Capítulo Once

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Los tenues rayos del amanecer se filtran por las cortinas de la habitación y aunque estoy despierta, todavía creo que sigo soñando. Estar con Sebastián, disfrutar de su lado encantador y consumar nuestra atracción fue mágico y más intenso de lo que esperaba y no quiero que esto termine porque ha sido lo más maravilloso y excitante que me ha pasado, ¿pero como olvidar que mi vida es un caótico espiral del que sigo colgada? Esa triste realidad anuda mi estómago con preocupación, me hace dejar de contemplarlo dormido, tan sereno y apuesto, y me recuerda de golpe que algunas cosas no cambian a pesar de las circunstancias. Me levanto, me visto y pongo manos a la obra.

Después de unos quince minutos, lo siento antes de verlo. —¿Qué demonios haces, Evenin?

Dejo de quitar el polvo del escritorio y me giro hacia esa voz indignada y soñolienta tan temprano en la mañana. Cielos. Él luce magnífico recién levantado, despeinado, con el torso desnudo y pantalones de pijama peligrosamente bajos viéndose esa marcada y sexy V masculina.

Con paciencia respondo: —Estoy trabajando, Sebastián.

Él me mira como si me hubiera vuelto loca. —No, no lo haces. Deja eso, quítate la ropa y vuelve a la cama. Es sábado y son apenas las siete de la mañana.

Cómo me gustaría hacer eso, pero es un nuevo día y debo ganar dinero porque la hipoteca no se paga sola.

—Trabajo para ti los fines de semana, ¿recuerdas?

—No, ya no lo haces.

—¿Qué? ¿E...estoy despedida?

Él suspira y se acerca a mí. —¿No lo comprendes? —posa sus manos sobre mis hombros—. ¿Cómo vas a limpiar mi casa si ahora compartes mi cama? No puedo permitirlo —Él quita el paño de mi mano.

Imágenes de la caliente y sensual noche que compartimos llenan mi memoria. Sebastián es un amante generoso, apasionado y exigente. Con sus manos y su boca me hizo estremecer una y otra vez. Sentirlo moviéndose con ímpetu en mi interior fue extremadamente placentero y la ternura que vino después del acto, conmovió mi corazón. Quiero muchas noches como esa, pero la realidad es que este hombre y yo tenemos vidas separadas y complicadas, y somos responsables cada uno de la suya y a su modo.

—Y yo no puedo permitirme el no trabajar —tomo el trapo y sigo con la tarea que me dejó Isabel: limpiar el despacho del señor Avilés, o sea, él.

—¿Por qué no puedes? ¿Tan mal está la situación en tu casa? —indaga con mucho tacto.

Evito hacer contacto visual. —Ya saldremos de esa, Sebastián. No te preocupes —le digo.

Él vuelve a tomarme por los hombros y me voltea para que lo mire. —Me preocupo porque me importas y si estás pasando por un mal momento quiero ayudarte.

Dios. Lágrimas se forman en las esquinas de mis ojos, pero soy terca y niego: —Estaremos bien —susurro quedamente.

—¿Segura? —él desconfía.

—Sí, solo déjame hacer el trabajo para el que me contrataste.

Sebastián lo piensa, lo hace por largo rato. —Está bien —concede al fin—, pero no este fin de semana. —Abro mi boca para protestar, pero él agrega—: Evenin, no vamos a desperdiciar el tiempo tú y yo porque eso ya lo hicimos por meses. Te quiero enterita para mí y quiero consentirte y cuidarte. Déjame hacerlo, por favor.

Con ese azul de sus ojos brillando con anhelo es difícil resistirse y no puedo decirle que no.

Suelto el paño sobre la madera. —Bueno, pero solo este fin de semana, ¿de acuerdo?

Profesor Grullón (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora