II. Un regalo de poder

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Me encontraba sentado en una de las ramas más altas de la copa de un majestuoso árbol. Frente a mí había un salto de agua que se deslizaba por una pared musgosa en creciente pendiente, formando una catarata que se precipitaba entre la vegetación para estrellarse, de manera atronadora, en un lago color turquesa de orillas invadidas por la exhuberante selva.

Poniéndome de pie en la rama en la que me hallaba, fijé la mirada en la superficie del estanque agitado por la catarata. El movimiento era hipnótico, atrayente... y aunque la sola idea de pensarlo era aterradora, había algo en él que me invitaba a saltar desde tan descomunal altura. La luz parecía perder fuerza a medida que profundizaba en la espesura, de tal manera que la intensidad del color turquesa del lago le daba un aspecto brillante y yo ya no percibía los tonos de la selva allá abajo. Me concentré en ese contraste de colores vivos del lago frente a los apagados tonos de la vegetación.
De repente sentía que el viento zumbaba en mis oídos y batía todo mi cuerpo. Entretanto, la selva se hacía más clara por momentos y ya era capaz de atisbar sin dificultad las hojas que lamían la superficie agitada del agua. El viento arreciaba cada vez con más vigor.

Repentinamente una forma oscura se hizo visible bajo la superficie del lago hasta que de las aguas surgió nadando una joven de cabello largo y negro. El viento se detuvo y reparé en la cuenta de que no era su sonido lo que arreciaba en mis oídos sino el trueno de la catarata contra la superficie del estanque, del que ahora percibía todos los detalles y matices. Descubrí, desconcertado, que había saltado desde la copa del árbol... a mucha distancia sobre el suelo. Pero mi desconcierto fue aún mayor al verme detenido en el aire, flotando a cierta altura sobre la superficie del lago por encima de la muchacha, a la que no conocía pero me resultaba familiar.

Comenzó a nadar boca arriba. Empecé a ponerme nervioso porque me descubriera ahí suspendido, a media altura frente a la catarata. Mientras movía los brazos nadando con gracia echó la cabeza hacia atrás, de modo que sus cabellos dibujaban vetas negras sobre las verde-azuladas aguas. Desvió la mirada hacia arriba, me observó serenamente, sin inmutarse, y me guiñó un ojo. Yo sonreí.

Abrí mis ojos. Las primeras luces del alba dejaban entrever el contorno de los cuerpos que yacían en la estancia donde me encontraba, mientras respiraban serenamente. Fuera, en la penumbra, las últimas estrellas morían mientras el cielo se azulaba. Los sonidos de la selva se apagaban hasta que el mundo se sumía en ese placentero silencio de crujir de ramas y respiraciones lentas que precede al despertar de la aldea.

-... y así fue como desperté - concluyó Amiq, uno de mis hermanos mayores que, en el orden que había marcado mi abuela Naasvet, nos relató uno de sus sueños.
Mi abuela, muy respetada por sus habilidades como curandera, miraba pensativa el recipiente de arena en el que se posaba un cuenco con unas pocas ascuas humeantes.
-Creo que hoy no deberás partir a cazar. Acércate si acaso a la corriente y prueba a pescar algo - concluyó Naasvet.
Otros mayores asintieron pensativos.
Amiq trató de persuadirles asegurando que ese día se encontraba en buena forma y confiado de lograr una buena pieza. Naim, mi padre, desaconsejó a mi hermano que cazara hoy... -las señales que encontramos en tu sueño han sido claras - continuó. Naasvet lo secundó.

Tras una pequeña pausa, mi padre se volvió hacia mí y, con una ligera sonrisa dibujada en su rostro, me preguntó con suavidad:
-... ¿y tú, Isdaam?, ¿qué has soñado?
Conté todos los detalles que recordaba de mi sueño en la cascada sobre el lago turquesa, y la joven de cabello largo y negro que nadaba en él... aunque omití el enigmático guiño.
-Parece que has tenido un encuentro interesante... aunque -añadió mi padre- no parece que se haya completado.
La abuela asintió sin inmutarse.
-Supongo que volverás a ese lago a terminar tu encuentro -sentenció Naim.
-Si no lo ha hecho ya... -continuó mi abuela.
Yo enrojecí, y tuve la impresión de que Naasvet sabía que le había ocultado algo. Pero ocultar detalles de nuestros sueños es algo que todos hacemos de vez en cuando, con mayor o menor éxito. En mi caso, siendo un niño y encontrándome frente a grandes conocedores de los sueños, ocultar detalles era algo casi enternecedor.

Cuando dimos por concluído nuestro ritual diario, todos se levantaron y se fueron a sus quehaceres. Yo me había quedado absorto mirando los últimos hilos de humo que las ascuas liberaban como los tallos de finas espigas que subían al cielo de la estancia.
-¿Cómo se siente flotar en el aíre?
Me sobresalté. No esperaba la voz de mi abuela, que no se había movido de su sitio justo a mi derecha. Me miraba con dulzura.
-¿Habías volado antes? -preguntó Naasvet.
-No. Ni siquiera noté que volaba. Más bien caía... pero luego floté. Fue estupendo -respondí.
-Sí, flotaste. Te ví.
-¿Me viste? -pregunté sorprendido... -Qué quieres decir con que me viste?... ¿Estabas en mi sueño?... ¿Me observabas escondida en la selva?
-Oh, no... jajaja -contestó divertida. -No me escondía... tú me viste cuando llegué a tu sueño.
-¿Qué quieres decir con que te ví?... yo no te ví, Naasvet.
-Oh, sí... me viste. Y me sonreiste.
Los ojos y la boca debieron abrírseme como platos en una expresión divertidísima porque la abuela rió a carcajadas. Cuando recobramos la compostura, Naasvet se acercó un poco hacia mí y me dijo:
-¿Lo notas?
-¿Qué debo notar, Naasvet?
-Recibiste un regalo. Mi regalo. Solemos hacer este tipo de regalos a soñadores más experimentados, pero tú has visitado el lago.
-¿Existe ese lugar? ¿Eras la muchacha que nadaba en el lago? -pregunté exaltado. -¿Cómo es posible? Era una muchacha y tú eres... bueno, tú eres mi abuela.
Naasvet disfrutaba con mi grado de agitación.
-Claro que era yo, Isdaam. No tenemos por qué aparecer en los sueños con nuestro aspecto de vigilia. Si algo bueno de verdad encuentras al soñar es que puedes tomar el aspecto que quieras.
Me tomé una pausa para asimilar esta nueva perspectiva, al tiempo que repasaba mi experiencia de ensueño. Ahora sí podía encajar esa familiaridad que transmitía la muchacha que nadaba en el lago... Naasvet, pero joven!
-Dime, Isdaam... ¿lo notas? -volvió a preguntar la abuela, rescatándome de mis pensamientos.
-¿Qué es lo que debo notar, Naasvet?
-El regalo. Lo que tienes ahora -contestó ella, ahora con el semblante serio pero relajado.
-No noto nada, Naasvet -respondí mientras hacía un rápido autoexámen, intentando detectar algo nuevo o especial en mí.
La abuela parecía meditar lo que iba a decír. Finalmente habló.
-Puede que aún sea pronto para saberlo. Esperaremos a tus próximos sueños... sabrás como usarlo.
Naasvet hizo ademán de levantarse, pero las preguntas acudían atropelladamente a mi mente. Quería saber más detalles y estaba dispuesto a seguir interrogando a mi abuela pero ella, como si me leyera el pensamiento, se adelantó...
-Está bien por ahora, Isdaam. Ve a ayudar a tus hermanos.
Se puso en pie. Me miró con el rostro sereno, esbozando una sonrisa pícara... y me guiñó un ojo.

El arte de perderse en los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora