se odiaba a sí mismo, a ChanYeol, a su padre, a su madre, a su mejor amigo y más odiaba al destino por darle ese camino de mierda, debió temer cuando su vida estaba en la cima de la montaña rusa, cuando todo era color rosa, con un hermoso atardecer que surcaba el horizonte, ya había oscurecido, y era la peor noche de su vida, porque no salió la luna a iluminar su cielo. Sacó un pañuelo que le regaló su madre años atrás y limpió con descuido la sangre en sus manos, lo mantuvo en su palma para que la sangre no manchara más el piso y salió.

Tomó sus maletas y se dirigió a la puerta, donde sus antiguos empleados estaban ahí, algunos sonriendo y otros sólo mirándolo, como si fuera un fenómeno que debían analizar.

  — Señor Do —mencionó la pequeña Hannie—. ¿Está bien? Sus manos están sangrando.

  — Es lo que menos me duele en estos momentos.

Tragó saliva, su voz se cortaba, sus ojos aún estaban rojizos y salió finalmente, no tenía un hogar donde quedarse, no había hecho fortuna por su cuenta porque dió por hecho que siempre viviría a un lado de ChanYeol, trabajando en los negocios de su padre.

Estaba completamente perdido.

Caminó sin rumbo durante treinta minutos, el aire cada vez era más frío, no tenía que cargar muchas maletas para su suerte, miró el cielo que se oscurecía y recordó levemente. Era un pequeño niño, de al menos cinco años, que miraba por la ventana del ático, la ventana circular, las gotas caian sobre ella y se acumulaba el agua, amaba ver las gotas deslizarse por la superficie, nombraba a dos gotas casi iguales y a la misma altura y mentalmente grababa una carrera entre cada una para saber quien ganaba, tenía sus apuestas, pero como todo niño, terminaba inclinándose por aquella que veía más cercana al final. Su madre llamó desde el primer piso.

  — KyungSoo, la comida ya está, se enfriará si no bajas.

KyungSoo dejó su interesante carrera y bajó rápidamente, su madre le prohibía subir al ático, así que tuvo que ser veloz o su madre sabría que no estaba en su habitación jugando con sus muñecos, las escaleras hicieron un ligero chirrido al ser desplazadas hacia abajo, bajó los escalones uno a uno con calma y corrió por el pasillo hasta las escaleras primarias, aquellas que conducían del primer piso a la planta baja. Su madre sostenía dos platos, los depositó en la mesa y se sentó tranquilamente, KyungSoo fue hasta a ella, movió la silla con algo de dificultad y se subió a ella saltando, reprendido por su madre, KyungSoo se hincó en la alta silla para alcanzar con facilidad la mesa.

One Last TimeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora