Acantilado de lenguaje

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No nací sorda. Cuando tenía cerca de cuatro años apareció quien sabe qué cosa en mi cabeza que al cabo de un año ya me había dejado parcialmente sorda, como fui capaz de aprender algunas palabras mis padres creyeron que al lado de un par de aparatos de audición mi vida sería como la de cualquier niña de mi edad, grave error.

Mis calificaciones no eran buenas, ¿qué se podía esperar de una niña que debe concentrarse en los labios de la maestra y no en lo que está explicando? Sin embargo tenía amigos, amigos que se tomaban el tiempo para ayudarme a adaptarme a ese ambiente, amigos que sin dudarlo me defendían de aquella burla que fui incapaz de escuchar, amigos que se tomarían el tiempo de aprender un poco de mi lenguaje... pero todo cambió cuando llegamos a la preparatoria, cada uno tuvo que tomar un camino distinto, como cualquier grupo de amigos realizamos aquella promesa aparentemente inquebrantable de "nos seguiremos viendo" pero bueno... a las palabras se las lleva el viento.

Apenas llegué a esa nueva escuela sentí aquel lúgubre sentimiento que no recordaba desde mis primeros años en la escuela, la soledad. No era que mis nuevos compañeros me excluyeran simplemente la barrera del lenguaje era todo un acantilado que para ambos era imposible de cruzar. El primer mes me sentía sola, triste, sin vida... hasta que ella llegó, aquella chica de nombre Karla, con aquella sonrisa adornada con brackets y capaz de atraer a cualquier persona con su alegría.

¿Tu nombre es Ariadna, cierto?

Decía aquel papel que dejó sobre mi libreta, alcé la mirada, mis ojos estaban llorosos pero aquel detalle no fue suficiente para dejar las lágrimas salir. Asentí con la cabeza y se giró, desde atrás podía ver como sus hombros se movían sin cesar. Al poco rato tocó mi hombro.

¿Quieres comer con nosotros?

Dijo esta vez en lenguaje de señas, apuntó a donde se encontraban sus amigos, todos me saludaron, parecía que estaban esperando a que volteara. Esta vez fui incapaz de controlar las lágrimas, Karla se asustó y poco a poco sus amigos me rodearon, en aquel momento una enorme piedra cayó sobre aquel acantilado del lenguaje que nos separaba, dejó algunos espacios vacíos, pero bueno... con el tiempo se fueron llenando de recuerdos.

Luz de mi soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora