III. Evet

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Sentí una mano pequeña y suave que me sujetó el brazo desde atrás. Volví la cabeza y me ví reflejado en los profundos ojos negros de Evet.

Evet es mi amiga. Es de mi edad: nacimos el mismo año, con una estación de diferencia. Así que es un poco mayor que yo. Evet posee una belleza indescriptible y es depositaria de una energía inagotable. Naasvet, mi abuela, dice que será una hechicera muy poderosa. En verdad ya se está encargando de mostrarle los usos de algunas plantas y, gracias a ella, Evet conoce multitud de escondrijos y lugares recónditos en la selva... lugares especiales.

Evet me sujeta el antebrazo con suavidad y me mira sonriente.
-He visto un grupo de lémures voladores.
-¿Dónde? -pregunté con sorpresa contenida- ... va a llover pronto y todos están saliendo de la selva. Será mejor que lo dejemos para otro momento.
-Pero qué miedoso eres -se burló entre risitas.
-No tengo miedo -contesté-, pero se van a preocupar por nosotros y acabarán regañándonos. La selva es peligrosa durante la lluvia -añadí con genuina preocupación.
Sin perder la sonrisa, Evet desliza su mano por mi brazo hasta acabar igualando las palmas de nuestras manos. Cerró los dedos y me llevó casi saltando entre la vegetación.

Imaginé que íbamos a tomar el sendero que se adentraba en las laderas frondosas, al parecer uno de los sitios preferidos de Evet... pero enseguida giró descendiendo hacia el valle, en dirección al rio. Y aunque me preocupaba que nos cruzáramos con otros grupos de la aldea y eso diera al traste con nuestra furtiva excursión, lo cierto es que no tengo más remedio que reconocer que Evet se maneja extraordinariamente bien en la selva, y su gran sentido de la intuición nos ha librado en más de una ocasión de encuentros inoportunos e incluso de algún que otro percance.

Llegamos a la orilla del río, donde encontramos varadas unas canoas hechas con troncos de árboles vaciados 'a mano'. Parecían bastante pesadas. Lo suficiente como para desistir, antes de empezar, de la idea de arrastrarlas a las cercanas aguas. Pero el suelo, de cantos redondeados y resbaladizos, permitía ejecutar esta labor sin demasiados esfuerzos. Evet, que no parecía perder la sonrisa, mira las canoas y se rasca cómicamente la barbilla con un dedo...
-¿Cuál es la que más te gusta?
-La que menos agujeros tenga -contesté con sorna mientras inspeccionaba el fondo de una de las canoas, dentro de la cual me encontraba.

Sentí un fuerte tirón y caí sentado de culo. Evet había empujado la canoa, que se deslizó con suavidad sobre las piedras mojadas de la orilla, entrando bamboleante en las mansas aguas del río. Con gran agilidad, Evet se subió en la cola tallada de la canoa y, agarrando un remo, comenzó a gobernar la enjuta embarcación hacia el centro de la tranquila corriente. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer sobre la superficie del rio, formando ligeros círculos alrededor de nosotros a la vez que la canoa avanzaba cortando plácidamente las aguas.

-Qué misteriosa te pones Evet. Sé que lo haces porque te divierte mantenerme en vilo -dije calmadamente.
-Veremos a los lémures enseguida. No están lejos. Pero por favor no hagas ruido.

Avanzamos en silencio surcando suavemente la superficie del río, ahora adornada con los efímeros circulos que el impacto de las gotas de lluvia dibujaba con delicadeza al son de la musicalidad de la selva bajo el cielo gris.
La temperatura era agradable y las gotas caían templadas desde lo alto. Evet miraba serena por encima de mí, gobernando con maestría nuestra canoa.
Yo me encontraba muy calmado. Sintiendo las gotas resbalando por mi piel mientras la embarcación se mecía debilmente, no me costaba invocar la sensación de que estuviese nadando de espaldas por el mismo río.

La quietud que nos acompañaba infundía tal relax que hasta me pesaban las pestañas.
Con los ojos entrecerrados traté de enfocar mi vista en Evet, que ya no estaba allí.

El arte de perderse en los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora